Diario de viaje: una argentina en Mallorca

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Nombre: albertiyele
Ubicación: Palma de Mallorca, Illes Balears, Spain

22 junio 2006

No passis pena

Los del Diario de Mallorca han puesto al descubierto una trama de corrupción en la que intervienen un alcalde y unos concejales; hay grabaciones en las que la voz parece que inconfundible del alcalde aparece hablando con un empresario de la construcción, agarrando dinerillos, y diciendo la famosa frase, tan mallorquina: no pases pena.
El coimeador y el coimeado no sé, pero yo sí que paso pena. Parece que he salido de Guatemala para meterme en Guatepeor. Es como una pesadilla. Como si me obligaran a ver una y otra vez la misma película de terror que además es horrorosa. Y dado que la película la tengo ya muy vista me sé bien cómo sigue: que te´i dicho que no te´i dicho ad aeternitum; y al final "res de res". Y mirá por dónde vengo yo a descubrir que los argentinos no somos nada originales, no descubrimos nada, no inventamos nada. Al final nos va a quedar nada más que el dulce de leche. No pasen pena.

No se amontonen che

Eso: no me atosiguéis con los comentarios. Si no fuera por el anónimo gringo, breve y halagador, no sé qué sería de mí. Y encima me doy el lujo de sospechar que ni es gringo ni anónimo ni ná! Pero si seré ingrata!

21 junio 2006

La voluntad

Aquí llegó formalmente el verano, aunque las celebraciones, los festejos del tiempo de bonanza que son muy antiguos en la humanidad, digamos de cuando no había más luz que la del sol y en conseguir abrigo y calor se iba la mitad de la vida que además era cortísima, y la supervivencia dependía casi nada más que de lo que cada cual consiguiera llevarse a la boca, llegarán al Mediterráneo el sábado, en las iluminadas fiestas de San Juan. Y desde hace ya unos días hace un calor de agobio, de gota cayendo lenta y húmeda por la espalda. Y pasan en la isla cosas raras; para mí raras, claro. Sucede que el cielo está como manchado, como nublado pero sin nubes, como oscurecido por un polvo extraño; y corre un viento que arde, que da miedo, que es como el aliento furioso y ardiente de uno de esos dragones que adornan tantas fachadas y tantas plazas y tantos relojes de sol de Mallorca. Y me vengo a enterar que esto que a mí me parece polvo raro, nube oscura, aliento de fantástico dragón, es viento del Africa, que trae arena del Sahara; y que ese polvo negro que limpio del dintel de las ventanas, de los vidrios, de la mesa y las sillas y la baranda del balcón, no es tierra, no; ni hollín tampoco. Es arena, misteriosa, negra arena del desierto africano.
Pero no era de esa voluntad que quería hablarles, sino de otra voluntad que yo conozco desde hace ya muchos años y me sigue admirando como el primer día. Así que ahora, con todo y este calor de fuego, me daré una ducha, me pondré lo más liviano que encuentre, y me iré silbando bajito hasta el Corte Inglés a comprar una botella de champagne del bueno, que un día es un día. Y lo pondré a refrescar para poder tomarlo esta noche, para celebrar la voluntad.
Brindaré, brindaremos, y muchos de ustedes estarán aquí, con nosotros.

