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Nombre: albertiyele
Ubicación: Palma de Mallorca, Illes Balears, Spain

07 mayo 2006

"Pero volvamos donde dejamos la narración"

El título no es mío: es de una canción de Jairo que a mí me encanta (creo que se llama El bar Unión), y ahora mismo me viene la frasesita de la canción como anillo al dedo, así que me la apropio.
Para quienes no se han tomado la molestia de leer con frecuencia esta cosa (están no sólo disculpados, sino amplia y sinceramente justificados: soy larguera, y para mí misma bastante aburridora), les cuento que estaba yo relatando, con interrupciones siempre, pero relatando, mi excursión a la Península (ya me amallorquiné y le digo yo también la Península a lo que siempre le dije España, y ay qué manera de poner paréntesis) en la amigable y generosa compañía de Pili y Octavio, que finalmente como le vaticiné la primera vez que hablé con él, terminó siendo mi Virgilio. Así que pasadas ya las turbulencias de las noticias porteñas de los últimos días, voy a retomar la narración de ese viaje inolvidable, para llegar a Bilbao.
Dejamos atrás Soria, en mitad de la tarde del miércoles, apenas un día después de haber salido de Valencia y a mí me parecía que habían pasado meses, y nos encaminamos hacia esas montañas nevadas todavía, que deberíamos atravesar para llegar a La Rioja, la de los buenos vinos, sí.
Por uno de esos milagros de la vida Octavio accedió a cederme el volante, y aunque un poco temeroso permitió que cruzáramos el puerto de Piqueras (1710 metros, apenas una sierra) conmigo manejando. Es curioso cómo cambia el paisaje de un lado y otro de ese puerto. Del lado castellano: nieve, tierra que parece dura, árida, parda. Del lado de La Rioja todo es verde; la primavera explotando en la floración de los frutales, los viñedos, la pradera reverdecida y brillante. Bordeando el camino que nos lleva hacia el norte todo son árboles en flor, blancos, rosados, amarillos y esos tonos verdes brillantes y prometedores del brote nuevo.
Finalmente, en el último tramo del viaje, tomamos la autopista que nos llevará derechito hacia Bilbao, hacia Galdakao, hacia la hospitalidad y el remanso de la casa de mis amigos.
Y llegamos por fin tal como Octavio había calculado, casi con la precisión de un relojero, cuando se acababa el día. La primera impresión de Galdakao es auspiciosa: un suburbio de Bilbao, sí, pero un suburbio con personalidad y vida propia. Octavio y Pili viven en un piso sobre una calle muy comercial, muy vital, poblada de bares, librerías, bancos, gente que va y viene, animada y tranquila a la vez, parecida a ellos mismos.
Y encuentro ni bien entrar que Pili ha hecho de su casa su reino, y un reino construido a fuerza de buen gusto pero también de vida. La casa de mis amigos es una casa coqueta, con bellos cuadros, con muebles antiguos y bellísimos, amplia, luminosa, pero no de revista de decoración. La casa de mis amigos está poblada de libros, de rincones de vida muy vivida, esos lugares donde a uno no le da miedo tocar algo o mover un cenicero de lugar. Y allí, recién llegada, conozco a Gustavo, el único hijo varón de Octavio y Pili, que me resulta igual de cálido y de hospitalario que sus padres. Por alguna razón Gustavo no hubiera querido llamarse Gustavo. Como nos pasa a todos, nuestro nombre nos parece demasiado común, o demasiado raro, o demasiado corto, o demasiado largo. Gustavo hubiera preferido llamarse...Diocleciano!!!! Así que así lo llamaré: desde hoy mismo será para mí Diocleciano, un joven un poco vasco, un poco castellano, inteligente, con un sentido del humor delicado y agudo, y una pasión tan descontrolada por la historia que es capaz de quedarse hasta la madrugada escuchando a una porteña charlatana que apenas conoce y que le ha invadido la paz del hogar. Diocleciano tiene la sonrisa fácil y seductora de su madre, y la mirada melancólica de su padre. Ah! y casi me olvido: goloso además; por suerte traíamos yemas con chocolate de Soria, que Diocleciano y yo nos disputaríamos como buenos chocolateros en el curso de las sobremesas. Ojalá un día quisiera visitarnos en Mallorca; sería para mí un enorme placer poder retribuirle de algún modo su hospitalidad y su paciencia (aguantarme a mí hablando de Argentina o de Borges no es fácil, yo lo sé) y volver a charlar con él, y habiendo como hay aquí buenas chocolaterías, y ensaimadas, y cocas de patata de Valldemosa, quizás se tiente.
Pero por hoy los dejo aquí. Al fin de un día que empezó en la sorprendente Cuenca y terminó en la hospitalaria Galdakao, estamos muy cansados. Así que a dormir, que al día siguiente nos esperaba por fin el País Vasco.

1 Comments:

Anonymous Anónimo said...

Cómo me alegro de que vuelvas a este sitio y nos sorprendas con apreciaciones que a mí, que estaba allí, me pasaron desapercibidas.

Sólo una pequeña puntualización: GALDAKAO NO ES UN SUBURBIO. Cualquier persona medianamente culta sabe que Bilbao queda EN LAS AFUERAS DE GALDAKAO.

Un beso.

7/5/06 11:57  

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