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Nombre: albertiyele
Ubicación: Palma de Mallorca, Illes Balears, Spain

15 febrero 2007

De internet, mi ángel de la guarda y otras cosas

No me reten: les prometí que les contaría de las fiestas de San Sebastián y todavía no empecé. La verdad es que fueron tantos y tan exuberantes los festejos que no sé muy bien por dónde empezar; pero mi promesa sigue firme: yo les contaré.
Pero ahora quiero hablarles de otro tema. Entre las muchas cosas fantásticas en las que uno suele creer en la infancia, yo tuve al menos dos de las que no sé bien quién me convenció, pero que en todo caso endulzaron mi niñez de un modo que nunca dejaré de agradecer. Una, obviamente, fueron los Reyes Magos. Todavía tengo el recuerdo casi físico de los latidos del corazón (la tropilla de la zurda, que diría el tango) entre las sábanas en las noches tibias del 5 de enero, en mi cama y mi cuarto marplatenses. En el silencio de mi barrio perfumado de tilos yo oía, expectante y paralizada no sé si de terror o de pura esperanza, rumores de pasos y de voces que eran, sin ninguna duda, los de esos Gaspar, Melchor y Baltazar y sus misteriosos camellos, que de alguna manera mágica se colaban esa noche no sólo en mi casa, sino en las casas de todos mis amigos. Venían a dejarnos unos regalos que en mi caso, la verdad, no eran ni más ni menos valiosos que los otros tantos juguetes que me compraban mis padres durante todo el año. Yo no esperaba con ese fervor a los Reyes Magos por las cosas que podían traerme, no. Papá y mamá, que eran unos viajeros empedernidos, nos traían a Cristina y a mí muñecas hermosísimas de lugares lejanos; jueguitos de té de porcelana; roperitos en miniatura colmados de ropa para esas muñecas preciosas; juegos de mesa; bebés que lloraban y reclamaban el chupete o la mamadera; libros de aventuras que me sacaban del mundo simple y cotidiano en el que vivía. Hemos tenido, mi hermana y yo, una infancia colmada de regalos. No, no era por eso que yo esperaba a los Reyes Magos.
Levantarse a la mañana del 6 de enero y descubrir en la chimenea de casa la bicicleta (ah mi bicicleta roja y ligera de la infancia!), las muñecas, lo que fuera, tenía un plus de milagro que a mí me fascinaba. Lo fantástico, lo que se salía por todos lados del mundo real, estaba allí, tangible, convertido en la más absoluta y deslumbrante realidad. Eso, y no las cosas, era mi regalo de Reyes. Salir a la calle con los juguetes nuevos y encontrarme a mis amigos del barrio (Robertito y Osvaldo; Cristina, Mariano, Popi, Teresita, Lucy, Wanda, las Matildes, Alciras, Amelias, tantos y tantos chicos que acompañaron las vacaciones de mi niñez y de mi adolescencia y que sabrá Dios dónde estarán ahora), todos con esas caras de incredulidad y de alegría, mostrándose unos a otros los regalos, era una fiesta que yo esperaba cada año como lo mejor del verano. Y de paso, ahora que lo pienso: los tres únicos días de Reyes de mi vida que no pasé en Mar del Plata los pasé en España: uno, ya muy lejano, en Toledo, y los dos que llevo en Palma.
Pero además de los Reyes yo tenía otro milagrito por allí, y ese me acompañaba todo el año. Para mí que siempre fui bastante miedosa, no había amparo más seguro y más firme que mi ángel de la guarda. Yo no sé si fue mamá, si fue mi queridísima Paz o si fueron las monjas, aunque ahora que lo escribo: sí, seguramente fueron las monjas. La cuestión es que haberme convencido de que los chicos teníamos siempre disponible un ángel personal que nos custodiaba y nos protegía fue lo mejor que pudieron haberme contado. No hubo noche de mi infancia, y hasta bien entrada la adolescencia, en que yo no invocara a mi ángel para charlar un rato y para sentir que no estaba sola en la cama, aterrada ante el mínimo crujir de las maderas o el rumor del viento en las ventanas. Saber que estaba allí, conmigo siempre, me confortaba y me rodeaba de una enorme calidez que en la vida adulta no sé si he vuelto alguna vez a recuperar.
No recuerdo en qué momento perdí de vista a mi ángel; no sé en qué momento los chicos dejan de creer en lo mejor de la vida para empezar a ser adultos y creer ya en cualquier pavada que igual no les servirá ni para consuelo. De cualquier manera últimamente, con esto de internet, y las cosas que me pasan a mí con internet, estoy empezando a creer que aquel ángel de mi infancia todavía está conmigo y yo como una marmota, sin darme cuenta. Ahora les cuento.

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