Diario de viaje: una argentina en Mallorca

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Nombre: albertiyele
Ubicación: Palma de Mallorca, Illes Balears, Spain

28 octubre 2010

Lo mejor

Lo mejor que leí hasta ahora sobre la muerte de Kirchner. No lo encontré sola. Ramiro, mi Ramiro, me pasó el dato. Guauuuuuu.



TRIBUNA: Luto en Argentina MARTÍN CAPARRÓS
Bajo la muerte del político
MARTÍN CAPARRÓS 28/10/2010

Y otra vez la muerte se hizo dueña. En la Argentina no hay político más poderoso que la muerte, y vuelve y vuelve y no nos suelta. Desde 1983 no hubo movimiento social que funcionara sin el respaldo de sus muertos: el reclamo por las víctimas, el peso de los mártires es un sustrato ineludible. Hace precisamente una semana, matones sindicales atacaron una protesta laboral, mataron a tiros a un militante de izquierda y estremecieron al país; frente a la muerte, el Gobierno se ocupó de dar satisfacción a la protesta, que antes había ignorado.
Kirchner se convierte en un gran muerto patrio, de esos que sostienen políticas
El Gobierno de los Kirchner ha hablado tanto de la muerte: ha basado su mito de sí mismo en el recuerdo de los muertos asesinados por la dictadura militar de los setenta, ha pretendido que su Gobierno era la concreción de aquellos ideales, aunque fuese, generalmente, lo contrario. Desde principios de este año, la muerte de Néstor Kirchner era una posibilidad: había tenido dos episodios cardiacos, los médicos le habían dicho que se moderara, él no paraba. Kirchner tenía una pasión política que muy pocos tienen: sabía que podía morirse -no creía, seguramente, que pudiera morirse- pero seguía adelante, hasta que ayer cayó. Su pasión era confusa: iba y venía, cambiaba sus ideas y sus alianzas, acertaba y erraba, se peleaba bastante. Su muerte, en cambio, es clara: ayer era un político controvertido, hoy es un estadista. La muerte, en nuestra cultura, suspende las críticas; así empieza la construcción del héroe.

-Ay, María, se nos fue, con lo bueno que era.

-Sí, tan bueno, a veces me pegaba un poco, pero era porque me quería.

La muerte de un hombre siempre es triste. La muerte de un hombre público es, además, un hecho público -un hecho de discurso- y como tal vale la pena analizarlo. En pocas horas, ese hombre se ha convertido en otro hombre: hoy Néstor Kirchner es un mártir que murió porque, enfermo, no quiso dejar de pelear por el bienestar de su país, un argentino excepcional, un gran patriota. Ya en estas pocas horas, las radios y televisiones se llenaron de figuras que emitían palabras de pesar y encomio mientras hacían, para sí, cuentas electorales. Ya en estas pocas horas, Kirchner -la figura de Kirchner- se está constituyendo en un gran muerto patrio, de esos que sostienen políticas y se vuelven banderas y las distintas fracciones se disputan. Esa figura, de aquí en adelante, no puede sino ampliarse.

Kirchner era el candidato presidencial oficialista para 2011. Ahora la elección interna vuelve a abrirse, pero tampoco tanto: va a ser difícil volverse contra el mártir. Hace más de un año publiqué un artículo que narraba una reunión inexistente donde un comité de campaña kirchnerista llegaba a la conclusión de que la única forma de ganar las elecciones era que uno de los cónyuges se sacrificara: que muriera para que el otro aprovechara el fervor que producen, en la Argentina, ciertas muertes. Era un artículo de humor; hoy el país no está para esos chistes.

27 octubre 2010

Sacudones

   Cuando empezaba la tarde española me dieron la noticia. Me sacudió. No me gustó su manera de gobernar, como hasta ahora no me gustó nunca la manera de gobernar de ningún peronista, y ya vi muchos.

