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Nombre: albertiyele
Ubicación: Palma de Mallorca, Illes Balears, Spain

15 agosto 2011

Santander, día cuatro

Es miércoles 10 de agosto. El curso va bien y mi compañera castellana, que reaccionó un poco fieramente el lunes con la tardanza del conferenciante y que ahora sé que se llama Celia, es una chica joven y atenta, conversadora, simpática, cálida. Un encanto de persona. Durante las intervenciones de la mañana alguien que se presenta como "Carlos, abogado" menciona por primera vez el blog de Muñoz Molina, y es curioso. La primera sensación es que alguien nombró a mis amigos del café de la esquina. Pero no identifico a Carlos, que es una voz también castellana que suena detrás de mí y a la que no llego siquiera a ponerle cara.
En la pausa del café me llama la atención que los camareros que atienden la barra del bar, en el que hay que abrirse paso (en mi caso: casi en puntas de pie y cogoteando para ser apenas divisada detrás de las cabezas que siempre son más altas), ya nos conocen y hasta saben qué pedimos. En tres días nos pescaron los hábitos y además los memorizaron. Me recuerdan a los viejos mozos argentinos, que eran, claro, mayoritariamente gallegos.
A la vuelta del café y mientras entramos charlando unos con otros, ese Carlos, abogado, que había mencionado el blog, de repente me mira casi como si me descubriera, y como si le diera una cierta impresión descubrirme: ¿Tú no serás albertiyele, verdad? Hay algo entre curiosidad y miedo a meter la pata en su pregunta, como si no se animara del todo a preguntarme (y es natural, pienso: Si yo no fuera albertiyele, ¿cómo explicarle a nadie ese nombre tan absurdo?) Sí, le contesto, claro que soy albertiyele. A Carlos, el abogado, hasta ese momento un señor formal y perfectamente desconocido, se le ilumina una sonrisa en la cara: yo soy "la mirada melancólica". Durante meses nos hemos leído unos a otros; sabemos más de algunos de esos desconocidos que de amigos de toda la vida. Es una enorme alegría por fin ponerle cara a alguien que termina siendo para uno un "desconocido íntimo", como dijo Clara tan sabiamente en el blog. Y esos nombres absurdos que nos hemos dado de pronto nos dan risa, suenan a película de espías. Así que después de las risas y las presentaciones, charlamos un rato, él también es de Valladolid, como Celia. No saben, no pueden imaginar los castellanos Celia y Carlos, cuánto me gusta a mí oírlos hablar; qué bien me suenan esas eses ásperas, de lija; esas jotas que salen quién sabe de qué profundidades, esas eñes que tienen filos de cuchillos y a mí jamás me saldrán ni parecidas. Oír hablar a los castellanos es un pequeño placer que no suele ocurrirme. Así que sin que ellos lo sepan yo les robo esa música mientras hablan. Qué bien.
Terminada la mañana Celia me invita a comer con ella y una amiga a la salida del curso. Y comemos en el chiringuito de la playa de la Magdalena, que está repleto de gente. La tarde entera está repleta de gente. El clima sigue espléndido, con un sol radiante, el mar sereno y un aire fresco que es como una bendición. Todo va bien.

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