Algunas explicaciones
Para contarles qué fue de mi vida entre aquellas clases de catalán, que se reiniciarán mañana mismo, y esto que les escribo hoy, ya de vuelta en casa, necesito darles algunas explicaciones, sobre todo a varios que sé que leen el blog y no conocen "las previas". Y ahí van, más o menos en orden (ja!):
1) Perico fue invitado hace ya un tiempo a participar en una prueba de "cazatalentos" que organiza la asociación de hockey de España por regiones, y Baleares pertenece a la región que tiene como cabecera la ciudad de Valencia. Para ir a probarse la asociación le ofrecía alojamiento gratuito a él y a un acompañante, pero dadas las circunstancias preferimos viajar los cuatro, en romántico montón, y por lo tanto con la suficiente antelación organizamos una "excursión" valenciana: pasajes, hotel, esas cosas. La idea inicial era pasar el fin de semana allí, que Perico se sacara el gusto de probarse y de paso recorrer lo que se pudiera de la ciudad, de la que nos habían contado bondades varias, y que nos queda, avión mediante (ay) a cuarenta minutos y algo así como 28 euros per capita ida y vuelta (y no se entusiasmen, porque depende mucho de las fechas, de la anticipación con que se reserven los pasajes, en fin: nos costaron eso, pero no siempre cuestan eso). (Y ahora sí no puedo evitar hacer un paréntesis: tengo la costumbre de escribir escuchando una radio porteña de tangos, y en este preciso momento empieza a sonar Mano blanca:"porteñito, mano blanca, fuerza vamos, que viene barranca; mano blanca, porteñito, fuerza vamos, que falta un poquito..." y este tango en particular tiene un encanto especial para mí porque muchas tardes me lo voy silbando sola y bajito por la calle, repitiéndome mentalmente la letra para que no me tomen por piantada si lo canto; es algo así como mi himno de guerra: una manera como otra cualquiera de darme ánimos cuando no estoy ay qué bien estoy. Y cierro el paréntesis, aunque no prometo no volver a abrir otro en dos renglones, ya saben como soy)
Bueno, íbamos por las explicaciones; el fin de semana lo pasaríamos los cuatro en Valencia. Hasta allí podría no haber tenido que explicarles nada. Pero sucedieron otras cosas, y ahora empiezan las verdaderas explicaciones, y ténganme un poco de paciencia:
2) Hace ya como dos años, o un poco más (a mí me parece ya una eternidad) empecé de pura casualidad a participar en un foro del diario La Nación on line sobre literatura. Y empecé un poco en broma, y sobre todo por ver si podía y si sabía hacer eso de entrar en un foro por internet. Si no me acuerdo mal en esa época La Nación proponía cada tanto un tema más o menos relacionado con la literatura en el que los lectores podíamos opinar. Uno de esos tantos temas fue algo así como a quién le otorgaríamos el premio Nobel. Medio pavote el asunto, porque se prestaba a mil cuestionamientos al premio mismo, a los concursos literarios de toda laya, a que montones de argentinos se quejaran (nos quejáramos) amargamente sobre el siempre presente "no premiado", esas cosas. A mí, por poner algo, se me ocurrió poner que yo le daría el premio a Muñoz Molina, y la verdad es que se lo daría todavía hoy, pero eso es otro asunto. Me contestó un "ofernande", porque la participación era y es con "nicks" (detesto esa palabra, que me suena a marca de chicle y que bien podría ser reemplazada por la castellanísima seudónimo y listo), que me decía que para dárselo a un español él se lo daría a Delibes. Bueno: empezó una charla con el tal "ofernande", y del foro rápidamente pasamos a los correos privados. En principio esos correos discurrían sobre asuntos literarios, gustos, autores, títulos, algunos intercambios de opiniones, no mucho más. Pero correo va y correo viene empezamos a intercambiar "conversaciones" de tono más privado: el tal "ofernande" se llamaba Octavio, obviamente Fernández, era un médico pediatra, jubilado, leonés, que vivía en Bilbao y tenía una "moza castellana", de nombre doña María del Pilar (Pili, sí), cinco hijos ya adultos, más o menos encaminados en la vida (y el más o menos es sólamente porque para los padres pareciera que nunca están lo suficientemente encaminados), lector fervoroso de literatura, sobre todo de poesía, conocedor y amante de la Argentina, donde ya había estado paseando hacía entonces poco tiempo, y por si todo esto fuera poco, poeta. Poeta el hombre, inédito, no porque no tuviera suficiente producción sino porque se había pasado la vida juntando los garbanzos para mantener a la vasta familia y no había encontrado el tiempo de dedicarse a la poesía de manera profesional.