   Cuando era una adolescente, y una chica joven, solía escuchar que el peronismo era más un sentimiento que una ideología. Tardé mucho en entender qué quería decir eso. Para cuando lo entendí me di cuenta de que justamente yo no "sentía" al estilo peronista. Y quizás por algo de eso lamento su muerte. Porque no había nada de él como político que me gustara; representa, para mí, la manera más vieja y peor de hacer política; y se enriqueció en la función pública de manera imposible de explicar.

Pero lamento su muerte, como lamento la muerte de cualquier hombre joven, con una familia que seguramente todavía lo necesitaba demasiado, y que tenía muchas cosas por vivir. Como lamento la muerte absurda de cualquiera que sale un día de su casa a trabajar y lo matan a balazos para robarle la billetera; o la de otro al que mata un mafioso mandado por otro más mafioso a romper un piquete de huelga.

   Lamento su muerte, pero no creo que ahora haya que decir que era un patriota, un prócer, un gran estadista, a no ser que uno estuviera convencido ya ayer. Y yo no sólo no estaba convencida, sino que estaba convencida de lo contrario. Si un servicio puede hacerle la muerte de este hombre al país es hacerles ver a todos los dirigentes argentinos, de cualquier campo, político, empresarial, sindical, qué fugaz que es la vida, y para qué poco sirve acumular poder y riquezas. Nos podemos ir cualquier día pa'l otro barrio, que de eso no hay quien nos salve. Y finalmente en el cajón no nos caben ni tierras, ni millones, ni bastones de mando, ni fanáticos seguidores, ni enemigos. Nada.

03 octubre 2010

La plaza más antigua de París



 
Llegamos a la Place des Vosges después de pasear bajo una llovizna molesta por les Halles, el barrio que es algo así como el Once porteño. En muchas escuelas públicas del barrio hay carteles de homenaje a los niños judíos franceses deportados y asesinados durante la invasión nazi. No me atreví a sacar fotos, pero es muy conmovedor ver que se recuerda todavía, y es increíble que el mismo pueblo que es capaz de no olvidar aquel horror siga empecinado ahora en deportar 60 años después, no ya a judíos, no, que eso ahora sería impensable. Me pregunto cuál será la diferencia entre deportar judíos y deportar gitanos. No encuentro la respuesta. Pero se ve que Europa, los líderes europeos, todos salvo una a la que casi queman en la hoguera, sí ve la diferencia. Los niños gitanos, y si son rumanos o búlgaros mucho peor, no le importan a nadie. Veremos qué dicen de esto dentro de 60 años las paredes de París. Yo no lo veré. Pero me ocuparé muy bien de decirles a mis hijos que recuerden, que tampoco ellos olviden, y ellos sí vivirán para verlo.

   Mejor me dedico a buscar las fotos de la plaza más antigua de París para ponerles, y de paso la placa que recuerda la casa, allí, de Víctor Hugo.

La Place des Vosges



Comimos un mediodía con Rosario en un restaurante muy chiquito y muy francés, en una esquina de la Place des Vosges, con gorriones que revoloteaban entre las mesas, las lámparas, las molduras de las paredes (ahí están en la foto). Rosario es una jujeña preciosa, muy joven, casada con un médico también muy joven, cordobés, que está haciendo en París la especialidad. Tienen una beba divina que nació allí y ya tiene 2 años. Rosario le pone a la vida todo el ánimo y toda la alegría de una chica joven, enamorada, con una hija chiquita que cuidar y atender. En estos años en Francia ha aprendido muchas cosas, entre otras a hablar un francés casi perfecto; a andar en bicicleta de arriba a abajo en la ciudad, con o sin su beba, que ya va a la guardería, a encontrar los lugares más lindos y más baratos para comer o tomar un café con amigos. Pero hay dos cosas que han podido con las ganas de Rosario de seguir en París: los inviernos, que son demasiado grises, demasiado helados, demasiado demasiado para una jujeña; y la soledad, mientras Alejandro pasa los días en el hospital y la beba está en la guardería y ella pasea, sí, pero añora su tierra, sus amigas, su familia, su sol del norte argentino. Se vuelven en noviembre. Rosario tiene claras las dificultades, pero está dispuesta a intentarlo. Que los vientos le soplen en la espalda, y que todo vaya bien. Suerte, mi querida Rosario, toda la suerte del mundo para vos y tu Alejandro y la beba. Quizás volvamos a vernos acá, o allá. O quién sabe dónde.

