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Nombre: albertiyele
Ubicación: Palma de Mallorca, Illes Balears, Spain

29 diciembre 2007

Roma, Roma, Roma


Nos hospedamos en el hotel White (www.whitehotel.com) , que ya teníamos reservado y pagado vía Corte Inglés. Ubicación ideal, a unos metros apenas de la Fontana de Trevi, de la Piazza Barberini, del Quirinale; a pocas cuadras del Pantheon, en fin: mejor imposible. Un hotel chico, de esos en los que después del primer desayuno te conoce todo quien, limpio, bien. No era perfecto, no. La heladera del cuarto no funcionaba (nos compramos una botella de Pommery para brindar la noche de Nochebuena que nos trajimos de vuelta a Palma, porque el champagne caliente no es lo que se dice ay qué rico), el baño muy paquete y muy limpio, sí, pero la ubicación de la bañera la debe haber diseñado Mefistófeles, o uno de esos arquitectos argentinos (ay si les conoceré las mañas) que miden que el agujero de la cerradura coincida con no sé qué detalle del cuarto, pero después te ponen la rejilla en la parte más alta del suelo, cosa que el agua se te escurra exactamente para el otro lado. Para abrir la canilla de la bañera hay que meterse indefectiblemente adentro de ella, con lo cual si te metés vestida te mojás la ropa, y si te metés desnuda te cagás de frío hasta que el agua sale caliente. El duchador no tiene de donde colgarse, para enjuagarte inundás el baño entero, así que o lo secás o allí no volvés a entrar sin botas de goma hasta las rodillas. ¿Que me voy en detalles? Pues les cuento que cada vez que me bañé (4 noches, 4 baños) me acordé de todos los parientes del desgraciado arquitecto. Para completar me perdieron la parte de arriba del pijama, que se supone que se fue con las sábanas a la lavandería. Prometieron mandármelo a casa en cuanto apareciera. Yo prometo que les contaré si consigo rescatarlo.

Por lo demás el personal del hotel cálido y hospitalario. El "botones", el único botones, un turco sonriente que mezclaba un mal italiano con un español extraño, pero eficiente y gauchazo. Con todo y los inconvenientes del baño, creo que volvería, y hasta se los recomendaría.

Y allá fuimos, ni bien dejados los bártulos en el cuarto, a recorrer el barrio. Nos quedaba no mucho más de una hora de luz, porque a las 5 de la tarde es de noche, y había que aprovechar. Lo primero: la Fontana di Trevi, y a tirar las monedas. Y después caminar tranquilamente entre puestitos de recuerdos baratos hasta el Pantheon. Y bares, y cafés, y pizzerías y tavolas caldas y mucha gente y bullicio por la calle; y turistas del mundo entero, voces inglesas, francesas, alemanas, chinas, españolas. Y buen ambiente; y contra todos los prejuicios ninguna sensación de inseguridad ni de riesgo. Al menos en las zonas turísticas se ve mucha, MUCHA, policía. Y muchos, muchísimos moros y negros vendiendo absolutamente de todo: versiones truchas de Dolce & Gabana, de Prada, de Gucci, de Louis Vuiton. Pero tantas, tantas y tan fieles, que llega un momento que uno se pregunta si habrá alguien en este loco mundo dispuesto a pagar miles y miles por lo que se consigue en todas las esquinas de Roma por 20 ó 30 euros. En fin: con lo que despellajamos a la estiradísima Inés Pertiné cuando en medio de la mishiadura general se paseaba con una cartera de 3.000 euros, ahora resulta que la pobre debió gastar menos que yo con mis modestas y criollas carteras de Prüne. Es lo que tiene la ignorancia: uno se pone hasta malo.
Y ahí nos tienen a los dos, después de haber tirado las monedas, con la Fontana de fondo, felices y contentos, recién llegados a Roma.

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