12 junio 2006

Recuerdos de viaje

Entre las muchas cosas que me quedaron sin contar de aquel memorable (para mí) viaje al País Vasco, está el paseo por la bella y elegante San Sebastián. Ya no es momento de contar detalles, pero sí fogonazos de recuerdos que se quedarán conmigo para siempre. El camino desde Bilbao fue por autopista, siempre viendo a los costados del camino esos montes verdes y los caseríos de piedra y las ovejas lanudas pastando. Y San Sebastián es hermosísima. Hay quienes dicen, y son muchos, que es la ciudad más linda de España; no sé si tendrán o no razón, pero en todo caso es preciosa, toda. La bahía, la famosa "Concha" con su islita de postal, está bordeada de una avenida y un paseo espectacular, con edificios señoriales. Y los puentes, y el barrio viejo, y las plazas, y los hoteles, y los perfumes que salen de las cocinas...inolvidable.
Pero hubo un plus, una de esas historias de viaje que uno suele guardar en la memoria: fuimos a almorzar a un restaurante paquetísimo (y carísimo, pero que yo no pagué, caradura de mí) donde además de atendernos con enorme cordialidad nos dieron de comer como a príncipes. Pero además el cocinero, el propietario del lugar, encantador, se quedó un rato charlando con nosotros y resultó que conocía no sólo Buenos Aires sino media Argentina, y tenía de aquellas lejanas pampas un buen recuerdo (por suerte). Y nos contó además un cuentito muy evocador: resulta que un buen día de hace ya muchísimos años llegó a comer a su deslumbrante restaurante de San Sebastián un señor muy elegante, un verdadero dandy o gentleman inglés, que irradiaba distinción y refinamiento y que resultó ser un argentino (aquellos eran tiempos, sí). El restaurante estaría muy lleno, los camareros muy ocupados, no sé; la cuestión es que el hombre comió muy bien, porque allí es imposible no comer muy bien, pero fue bastante mal atendido. A pesar de eso, y para sorpresa de ojos como platos del camarero, el dandy argentino dejó una propina de una generosidad desmesurada, muchísimo más del ya abundante 10 % de rigor. Por supuesto que, aunque con retraso en la atención, no hubo quien no se acercara a correrle la silla, a acercarle el abrigo, a ayudarlo a ponérselo, a acompañarlo gentilmente hasta la puerta. Y se fue el hombre dejando un halo de misterio y me imagino que de colonia de lavanda inglesa, que era lo que se usaba en esos años en los señores tan ligeros de bolsillo. Una semana después el misterioso comensal volvió al restaurante. Esta vez, claro, fue servido como un conde polaco, colmado de atenciones, al más leve de sus gestos tenía quien estuviera dispuesto a complacerlo. Y hete aquí que llegado el momento de pagar, cuando los camareros se frotaban las manos imaginando hasta qué límites llegaría ahora la soltura de ese hombre, bien comido y bien servido, el tipo deja de propina una moneda miserable, como si dejara ahora un pobre euro solitario después de haber pagado 300 para comer. Por supuesto no hubo reclamos, ni miradas, ni palabras, ni un gesto. Pero el argentino quiso explicarse: le sonrió amablemente al mozo que lo había atendido la primera vez tan mal y ahora tan bien, y le dijo con cierto tono didáctico: "la propina que le dejé la semana pasada, era la de hoy; y la de hoy, la de la semana pasada. Buenas noches".
Después, parece, terminó convirtiéndose en un cliente habitual, durante muchos años, y mantuvo siempre ese halo de elegancia, de saber hacer, de generosidad y también de cierto misterio de la primera vez.
Hasta ahí, un cuento de argentinos viajeros por Europa típicos de aquellos años de pesos fuertes y billeteras llenas. Pero hete aquí que el buen cocinero vasco añadió algo que me erizó la piel. ¿Quién era aquel misterioso argentino, todo modales, corbatas de seda italiana y colonia inglesa? ¿Un Anchorena, un Ocampo, un Alzaga, uno de esos apellidos ilustres de nuestra oligarquía vacuna? No señor. Era nada menos que Jorge Antonio. Ah, vivir para ver!
Yo tengo de Jorge Antonio otra historia que llenó mi infancia de fantasías de guerra y de incendios y de vísperas; pero se las contaré otro día, porque ahora ya fui muy larga, como siempre.

