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Nombre: albertiyele
Ubicación: Palma de Mallorca, Illes Balears, Spain

17 febrero 2006

Final de año


Cuando llegó el 31 de diciembre estábamos ya todos los que teníamos que estar (aunque faltaban tantos). Carli y Betty con sus chicos y hasta el flamante yerno (alguien me explicará algún día por qué queda tan diferente si uno dice Nadia con su nuevo esposo, o Nadia con su esposo nuevo, pero dejémoslo, porque esas cosas a nadie le interesan, y Nadia es una bella niña que acaba de casarse), Cris y Bocha y Josefina; Joaco y Juliete, y Perico y Ramiro y Rubén y mi amiga Filo y yo. Todos en casa, que es amplia, sí, y a comer y a beber, que se acaba si no el mundo al menos el año.
Y ahora que lo pienso y que lo escribo, qué año extraño, qué año fuera de todo lo previsto, qué año! Muchas veces en este tiempo he pensado qué pasó con mi vida; muchas veces he pensado por qué o para qué nos habrán pasado todas estas cosas tan fuera de programa a esta altura, cuando todo parecía deslizarse mansamente hacia lo previsible: ver crecer a los chicos, que terminen la escuela, que se reciban un día de quién sabe qué, hacernos viejos, qué sé yo; ir pasando la rutina de los días y los años de un modo más normal. Y de repente parece que todo se trastoca; que nada de lo previsible ocurre; que la vida da un giro bruscamente hacia cualquier parte y aquí estamos, sin tener ni la menor idea de qué será mañana. ¿Por qué pienso esto ahora, mientras trato de contarles el festejo de la "Noche Vieja"? Porque me dio por pensar qué festejamos; por qué un día cualquiera, arbitrario, en un momento cualquiera, que también es arbitrario, el mundo parece detenerse a observar, a esperar, a festejar, a palpitar...¿qué? El paso del tiempo. Por un rato cada año nos dedicamos a escuchar morosamente, deleitosamente, el paso del tiempo.
Y debe ser eso, esa celebración que en el fondo todos sabemos que es extraña, lo que de alguna forma nos altera, nos conmueve, nos remueve el piso en el que solemos sentir que estamos tan bien plantados. Y quisiéramos estar pero no quisiéramos, quisiéramos estar acá y allá, con Fulano o con Mengano pero también solos; festejando pero como con una cierta inquietud, una tensión que casi se toca en todos. En el primer libro que Borges publicó, todavía muy joven y recién llegado de vuelta a Buenos Aires (nunca lo había recordado, pero en ese primer periplo de la familia Borges en Europa estuvieron una larga temporada en Mallorca también) tiene una poesía que se llama justamente Final de año "...y nos obligan a esperar / las doce irreparables campanadas./ La causa verdadera / es la sospecha general y borrosa / del enigma del tiempo./ Es el asombro ante el milagro / de que a despecho de infinitos azares, / de que a despecho de que somos / las gotas del río de Heráclito, / perdura algo en nosotros: inmóvil, / algo que no encontró lo que buscaba."
En fin: para no variar las cosas hubo algún que otro llanto en medio de la cena, que fue muy informal, porque la casa es amplia pero no hay vajilla que alcance para tantos, así que había platos encima de las mesas de apoyo, copas arriba de los estantes de la biblioteca, jamones en la mesa baja del living, turrones por acá y por allá, higos y almendras, y mantecados y lomos embuchados, y chorizos y panes, y pimientos y patatas y un despelote que se acomodaría muchísimo después.
Y poco antes de las 12, desbande general: a abrigarse y a bajar, a la calle, a festejar. Caminamos en bandada por las calles de Palma, que por suerte nos acompañó con una noche serena (pudo haber llovido, pero no; pudo haber hecho un frío de la san flauta, pero no; incluso pudo haber nevado, pero tampoco), fresca, limpia. Y llegamos a la Plaza de Cort ( la del olivo, sí) por esas callecitas, por esas escaleras de piedra gastada, por ese laberinto de iglesias y portales y patios y palacios casi con la lengua afuera, con los minutos justos para destapar las latitas con las uvas, y esperar las campanadas.
Era una multitud. Familias enteras; parejas solas; gente joven y gente muy mayor; todo mezclado, como en la Fiesta de Serrat. Los más jóvenes (y los no tan jóvenes, por cierto) se habían ido preparados, con los bolsillos llenos de latas y botellas y vasitos de plástico. Hubo saludos, brindis, besos, abrazos, música, trencito, baile, y atrangante de uvas contadas al compás de las doce (Rubén sigue sosteniendo que en su lata debían venir más uvas de lo previsto) y hasta sonó el cordobés Rodrigo por allí.
Y todo en paz. Fuegos artificiales, sí, pero muy controlados; algún mamado, pero también muy controlado. Y sin duda un final de año absolutamente diferente para todos. Seguramente ni los chicos ni nosotros lo olvidaremos. Allí estaban en el festejo todos los sueños, todos los amigos, todos aquellos que durante este año tan extraño nos han acompañado, de alguna forma, de alguna misteriosa forma, brindando con nosotros.
La foto, no necesito decírselos, es de los tres chicos, juntos, como debe ser, como debería ser, la Noche Vieja del 2005, en la Plaza de Cort, en Palma de Mallorca.

1 Comments:

Blogger Joaquín Lucio said...

Bueno, Buenos Aires es realmente un horno en estos momentos, debemos andar por los 35 grados asiq la verdad es q nadie tiene ganas de hacer mucho. Estoy tratando de anotarme a las materias de la facultad, pero es imposible, el sistema ese pedorro que usan no me deja entrar, debe haber mucha gente tratando de entrar al mismo tiempo.
Intenté hablar con el pelón pero dice que está hablando con un amigo, debe estar enojado porque me vine y no me quede con él, o por algo que yo no sé.
Leí tu mail y la verdad que el tema ese del riachuelo lo pensé un montón de veces pero nunca se me ocurrió ponerlo en práctica, y a su vez, no sabría bien cómo, pero la idea es buena y voy a ver si algo puedo hacer.
Bueno, los extraño mucho a todos y les mando un beso grande!!!

20/2/06 13:06  

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