Ahí está mi Joaco
En la playa de Portals Vells, el verano pasado, cuando vino a visitarnos por primera vez. Estaba con barba, y se lo ve con cara de contento. En esos días, si no recuerdo mal, estaba entusiasmado leyendo El código Da Vinci, y se venía a la playa con el libro bajo el brazo. También miraría a las chicas, sí. Pero no mucho, no mucho. Ya tenía el corazón prendido del filo de unas enaguas, que se habían quedado en la lejana Buenos Aires.
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