La soledad

La evidencia de las fechas es inocultable: hace mucho que no escribo nada aquí. ¿Por qué? No lo sé. La verdad es que paso días tranquila, y otros muy angustiada. Me acompañan la radio (mucho, muchísimo), y la ciudad de la que voy apropiándome, rincones con los que ya voy teniendo una complicidad, esquinas en las que ya puedo decir que me ha pasado algo, o a las que recuerdo una noche de fiesta o una tarde de lluvia; perspectivas de la ciudad que ya busco porque sé lo que me van a mostrar a la luz de la mañana o con el rosa del atardecer. Me acompañan también mis rutinas, que aunque son absolutamente banales me acompasan los días y las noches.
Los chicos van teniendo sus cosas: la escuela, el fútbol, programas de la tele que ya siguen con continuidad. Rubén trabaja mucho. Y la verdad es que yo me siento sola, muchas veces. Sé que mucha gente me alienta en la distancia, pero en la vida cotidiana no consigo relacionarme con nadie de manera más o menos cercana.
Charlo de vez en cuando con mi vecina de balcón, más en verano que en invierno. Voy a tomar café con la querida Lala al terminar las clases de catalán, y a veces me parece que se detiene conmigo a charlar más de la cuenta porque le debe dar un poco de lástima mi soledad.
Pero los días y las horas son muy largos, la nostalgia de lo perdido es casi inevitable.