En poco tiempo sabíamos mucho el uno del otro, habíamos encontrado montones de afinidades y establecido una amistad cálida y confindente en la distancia. Y ya no éramos sólo nosotros dos: se habían sumado una uruguaya, mi querida Oriental, Mercedes en realidad, y otro argentino, pero también lejano, residente de Estados Unidos desde hacía mucho tiempo. Seguíamos participando en los foros de La Nación, y manteniendo allí nuestros nombres de ficción, pero habíamos logrado establecer una amistad escrita, íntima, que poco a poco se fue convirtiendo en un lazo de afectos muy profundos aun cuando nunca nos habíamos visto las caras.
Las primeras en vernos, por razones evidentes, fuimos Mercedes y yo, que nos encontramos en Buenos Aires primero y en Colonia después. Esos encuentros, de un lado y otro del río, no hicieron nada más que agregar cariño a la amistad que ya estaba, pero también ahondarla, convertirla en una relación que nos sorprendía porque aunque era aparentemente nueva, parecía de siempre. Exactamente esa sensación que uno tiene muy pocas veces de haber encontrado a alguien que conoce de siempre y que quiere también desde siempre. Y finalmente el año pasado, cuando Rubén ya estaba aquí en España, y yo pasando el tiempo más extraño de mi vida, todavía allá con los chicos pero ya con el alma partida, mirando las cosas de mi casa y de mi país con mirada de despedida y de dolor, de nostalgia anticipada, vinieron a Buenos Aires Octavio y Pili.
Y voy a hacer una desviación pero esta vez sin paréntesis: recién ahora, cuando va a hacer ya pronto un año que estoy aquí, estoy empezando a poder pensar esos últimos meses míos en la Argentina y a darme cuenta de cuáles fueron para mí "las últimas poblaciones", para decirlo con palabras de Fierro. Una, un día que tengo de manera particularmente fijo en la memoria como mojón de despedida fue el acto de inicio de clases de los chicos, el último que empezarían, que empezaríamos ellos y yo, allá. Los chicos en la fila, el patio de la escuela, los ritos de banderas, himnos, esas cosas que suelen resultar pesadas, tuvieron por primera vez un sentido de conmoción que me obligó a volverme a casa y a llorar encerrada hasta la hora de volver a buscarlos. Y otro, duro, fue la última vez que cerré la puerta de mi casa marplatense, y para entonces Octavio y Pili estaban allí conmigo.
En ese viaje que hicieron a la Argentina, y al Uruguay, me acompañaron a despedirme de mi lugar en el mundo, y me acompañaron también en su viaje de vuelta a España hasta Madrid, a donde yo venía a encontrarme con Rubén y a tratar de concretar y organizar nuestra futura vida española. Es probable que ni Octavio, ni Pili, ni Mercedes, mi amiga, mi querida amiga Oriental, sepan nunca hasta qué punto me ayudaron en esos días; hasta qué punto su aliento, el saber que estaban siempre allí, del otro lado de la pantalla dispuestos a decirme la palabra exacta o a no decirme nada pero prestarme la oreja, fue importantísimo para mí en esas vísperas que tengo todavía como en un sueño, como si le hubieran pasado a otro.
