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Nombre: albertiyele
Ubicación: Palma de Mallorca, Illes Balears, Spain

21 agosto 2009

Y esto otro, yo

Y yo ni lerda ni perezosa, y encomendándome al espíritu de jolgorio de mi santísima tía Borila, les mandé una carta de lectores protestando y protestando, como para no desafilarme la punta de la lengua. Y ellos tuvieron a bien publicarla. Ahí va:

Alicia Iso. Palma.
Yesaidú y Borila
Suelo leer las columnas de opinión de Eduardo Jordà con placer. Pero la de ayer fue una sorpresa, y no agradable. En ella habla de los nombres absurdos que ahora y no antes (según él) y generalmente extranjeros ponen a sus hijos. De "sudamericanos" habla él, y no me extraña. Aunque no creo que haya manera de llamar sudamericano a un mejicano o un dominicano, está ya establecido llamar "sudamericano" o "latino" a todo lo que inmediatamente después se va a denostar. Latinas son las bandas de pandilleros, sudamericanos los atracadores de bancos, los inmigrantes sin ninguna calificación que engrosan las filas del paro, las prostitutas, los niños que elevan los números del fracaso escolar, los nuevos vecinos que degradan los antiguos barrios pacíficos, y ahora también los que llenan los registros civiles de nombres absurdos. Todo lo malo parece naturalmente atribuible a esta gente: los sudamericanos y/o latinos, que además son sinónimos. Pero es curioso que cuando uno de ellos se destaca en algún campo ya no es ni sudamericano ni latino: pasa a ser "hispano". El caso de la nueva jueza de la Corte Suprema de Estados Unidos es un buen ejemplo.

Mis abuelos maternos eran españoles. En la primera mitad del siglo XX, que no ayer, bautizaron a sus hijas como Eustasia, Solidaria, Armonía y Borila, y a su quinto hijo varón, Quintilio. Y mi madre se llama Obdulia. Mi padre también es hijo de españoles. Él tuvo más suerte y se llama Pedro (...). Creo recordar que hace poco fueron juzgados en Cataluña unos jóvenes por prender fuego a una mendiga que nada les había hecho. Y a otro que, sin decir ni agua va, la emprendió a patadas y golpes contra una "inmigrante sudamericana" que viajaba tranquilamente sentada en el metro. Y por cierto ninguno de ellos se llamaba "Yesaidú" ni "Mara Dona" ni "Ailaviú". Los prejuicios no son buenos. Nunca. Para nada. Y extenderlos, aunque sea en tono jocoso, puede resultar muy ofensivo.

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