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Nombre: albertiyele
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23 julio 2008

Girona



En diciembre de 1978 entré en una librería de Madrid desesperada por conseguir todo lo que en Buenos Aires era imposible de encontrar entonces. Entre otras cosas (recuerdo, por ejemplo, Cinco horas con Mario de Delibes, un libro que me acompañó por tantos caminos tan distintos) me compré una novela gordísima que jamás había escuchado ni nombrar; ni la novela ni su autor: Los cipreses creen en Dios, de José Ma. Gironella. Me la compré nada más que porque me gustó el título, y porque comprar libros en Madrid era entonces para nosotros baratísimo, una verdadera ganga. Y antes de irme de Madrid mandé ese libro junto con todos los demás por barco a Buenos Aires: llegaron ellos antes que yo.

Permaneció en un estante de mi biblioteca porteña años y años sin que yo lo leyera. Ya había nacido Joaco y ya estaba de vuelta en Buenos Aires después del período formoseño cuando ni sé por qué se me ocurrió agarrarlo. Y ya no pude soltarlo hasta el final de sus no sé cuántas pero muchísimas páginas. El problema fue que cuando terminé me enteré de que la historia recién empezaba: era una saga de tres novelas que resumían en la vida de una familia de Girona las miserias de la guerra civil española. Desde alrededor de un año antes de que empezara, y ese era el primer libro, el que yo me compré en Madrid, hasta la postguerra, tanto o más devastadora que la guerra misma.
Conseguir los otros dos desde Buenos Aires, ya para entonces en hiperinflación, el comercio exterior cerrado a cal y canto por los hiperprecios, fue casi misión imposible. Me recuerdo a mí misma recorriendo librería por librería de una lista interminable; tardes enteras caminando como una mula por medio Buenos Aires y tachando de una en una todas las que me decían que no, que imposible. Ni me acuerdo cuál fue el librero que se apiadó de mi ansiedad y me prometió que me los traería.
Yo conocí Girona entonces, de un modo casi fotográfico: las casas sobre el Ter, las iglesias, la judería, las plazas, los paseos, las callecitas como de laberinto que se pierden en escaleras de piedra, los puentes sobre el río. Y la verdad es que jamás pensé que un día me pasearía por esas calles. Ese breve día de Girona fue lo mejor del viaje para mí. Como una gota gorda de felicidad que cayó justo y por azar, plaf, en la mitad de la vida.

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