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Nombre: albertiyele
Ubicación: Palma de Mallorca, Illes Balears, Spain

02 agosto 2012

Una cena perfecta en Cap Rocat






El lunes 31 de julio estuvimos de celebración, así que decidimos darnos un gusto y elegir un restaurante de esos que hacen de una cena algo inolvidable. La elección no pudo resultar más perfecta.

Enclavado en una punta de la Bahía de Palma hay un nuevo hotel que en realidad nosotros ya conocíamos de cuando aquello no era todavía un hotel. El lugar fue un fuerte militar, estuvo durante muchos años abandonado, al final de una carretera que sólo sirve para llegar hasta allí, hasta que hace unos años lo compró (o lo obtuvo en concesión, o no sé, pero mejor dejémoslo) alguien y comenzó a reciclarlo. Primero se habilitó una parte sólo para celebraciones, y allí fuimos invitados a un casamiento que fue una de las fiestas más pintorescas a las que haya ido en la vida. Pero aquella es otra historia.

Desde el año pasado, ya rehabilitado completamente, funciona el hotel y dos restaurantes, y a uno de ellos fuimos el lunes a celebrar. El lugar ya sabíamos que es magnífico; la noche no podía ser más ideal, con una brisa suave del mar y una luna perfecta; la hora a la que llegamos (horario de turistas de la Europa fría, que cenan muy temprano) fue perfecta porque nos permitió ver allí la puesta de sol. Pero lugares así hay a montones en Mallorca, e igual o incluso muchísimo más caros. Lo que verdaderamente completó la perfección fueron la comida y sobre todo la atención de todo el personal. Chicos muy jóvenes de medio mundo que desde el momento en que llegamos nos atendieron con una sonrisa de oreja a oreja, cosa que en estos pagos se agradece enormemente. Como el restaurante está al borde del mar y el parking al que uno llega está mucho más alto, hasta nos bajaron en uno de esos carritos de los campos de golf. En nuestro caso el chofer era un chico francés, de Strasbourg, simpatiquísimo. Entre los camareros había, infaltable, una argentina, marplatense; pero no fue ella quien nos atendió, sino un chico húngaro, también muy joven y correctísimo. La comida, que fue llegando lentamente, dándonos todo el tiempo para la charla, las fotos, y la delectación del paisaje, que iba cambiando a medida que se ponía el sol, estaba riquísima. Y por último los precios nos parecieron más que razonables. El lugar estaba lleno, y me alegré mucho.

Todos esos chicos que trabajan allí y que nos hicieron sentir tan cómodos desde el principio hasta el final, se quedarán sin trabajo cuando termine la temporada: el hotel cierra en el invierno, y allí no queda nada más que un páramo barrido por el viento, en un lugar bastante inhóspito. Llegan a trabajar todos los días como buenamente pueden (unos en coches de otros o en el único autobús que pasa cada dos horas y los deja a más de 500 desolados metros, bajo un sol de desierto o en la más densa oscuridad de una ruta sin otro destino que el hotel), hablan en el idioma que haga falta (había entre los comensales al menos ingleses, alemanes y franceses) y seguramente ganan un sueldo normalito. Sin embargo son enormemente cordiales, cálidos, agradables, y en ningún momento olvidan que la gente con la que trabajan está de vacaciones y ha llegado hasta allí a disfrutar. En pocas palabras: esos chicos, que por supuesto no son los dueños del hotel, cuidan su trabajo y cuidan al turista, hacen lo mejor que pueden y saben, cumplen su tarea de manera excelente y dan de estas islas la mejor imagen posible. Chapeau para todos ellos y para quien sea que los haya elegido. Y que haya suerte y el verano que viene los vuelvan a contratar. Se lo han ganado.

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