10 junio 2006

El espanto

En estos días ha aparecido en los diarios locales una noticia de esas espantosas que le ponen a uno la piel de gallina y lo hacen pensar qué clase de animal perverso y extraño somos los seres humanos. Un nene de siete años ha sido golpeado por su madre de manera tan brutal, con tal furia y ensañamiento, que acabó internado en el hospital, gravisímo, con el cráneo partido en no sé cuántas partes, con lesiones cerebrales que los médicos a su cargo preven que serán ya irreversibles, asistido mecánicamente hasta para respirar. El chiquito es adoptado; su madre, sus padres, lo trajeron desde Rumania a los dos años después de seguramente largos y costosos trámites. A medida que avanza la investigación del caso salen a relucir datos que nos sorprenden cada vez: ahora sabemos que este nene había necesitado atención médica de urgencia en distinas clínicas de la ciudad en por lo menos 40 ocasiones; que su maestra de hace 3 ó 4 años había denunciado que aparecía con marcas de golpes con frecuencia, y que el nene le había dicho que su mamá le pegaba porque se hacía pis encima; que ya a los dos años, apenas llegado a su nueva casa y a sus nuevos padres tuvo un "accidente" que lo dejó todo moreteado y con un brazo roto.
Una cosa horrorosa, ante la que no podemos dejar de pensar, como dice el tango, para dónde estaba mirando tata Dios cuando diseñó el destino trágico de esta pobre criatura; qué clase de monstruo es esa mujer, cómo puede una persona ser tan enormemente cruel.
Pero todavía hay más para pensar: qué papel juega el padre en todo esto; qué papel juega la sociedad entera: esta gente tendrá vecinos, tendrá familia, no sé, padres, hermanos, primos, hasta amigos; el chiquito, que tiene 7 años, no tuvo una sola maestra; y en la escuela tendría compañeros, que tendrán familia. Si el chiquito fue atendido 40 veces en clínicas de Palma lo habrán visto muchos médicos, enfermeras, hasta empleados administrativos. ¿Nadie vio? ¿Nadie sospechó? ¿O será que todos prefirieron callarse, mirar para otro lado, confiar en que aquello nunca llegaría a mayores? Es difícil de entender, y quizás nos provoque más espanto todavía justamente porque en el fondo sentimos que como sociedad tenemos algo de cómplices.
Y otro tema, pero no menor, es la construcción de la noticia. Cómo nos cuentan las cosas, quién nos cuenta, desde dónde nos cuenta, por qué nos lo cuenta así. Veamos, veamos: Por aquello de que hijos de puta hay en todas partes y de todos los pelajes, bien pudo haber ocurrido que estos dos hijos de puta disfrazados de padres en lugar de españoles fueran argentinos, ecuatorianos, marroquíes, en todo caso extranjeros. ¿Los diarios hubieran tratado igual la noticia? ¿La nacionalidad hubiera sido entonces sólo un detalle, un dato a mencionar de paso, como la edad o el color de ojos? ¿Cómo hubieran titulado los diarios y los noticieros de la tele o de la radio? Yo puedo contestárselos, porque ya aprendí a "leer" aquí; cuando un diario titula: Una joven fue violada en Palma en la noche de ayer, yo ya sé que la violada puede ser de cualquier parte, pero el violador es español.
Y sigamos suponiendo; qué hubiera pasado si el nene reventado a golpes no hubiera sido rumano, sino español. Y sigamos cambiando nacionalidades: qué hubiera pasado si hubiera sido exactamente al revés, si los padres hubieran sido los rumanos y el chiquito el español. Ah no quiero ni imaginarme! Correrían ríos de tinta durante semanas y meses; la indignación popular llegaría quién sabe a cuáles límites.
Y ahora me pregunto: cuando las estadísticas y las consultas de opinión muestran que los españoles tienen una actitud por lo menos desconfiada frente a la inmigración, ¿por qué es? ¿Quién es el responsable de lo que termina siendo "la opinión pública"? ¿Qué papel juega en nuestras vidas tan informadas el periodismo, y ni siquiera los periodistas sino esas empresas gigantescas e impersonales que son dueñas de diarios, canales de televisión, emisoras de radio, hasta editoriales varias? ¿Será verdad que estamos los humanos ahora más informados que nunca, o será que estamos más adoctrinados que nunca? Y ya que estamos: el estado español, o alguien en este mundo, ¿controla como debe la circulación de niños desde los países pobres hacia los países ricos? ¿O estamos todos suponiendo que como se trata de europeos prósperos y de chicos con destino de muertos de hambre todo está necesariamente bien y de un lado están los buenos y del otro los malos? ¿De qué lado, digo yo, están los buenos y los malos no en todas estas historias sino en cada una de ellas?
Releo lo que he escrito y me corrijo: me he preguntado por ahí arriba qué hubiera pasado si.... Nada; no hubiera pasado en realidad nada distinto de lo terrible que ocurrió: un nene de 7 años fue golpeado de manera salvaje y brutal por una soberana hija de puta que además era su madre. Esa es la horrorosa realidad, y todo lo demás, como decía Borges que decía Verlaine c´est littérature.

