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Nombre: albertiyele
Ubicación: Palma de Mallorca, Illes Balears, Spain

11 noviembre 2008

Dos y dos son cuatro

Los dos eran jóvenes, fuertes, sanos. A los dos sus madres los amaban con ese amor aterrado que tenemos las madres, que a veces resulta casi asfixiante, sí, y que nos haría tenerlos encerrados bajo nuestra pollera toda la vida, si nos dejaran; y los dos tendrían amigos, hermanos, primos, vecinos, que habrán escuchado la noticia y habrán llorado, puteado, pateado las puertas, ajenos a todo consuelo. Los dos emprendieron una aventura enfrentando los riesgos, casi desafiando a la suerte, en un rito de valentía que a nosotros, en el calor de nuestras casas y nuestras camas, nos parece heroico. Los dos pensaron que con ese gesto supremo de coraje quizás mejoraran algo, un poco, el mundo, su mundo, el desgraciado mundo que les ha tocado, que nos ha tocado a todos. O quizás sólo pensaran que tanta juventud y tanta hombría podría servir para que ellos y su familia vivieran un poco mejor: la paga y el deber. Atrás de casi todas las tragedias termina estando la paga y el deber. En el final a los dos se les habrán cruzado imágenes de infancia, quizás un paisaje agreste, un patio, unos juegos, la voz y las manos de sus madres, el perfil de sus padres, las caras últimas de unos amigos despidiéndolos, o de los hijos, o de las mujeres.

Los dos han muerto; están muertos, inútil y fatalmente muertos. Los ha ido a buscar para traerlos a casa toda una ministra de estado; los han devuelto cadáveres, en un cajón, con todos los honores, con ceremonias de despedida, con ayuda y apoyo y caricias y sillas en primera fila para sus familias, con príncipes altos y rubios imponiendo condecoraciones, y bandas tocando marchas fúnebres, y desfiles de ejércitos en posición de firmes. Y a uno lo aterroriza pensar que después de ellos habrá otros.

A los otros dos no los espera nadie, son apenas dos líneas en alguna página del diario, no tienen ni nombre, como las hormigas o los mosquitos; ni nos preguntamos dónde ni quién los enterrará, ni quién ni en qué lugar llorará su muerte; no volverán a casa ni cadáveres, nadie reclamará por ellos, nadie esparcirá agua bendita sobre sus cajones. Ni llanto, ni ceremonias, ni cantos fúnebres, ni nada de nada, ni entierro en intimidad o en público. La vida y la muerte les ha tocado en el "lado malo, llevo la marca del lado oscuro", el lado que ni vemos ni queremos ver; mejor seguir tranquilizándonos con la celebración por el triunfo de Obama.

Están muertos; inútil y fatalmente muertos. Y a uno lo aterroriza pensar que después de ellos habrá otros, tantos, tantísimos.

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