Aquí, en el paraíso
Aquí, en el paraíso, pasa lo mismo que en el mundo real. Y hasta lo mismo que en el mismísimo tercer mundo de los países bananeros, que tanto conozco. Los muertos todavía no deben estar enterrados y ya circula la pelota de mano en mano: el alcalde dice que los propietarios, los propietarios dicen que los arquitectos, los arquitectos dicen que el aparejador, el aparejador dice que los albañiles que no saben trabajar; los sindicatos dicen que los dueños y los arquitectos; el partido de la oposición al alcalde dice que el alcalde, el alcalde dice que quienes debían inspeccionar; el partido del alcalde dice que no sabe quién, pero el alcalde no; la asociación de hoteleros dice que la lluvia, los albañiles dicen que los hoteleros; el gobierno dice lo que dicen siempre todos los gobiernos, ¿adivinen?: que hay que dejar actuar a la justicia (ja) y que se va a llegar... ¿a dónde, adónde se va llegar? hasta las últimas consecuencias (requeteja), por supuesto. Que deben de ser, las últimas consecuencias, acá y allá y en todas partes, algo así como el horizonte, algo que todos vemos clarísimo pero que nunca alcanzaremos, y que además sabemos que nunca alcanzaremos.
Los únicos calladitos son los muertos, que estarán muy ocupados viendo si entran o no en el otro paraíso, en el de mentira, que al final va a resultar el único verdadero; y sus familias, que están muy ocupadas llorando. La culpa no es de ninguno, y ya estamos todos viejos (que dijo Fernández Moreno)
Los únicos calladitos son los muertos, que estarán muy ocupados viendo si entran o no en el otro paraíso, en el de mentira, que al final va a resultar el único verdadero; y sus familias, que están muy ocupadas llorando. La culpa no es de ninguno, y ya estamos todos viejos (que dijo Fernández Moreno)
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