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Nombre: albertiyele
Ubicación: Palma de Mallorca, Illes Balears, Spain

29 julio 2009

Trámites

Durante mucho tiempo pensé que iba a haber un día en que por fin sintiera la euforia de haber terminado con los trámites, de volver por fin a la legalidad de siempre, a la sensación de ser un ciudadano cualquiera, con unos derechos y unas obligaciones como cualquiera. Esas cosas que no se aprecian hasta que te pasa como al Gregorio kafkiano: una mañana te levantás y te ves convertido en cucaracha.
Bueno: yo no me levanté un día sino que me bajé de un avión un día, a miles de kilómetros de casa, y de repente: heme aquí, cucaracha. Alguien a quien cualquiera podía referirse de cualquier modo (hay mil maneras: indocumentado, ilegal, inmigrante indocumentado, sudaca, panchito, sudamericano, irregular, y mil etcéteras) y asociar además a cualquier clase de malos vicios y delitos. Algo puse en el blog: aquí en Palma hasta hubo gobierno que pagó miles de euros por informes que aseguraban que el problema de las sudamericanas es que tenían (teníamos) una inclinación cultural a la prostitución, lo que dicho en buen criollo viene a querer decir que éramos (somos, seremos, qué sé yo) todas putas. Y hubo quien con la sutileza de un cascotazo en los dientes (o un sartenazo en la jeta, que dice mi buena amiga la Oriental) me dijo que si no me gustaba lo que había ya podía irme por donde había venido.
Con todo eso durante largos tres años, creí que cuando por fin tuviera un documento que acreditara que yo seguía siendo una inmigrante, pero en son de paz e incluida en la más estricta legalidad, me aliviaría y hasta sentiría esa efervescencia de la meta alcanzada. No fue así. No sé si porque ya estoy un poco vieja y las emociones se van atenuando, o porque las amarguras pasadas fueron tantas que ya no tendrán alivio. Algo así como aquel viejo y revelador "no habrá más penas ni olvido".
La cuestión es que desde diciembre del año pasado, hace ya unos meses, soy legal. Y hasta tengo desde hace unos dos meses mi carné de conducir en regla. Todo un logro. Ya puedo ver un policía y no huir despavorida como si fuera el mismísimo Jack el destripador. Pero no sentí ningún entusiasmo, ninguna alegría, ningún deseo de brindar con champagne y tirar papel picado. Nada de eso. Guardé los consabidos documentos en la billetera, suspiré como quien encuentra un banco donde sentarse al fresco después de una larga caminata, y nada más.
Pero hete aquí que los trámites siguen, interminables. Apenas 6 meses después de declararme formalmente una extranjera residente en España ya estoy otra vez con papeles de renovación: otra vez fotocopias de pasaportes, contratos de trabajos, certificados de matrimonio, de empadronamiento, de buena conducta, qué sé yo: otra vez sopa.
Y otra vez, para hacerlo más complicado, y más caro, a tramitar un certificado de antecedentes penales al consulado argentino, o sea: a Barcelona. Y que después algún alma caritativa me lo recoja en Buenos Aires y me lo mande por correo, porque tiene una validez de tres meses desde que se inicia el trámite, y por vía consular pueden tardar dos meses en mandártelo. ¿Por qué? Porque sí; porque las burocracias, acá y allá y en todas partes, están sobre todo para joderle la vida a la gente, y porque después de todo sin ellas, qué hubiera sido de nuestro buen Kafka?

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