De vez en cuando la vida

   En todos los viajes hay un momento, un momento que no podemos de ninguna manera predecir cuál será ni dónde será, que nos quedará en la memoria como la esencia del viaje. En aquel viaje-aventura-iniciación de los 20 años hubo un momento en París, quizás dos: el domingo que llegamos y caminando por los jardines de la Tullerías vacíos, enormes, invernales, vimos a lo lejos el pedacito final de la torre Eiffel, y nos dimos cuenta de que estábamos en serio en París después de un viaje desde Venecia en avión que había sido una pesadilla de tormenta y traqueteo. Y una noche en que me despedí con un cariño que ya sería para siempre en la puerta del hotelucho de un compañero de viaje y de mi infancia.

   Y en este viaje de la vida adulta creo que también hubo dos: una mañana un poco gris que paseamos por la isla de Sant Louis, a donde me llevó de la mano Victoria Ocampo y su historia de amores contrariados con Pierre Drieu de la Rochelle. Y una tarde noche que nos regaló la vida: un concierto de Vivaldi en la Sainte Chapelle. Habíamos leído el anuncio en alguna pared y nos costó Dios y ayuda comprar las entradas. Se suponía que se vendían en la taquilla de entrada de la capilla, pero no. Allí sólo había un cartel escrito a mano que con una flecha indicaba a la derecha. A la derecha, a más de 30 metros, había un portón enorme custodiado por dos gendarmes muy jóvenes que con santa paciencia le indicaban a todo el que les preguntaba, y que eran muchos, que era todavía más a la derecha. Pero más a la derecha se llegaba a la esquina, y finalmente se daba entera la vuelta al Palacio de Justicia sin encontrar nada que se pareciera a una puerta o a una ventana o a una ventanilla. Así hasta llegar de nuevo a los gendarmes jóvenes, que seguían allí , mandando a la gente a dar la vuelta. Por fin, en compañía de una pareja de polacos o algo así, descubrimos que en alguna parte del cartel escrito a mano decía que las entradas se podían comprar en el bar de enfrente.

   Todo ese embrollo, que en Buenos Aires hubiera provocado nuestro enorme desprecio por la improvisación y en París soportamos con mal humor pero sin que se nos ocurriera en ningún momento decir "estos franceses de mierda son unos impresentables", todo ese embrollo digo, valió la pena. La capilla, que era la de arriba, la de los vitrales, está en restauración y hay una parte cubierta, pero sigue siendo un lugar mágico. Y los músicos, uno de ellos sin partitura, geniales.

No habrá ninguna igual, no habrá ninguna

   Paseamos largamente por París. Por lugares por donde había caminado joven, llena de sueños y de miedos y de dudas. Hace tantísimos años y tengo tan presentes aquellos otros días de París que casi puedo oler en el aire los olores de entonces. Busqué, y creo que encontré, el hotelucho escondido atrás de las Galerías Lafayette donde dormí entonces. Aquella calle era oscura, helada, solitaria de día y habitada por putas tristes y pobres de noche. Muy cerca, casi enfrente de la Ópera, había un drugstore gigantesco, que entonces parecía modernísimo y que era el único lugar que se mantenía abierto hasta muy tarde. Ahora hay una tienda tipo Zara o algo así. Y el barrio, que era casi marginal, está lleno de barcitos, de pequeños negocios, de gente que va y viene.

   En aquel invierno del 79 casi no había turistas en París, hacía un frío que te congelaba el alma y Europa entera era infinitamente más triste y más pobre y más solitaria. Y yo era infinitamente más joven y me parece ahora que más idiota. Pero quién sabe.