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Nombre: albertiyele
Ubicación: Palma de Mallorca, Illes Balears, Spain

17 febrero 2008

La otra Mallorca

Aquí, en el paraíso, uno puede olvidarse fácilmente de que existe la vida real. Uno puede caer en la tentación, que siempre es tramposa, de pensar que Palma y no sólo Palma sino la isla entera, son lugares muy lindos para pasar unas vacaciones, pero que a la larga terminan aburriendo. Uno puede llegar a creer que esto se ha convertido a fuerza de explotar el turismo en algo así como un decorado, un paisaje pintado como un trompe d´oeil, muy bonito, pero al que le falta la gracia y el pulso de la vida. Todo está limpio, todo está ordenado, uno puede recorrer el centro entero de la ciudad sin descubrir un papel en el suelo, un pucho, un semáforo que no ande, una planta seca y muerta, un grupo de gente que desentone, que grite, que se ría a carcajadas; hasta a veces parece que las mesas y las sillas de los bares más lindos de Palma están demasiado en fila, acomodados de manera un poco artificial, como de maqueta de arquitecto. Algo así como la diferencia entre una casa real, donde vive la gente, y una casa de revista de decoración: preciosa, pero sin alma.
Para encontrar el alma de esta isla, la vida que late, el pulso y el desorden de la vida real, hay que ir a los mercados. No a los supermercados, no. A esos mercados antiguos donde los puesteros ofrecen a gritos lo que venden, y las vecinas circulan con los carritos cargados de acelgas y rabanitos, y tocan las frutas y discuten el precio o el tamaño de las naranjas con el verdulero. Allí, en ese trajín de voces y de reclamos, de risas y de charlas de vecinas, de chicos que se escapan de la mano de su madre o lloran agarrados de sus polleras mientras ellas hacen cola para comprar pescado; en medio de los olores de las especies, de los jamones, del bacalao, de las frutas, de las carnes, en la mezcolanza y el desorden de los mercados, está la vida latiendo, desordenada, caótica, exuberante.
Hoy fuimos al mercado de Santa María, un pueblo precioso al costado del camino que une Palma con Inca. La cúpula azul de la iglesia de Santa María se divisa a lo lejos, rodeada de los techos de tejas, al pie de las sierras, y uno tiene la tentación de creer que ese pueblo es como de juguete. Pero entonces uno llega finalmente al pueblo, se baja del auto, empieza ya de lejos a escuchar ese runrun de multitudes, y de repente tiene enfrente la plaza del mercado, al aire libre, con cientos y cientos de puestos de todo lo que uno se pueda imaginar. Quesos de Mahón o de la Mancha, de oveja o de cabra o de vaca; curados o frescos, untuosos y suaves o fuertes y olorosos; panes de todos los cereales y todos los formatos, enteros o cortados en láminas finas, panes de campo, enormes, tentadores, o coquetísimas y doradas baguettes; jamones, y sobrasadas de porc negre, morcillas de Burgos, chorizos extremeños, butifarras catalanas, txistorras "para torrar", jamones de Praga, dulzones, perfumados; mieles de romero, o de azahar, o de menta, o de lavanda, con nueces, con almendras, líquidas y doradas, o compactas y aterciopeladas. Dulces y mermeladas de naranjas o de higos o de tomates; tomates de huerta, desprolijos, retorcidos, con olor y sabor de tomate; y tomatitos cherry en ramitos, o los perfumados "tomatigues de ramallet", tan mallorquines; tomates Raf, verdosos, cultivados en la vega de Almería. Mandarinas y mangos, y fresones murcianos, enormes, rojos; y melones de mil formas y plátanos canarios y cerezas chilenas; y puestos enteros de frutos secos, nueces y almendras de todas las maneras: enteras, con sólo la piel o sin ella, con miel o saladas, fritas o secas; higos secos y dátiles, avellanas, pistachos, castañas, maníes, que acá son cacahuetes. Zanahorias tiernas con sus hojas, acelgas y espinacas, lechugas, repollos, coliflores, cebollas moradas, los verdes y dulces calçots, y puerros y calabazas y chauchas finas o chatas y anchas. Y los puesteros voceando sus cosas, cambiando del mallorquín al castellano, mezclándolos, usando las lenguas que les pertenecen sin conflictos ni complejos, ofreciendo y pesando en esas balanzas viejas, que ya no quedan más que en esos mercados; y piropeando a la señora que elige mandarina por mandarina y discute y prueba un gajo jugoso. Y en el medio de ese exuberante desorden me pasa por al lado una madre joven consolando a su nena, que llora encaprichada con quién sabe qué cosa que no le han comprado: no llores, cariño, que si tú lo quieres, pa´tu cumpleaños "te se" compra. Y yo pienso que por un segundo me ha pasado al lado la vida, la luz y la fuerza colorida de la vida real, la que a veces no encuentro en las calles limpias y ordenadas y maquilladas de la coqueta Palma.

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