09 junio 2006

Junio

Estamos casi en mitad de junio. Sí, una obviedad. En pocos días hará un año que llegamos los chicos y yo a Palma, en un viaje cargado de angustia cuyo recuerdo me acompañará, supongo que aunque no lo digan NOS acompañará, toda la vida. En un año me he ido acostumbrando a muchas cosas, desde las más banales como recordar dónde está la llave de la luz de la cocina o para qué lado tengo que arrancar cuando me levanto medio dormida y quiero ir al baño, hasta calcular qué hora es en Buenos Aires cuando yo empiezo el día o qué gestos más o menos rutinarios forman ya parte de mi vida cotidiana. Sin embargo hay algo a lo que no puedo acostumbrarme: la relación entre los meses del año y las estaciones. Cada vez que digo junio, pienso en invierno; y cada vez que digo enero o Navidad , pienso inevitablemente en vacaciones y verano.
La cuestión es que estamos en junio y ya hace calor; los días son largos, la ciudad se ha ido poblando de turistas con cara y pinta de turistas, y ya están en flor los laureles de jardín que yo encontré encendidos de fucsia o de blanco cuando llegué, el año pasado.
En mi modesto balcón tengo tacos de reina colmados de naranjas y ocres; un malvón, tan de patio porteño; un geranio rojo que me ha dado unas flores del tamaño de hortensias; el ficus que podé al ras cuando terminaba el invierno y que se ve que anda con ganas de sobrevivir y un almácigo de tomates cherry que sembré después de haber recolectado las semillas que quedaron en la ensaladera. Ah y casi me olvido! a pesar de la modestia verde de mi balcón, tengo un inquilino: en la maceta del ficus, entre sus ramas, ha encontrado refugio nocturno una iguanita, que viene cada noche puntualmente a dormir allí. No sé dónde pasará los días, pero sospecho que en la azotea, porque la veo trepar apurada por la pared vertical si alguna noche me da por salir a regar ya tarde. Es chiquita, arisca, solitaria, desconfiada, quizás me tenga miedo; es una iguanita mallorquina, en todos los sentidos. Y yo, que me espanté la primera vez que la vi, también a ella me he ido acostumbrando, y ya le tengo un cierto cariño. Quién sabe, todavía, quién sabe; a lo mejor, después de todo, será cuestión de ir conociéndonos y perdiéndonos el miedo mutuamente.
En las calles están en flor las adelfas, mis laureles de jardín, que me traen tantos recuerdos, y los jacarandáes, tan criollos, tan azules, tan bellos. Ayer mismo me he tomado un cafecito sentada en la terraza de un bar, a la sombra de un jacarandá, mientras leía un autor nuevo y deslumbrante. Sí: de vez en cuando la vida toma conmigo café.

01 junio 2006

Conmoción

En la madrugada de hoy se ha muerto en su casa madrileña Rocío Jurado. No estoy segura, pero creo que en Argentina no se sabe muy bien qué significa esta mujer en España; al menos yo no lo sabía. Para que me entiendan creo que es algo así como si en Buenos Aires se muriera Sandro. Un icono de una época y de una manera de ser español, que ha convocado a multitudes en ceremonias de muerte muy antiguas. Ella cantaora, su marido torero, no creo que haya algo más representativo de la imagen que para muchos fue al menos una España durante tanto tiempo.
Tiene además dos añadidos que siempre le suman conmoción a la muerte: era demasiado joven para irse, y padeció una agonía que no le deseo ni al peor enemigo.
En la tele, en la radio y en la calle casi no se habló de otro tema durante todo el día. Y desfilaron infinidad de personajes, que para mí salvo algunas excepciones son desconocidos. Hasta salieron a relucir filmaciones de la ya mítica Rocío almorzando con Mirtha Legrand!
Todo lo miré con una cierta curiosidad de entomólogo; con compasión, por supuesto; con la compasión que se siente siempre ante la muerte de una persona a la que si la vida tuviera algo de lógica le deberían quedar todavía muchos días por vivir. Pero ahora, ya muy tarde, he visto en la tele algo que me ha resultado muy conmocionante. Rocío Jurado era andaluza, de Cádiz, de un pueblo que se llama Chipiona. Y a la medianoche llegaron allí sus restos, en cajón cerrado. La velarán durante toda la noche en el santuario de la Virgen de Regla. El pueblo entero, chicos y viejos, hombres y mujeres, la recibió entre oles y palmas andaluzas; no aplausos, no, sino palmas de esas de ritmo de tablado. Los costaleros de la Virgen, los mismos que pasean la imagen en las procesiones de las fechas señaladas, la sacaron a puño del coche que la llevaba, la cargaron a hombros, giraron con detenido cuidado el cajón, envuelto en las banderas de España y de Andalucía, para que entrara en la iglesia de frente; y finalmente la mecieron en el aire detenido de su Chipiona, ante el pueblo entero que daba palmas y gritaba oles a su paso.
Por un día no se escuchó hablar del estatut, ni de Otegui, ni de la ETA ni del PP. España se detuvo a despedir a una folklórica, de las pocas que quedan. Me dio la impresión de que España se detuvo a despedirse dolorosamente de una parte de si misma.