En la foto, R.R. y yo en el Coliseo de Roma, en enero del 79. Pronto hará 40 años. Uf!
Dentro de unos pocos días cumpliré 5 años. Es el verano de 1961. En lo que sería nuestra casa, mi casa de Alberti y L, hay todavía un terreno baldío. Nosotros, mamá, papá, Cristina, Paz y Taio, quizás algunos de los abuelos, ya mi querida Pinky, estamos instalados en la última casa de veraneo que alquilarían, la casa de los Gravnar, casi enfrente de la que sería la nuestra. No me acuerdo en qué lugar encontré ese año los regalos de Reyes, pero sí me acuerdo con una memoria milimétrica que fue una bicicleta, una bicicleta con rueditas de esas que venían como accesorias, para sacarlas cuando el pequeño propietario aprendiera a sostenerse en delicado equilibrio sin ellas.
Salgo a la vereda a estrenar mi bicicleta; la calle es una fiesta de chicos mostrándose unos a otros los juguetes, las muñecas, los patines, las pelotas flamantes. El sol brilla encima de los techos de tejas, brilla en las piedras de las casas de verano, en los jardines cuidados, en el pasto húmedo, en las dalias de colores, en los jazmines perfumados, en las calles anchas y vacías de coches. Los padres conversan en los porches, se saludan apenas de jardín a jardín; hay algo de cierta satisfacción de prosperidad de los adultos en los regalos de Reyes. Yo pedaleo a todo vapor vereda arriba y abajo. Paz me vigila, me sigue los pasos, y yo sigo con mi bici, me escapo, llego a la esquina. Y entonces, precisamente entonces, dobla la esquina Robertito, todo flequillo rubio y sol en la cara y pantalones cortos, volando sobre su bici nueva, azul, enorme, nada de rueditas. Y me choca, me atropella. Y aquello es un entrevero de ruedas y manubrios, de pelos al viento y rodillas peladas, de polleras de tablitas revoleadas por el aire, y llantos (míos), y pantalones cortos y risas (de él), y gritos y reclamos de Paz, que me levanta del suelo, me sacude las tablas, me acomoda los pelos, endereza mi bici y fulmina a Robertito con la mirada y el gesto. ¿Y tú de qué te ríes, grandulón? ¿No ves que has lastimado a mi niña? Podrías ayudarla a levantarse, por lo menos. Ya se lo contaré a tu madre, ahora mismo voy a contárselo a tu madre!
Robertito sonríe desde la altura inalcanzable de sus ocho años y su bicicleta azul. Nena, eso es lo que sos, una nena.
En el invierno europeo de 1979 paseo por Toledo la mañana de Reyes. Roberto me va dando de a uno los mazapanes que compramos y guarda en sus bolsillos para que yo no me los coma todos juntos. Hace un frío horrible. Tomamos chocolate caliente en una cafetería a la que podría ir ahora mismo de memoria, aunque nunca más volví a Toledo. Él había llegado a España unos días antes que yo, huyendo de una guerra. Yo había llegado el 28 de diciembre, huyendo de muchas cosas, entre otras de él. Me esperaba en Barajas cuando llegué a Madrid. Recorrí con él y con Alicia media Europa. Nos despedimos en París, amigos y enemigos, como siempre. Los dos conseguimos escaparnos de lo que nunca ocurrió.