Y no sólo eso: ya una vez aquí, instalados en Palma, ni bien pasó lo peor del verano tórrido, Octavio y Pili se vinieron desde Bilbao sólo para pasar conmigo unos días y recordarme que seguían allí, firmes, como un enorme respaldo de cariño.
Y ahora, cuando empezamos a organizar este fin de semana en Valencia, no necesitaron más que enterarse para decidir que nos encontrarían allí y que, por fin, me harían conocer su Bilbao.
Así que pasamos el fin de semana juntos en Valencia y cuando el lunes a la mañana Rubén y los chicos se volvieron a Palma, yo partí con Octavio y su moza castellana, en auto, en un viaje absolutamente inolvidable, que les iré contando poco a poco.
Vaya esto, un poco largo, sí, ya sé, como introducción. Y en realidad contarles esto no fue del todo inocente: tengo mis vueltas, y tengo mis propósitos. Yo sé que eso que nos pasó a nosotros, conocernos por internet y terminar en una amistad que ya sabemos que será para siempre, no es lo más frecuente. Que incluso es extraño; no deja de sorprendernos a nosotros mismos, que somos los protagonistas. Pero ocurrió. Al menos una vez ocurrió, lo que quiere decir que puede volver a ocurrir, y que quizás lo único que haga falta sea tener un poco de intuición para descrifrar, sobre todo al principio, por dónde van los tiros. Les aseguro que vale la pena. No es fácil hacer amigos queridos nunca, pero a esta edad, cuando uno generalmente se ha vuelto ya bastante duro de roer y además mañoso, es todavía más difícil. Y como si fuera uno de esos milagros que nos esperan a la vuelta de la esquina porque sí, porque tenía que ocurrir, tata Dios o el azar o los dos me han reunido con unos amigos nuevos que me acompañarán ya para el resto del camino. Aunque no sea nada más que por eso, Dios bendiga a Bill Gates o a quien sea que haya hecho posible este asunto de comunicarse (quizás hasta hayan sido los indios charrúas, qué sé yo).
Y prometo que mañana empiezo con Valencia, que es lindísima.
1) Perico fue invitado hace ya un tiempo a participar en una prueba de "cazatalentos" que organiza la asociación de hockey de España por regiones, y Baleares pertenece a la región que tiene como cabecera la ciudad de Valencia. Para ir a probarse la asociación le ofrecía alojamiento gratuito a él y a un acompañante, pero dadas las circunstancias preferimos viajar los cuatro, en romántico montón, y por lo tanto con la suficiente antelación organizamos una "excursión" valenciana: pasajes, hotel, esas cosas. La idea inicial era pasar el fin de semana allí, que Perico se sacara el gusto de probarse y de paso recorrer lo que se pudiera de la ciudad, de la que nos habían contado bondades varias, y que nos queda, avión mediante (ay) a cuarenta minutos y algo así como 28 euros per capita ida y vuelta (y no se entusiasmen, porque depende mucho de las fechas, de la anticipación con que se reserven los pasajes, en fin: nos costaron eso, pero no siempre cuestan eso). (Y ahora sí no puedo evitar hacer un paréntesis: tengo la costumbre de escribir escuchando una radio porteña de tangos, y en este preciso momento empieza a sonar Mano blanca:"porteñito, mano blanca, fuerza vamos, que viene barranca; mano blanca, porteñito, fuerza vamos, que falta un poquito..." y este tango en particular tiene un encanto especial para mí porque muchas tardes me lo voy silbando sola y bajito por la calle, repitiéndome mentalmente la letra para que no me tomen por piantada si lo canto; es algo así como mi himno de guerra: una manera como otra cualquiera de darme ánimos cuando no estoy ay qué bien estoy. Y cierro el paréntesis, aunque no prometo no volver a abrir otro en dos renglones, ya saben como soy)
Bueno, íbamos por las explicaciones; el fin de semana lo pasaríamos los cuatro en Valencia. Hasta allí podría no haber tenido que explicarles nada. Pero sucedieron otras cosas, y ahora empiezan las verdaderas explicaciones, y ténganme un poco de paciencia:
2) Hace ya como dos años, o un poco más (a mí me parece ya una eternidad) empecé de pura casualidad a participar en un foro del diario La Nación on line sobre literatura. Y empecé un poco en broma, y sobre todo por ver si podía y si sabía hacer eso de entrar en un foro por internet. Si no me acuerdo mal en esa época La Nación proponía cada tanto un tema más o menos relacionado con la literatura en el que los lectores podíamos opinar. Uno de esos tantos temas fue algo así como a quién le otorgaríamos el premio Nobel. Medio pavote el asunto, porque se prestaba a mil cuestionamientos al premio mismo, a los concursos literarios de toda laya, a que montones de argentinos se quejaran (nos quejáramos) amargamente sobre el siempre presente "no premiado", esas cosas. A mí, por poner algo, se me ocurrió poner que yo le daría el premio a Muñoz Molina, y la verdad es que se lo daría todavía hoy, pero eso es otro asunto. Me contestó un "ofernande", porque la participación era y es con "nicks" (detesto esa palabra, que me suena a marca de chicle y que bien podría ser reemplazada por la castellanísima seudónimo y listo), que me decía que para dárselo a un español él se lo daría a Delibes. Bueno: empezó una charla con el tal "ofernande", y del foro rápidamente pasamos a los correos privados. En principio esos correos discurrían sobre asuntos literarios, gustos, autores, títulos, algunos intercambios de opiniones, no mucho más. Pero correo va y correo viene empezamos a intercambiar "conversaciones" de tono más privado: el tal "ofernande" se llamaba Octavio, obviamente Fernández, era un médico pediatra, jubilado, leonés, que vivía en Bilbao y tenía una "moza castellana", de nombre doña María del Pilar (Pili, sí), cinco hijos ya adultos, más o menos encaminados en la vida (y el más o menos es sólamente porque para los padres pareciera que nunca están lo suficientemente encaminados), lector fervoroso de literatura, sobre todo de poesía, conocedor y amante de la Argentina, donde ya había estado paseando hacía entonces poco tiempo, y por si todo esto fuera poco, poeta. Poeta el hombre, inédito, no porque no tuviera suficiente producción sino porque se había pasado la vida juntando los garbanzos para mantener a la vasta familia y no había encontrado el tiempo de dedicarse a la poesía de manera profesional.
En poco tiempo sabíamos mucho el uno del otro, habíamos encontrado montones de afinidades y establecido una amistad cálida y confindente en la distancia. Y ya no éramos sólo nosotros dos: se habían sumado una uruguaya, mi querida Oriental, Mercedes en realidad, y otro argentino, pero también lejano, residente de Estados Unidos desde hacía mucho tiempo. Seguíamos participando en los foros de La Nación, y manteniendo allí nuestros nombres de ficción, pero habíamos logrado establecer una amistad escrita, íntima, que poco a poco se fue convirtiendo en un lazo de afectos muy profundos aun cuando nunca nos habíamos visto las caras.
Las primeras en vernos, por razones evidentes, fuimos Mercedes y yo, que nos encontramos en Buenos Aires primero y en Colonia después. Esos encuentros, de un lado y otro del río, no hicieron nada más que agregar cariño a la amistad que ya estaba, pero también ahondarla, convertirla en una relación que nos sorprendía porque aunque era aparentemente nueva, parecía de siempre. Exactamente esa sensación que uno tiene muy pocas veces de haber encontrado a alguien que conoce de siempre y que quiere también desde siempre. Y finalmente el año pasado, cuando Rubén ya estaba aquí en España, y yo pasando el tiempo más extraño de mi vida, todavía allá con los chicos pero ya con el alma partida, mirando las cosas de mi casa y de mi país con mirada de despedida y de dolor, de nostalgia anticipada, vinieron a Buenos Aires Octavio y Pili.
Y voy a hacer una desviación pero esta vez sin paréntesis: recién ahora, cuando va a hacer ya pronto un año que estoy aquí, estoy empezando a poder pensar esos últimos meses míos en la Argentina y a darme cuenta de cuáles fueron para mí "las últimas poblaciones", para decirlo con palabras de Fierro. Una, un día que tengo de manera particularmente fijo en la memoria como mojón de despedida fue el acto de inicio de clases de los chicos, el último que empezarían, que empezaríamos ellos y yo, allá. Los chicos en la fila, el patio de la escuela, los ritos de banderas, himnos, esas cosas que suelen resultar pesadas, tuvieron por primera vez un sentido de conmoción que me obligó a volverme a casa y a llorar encerrada hasta la hora de volver a buscarlos. Y otro, duro, fue la última vez que cerré la puerta de mi casa marplatense, y para entonces Octavio y Pili estaban allí conmigo.
En ese viaje que hicieron a la Argentina, y al Uruguay, me acompañaron a despedirme de mi lugar en el mundo, y me acompañaron también en su viaje de vuelta a España hasta Madrid, a donde yo venía a encontrarme con Rubén y a tratar de concretar y organizar nuestra futura vida española. Es probable que ni Octavio, ni Pili, ni Mercedes, mi amiga, mi querida amiga Oriental, sepan nunca hasta qué punto me ayudaron en esos días; hasta qué punto su aliento, el saber que estaban siempre allí, del otro lado de la pantalla dispuestos a decirme la palabra exacta o a no decirme nada pero prestarme la oreja, fue importantísimo para mí en esas vísperas que tengo todavía como en un sueño, como si le hubieran pasado a otro.
Y no sólo eso: ya una vez aquí, instalados en Palma, ni bien pasó lo peor del verano tórrido, Octavio y Pili se vinieron desde Bilbao sólo para pasar conmigo unos días y recordarme que seguían allí, firmes, como un enorme respaldo de cariño.
Y ahora, cuando empezamos a organizar este fin de semana en Valencia, no necesitaron más que enterarse para decidir que nos encontrarían allí y que, por fin, me harían conocer su Bilbao.
Así que pasamos el fin de semana juntos en Valencia y cuando el lunes a la mañana Rubén y los chicos se volvieron a Palma, yo partí con Octavio y su moza castellana, en auto, en un viaje absolutamente inolvidable, que les iré contando poco a poco.
Vaya esto, un poco largo, sí, ya sé, como introducción. Y en realidad contarles esto no fue del todo inocente: tengo mis vueltas, y tengo mis propósitos. Yo sé que eso que nos pasó a nosotros, conocernos por internet y terminar en una amistad que ya sabemos que será para siempre, no es lo más frecuente. Que incluso es extraño; no deja de sorprendernos a nosotros mismos, que somos los protagonistas. Pero ocurrió. Al menos una vez ocurrió, lo que quiere decir que puede volver a ocurrir, y que quizás lo único que haga falta sea tener un poco de intuición para descrifrar, sobre todo al principio, por dónde van los tiros. Les aseguro que vale la pena. No es fácil hacer amigos queridos nunca, pero a esta edad, cuando uno generalmente se ha vuelto ya bastante duro de roer y además mañoso, es todavía más difícil. Y como si fuera uno de esos milagros que nos esperan a la vuelta de la esquina porque sí, porque tenía que ocurrir, tata Dios o el azar o los dos me han reunido con unos amigos nuevos que me acompañarán ya para el resto del camino. Aunque no sea nada más que por eso, Dios bendiga a Bill Gates o a quien sea que haya hecho posible este asunto de comunicarse (quizás hasta hayan sido los indios charrúas, qué sé yo).
Y prometo que mañana empiezo con Valencia, que es lindísima.
2 Comments:
ja, yo ya me sabía todas las explicaciones.
ja, yo too
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