Diario de viaje: una argentina en Mallorca

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Nombre: albertiyele
Ubicación: Palma de Mallorca, Illes Balears, Spain

03 agosto 2012

Playa de Santa Ponça: donde habita(ba) el paraíso



La playa de Santa Ponça sigue siendo un lugar precioso, a pesar del empecinado trabajo que se tomaron en destruirlo. Me imagino que hasta los 60 aquello sería la mismísima gloria de Dios. Pero me imagino también que alguno habrá empezado por un hotel, y ya que había uno por qué no dos, y ya que había dos por qué no tres, y así hasta lo que es ahora: una playa de arena blanca y fina, un mar azul sereno y casi tibio en verano, lo que queda de un pinar que habrá sido frondoso y que llega hasta la arena misma, no sé qué cantidad de hoteles de esos gigantescos como transatlánticos y montones de restaurantes, bares, pequeñas tiendas de chucherías playeras. En la bahía, los veleros blancos que apenas se balancean; en la playa, amplia, turistas de medio mundo (mucho italiano en Santa Ponça, aunque "el turista" de la zona suele ser inglés) y sobre todo familias con chicos: un turismo tranquilo, sin sobresaltos.

Solíamos ir mucho los dos o tres primeros veranos en la isla porque tiene un plus sobre muchas otras playas con más encanto: hay muchísimo lugar y los chicos tienen donde jugar a la pelota o al voley playero sin molestar a nadie. Y como tiene también un montón de ventajas (parking gratuito al lado de la playa, en el que además siempre hay lugar; chiringuito para tomar o comer algo ligero sobre la arena, ambiente tranquilo) seguimos yendo de vez en cuando. Es una playa preciosa. Peeeeeeeeeero...

Yo no tengo ni la menor idea de qué dependencia oficial (si es que hay alguna, me imagino que alguna Secretaría de Turismo o algo así) o quién ni de qué gobierno (municipal, insular, comunitario, nacional; tal es el despelote) debería encargarse del control de calidad de la atención que reciben los turistas, de los que todos vivimos y que además todos en algún momento somos (los mallorquines, claro, también van a la playa). Lo que sí sé con certeza es que quien debería encargarse, quien quiera que sea, no se encarga.

El chiringuito de la playa de Santa Ponça, el único que hay sobre la arena de la playa (en el vídeo del enlace se ve casi al inicio, aunque muy de lejos: a la sombra de los pinos, en el fondo de la playa, sobre la arena), es uno de los lugares peor atendidos no ya de esta isla, sino de la mayor parte de los centros turísticos que yo haya conocido. La encargada (que no sé si es la propietaria, pero es la misma mujer avinagrada y caracúlica desde hace 7 años) es una persona de un nivel de mala educación, grosería y mala leche como vi pocas. Cada verano tiene un empleado/a (uno/a y sólo uno/a) que atiende las mesas; cada año uno/a distinto. Y parece que los elige a su imagen y semejanza: todos/as con una cara y unos modales que más que de camareros/as de chiringuito playero parecen de celador de prisión de alta seguridad: los clientes son tratados, indefectiblemente, como delicuentes peligrosos; sólo les falta circular entre las mesas con un látigo; a la "jefa" la he visto gritonearle a turistas ingleses, franceses, jóvenes, viejos, en grupo o solos; más que sus comensales se convierten en sus acérrimos enemigos en cuanto apoyan el culo en una de las sillas de plástico (todos los veranos, invariables, las mismas). Nada, nada hay en ese chiringuito que demuestre el más mínimo interés en atender a nadie: los mismos platos descartables ajados, el mismo menú de sandwiches de pan viejo y ensaladas mustias, la misma música desde hace siete años.

El año pasado ya casi terminamos mal porque la camarera nos conminó a pagarle antes de servirnos; pero antes de ayer ya colmó mi paciencia (aunque no sé: ya lo dije muchas veces, y al final con tal de no ir a la playa cargada como una mula con heladeritas con agua soy capaz de cualquier cosa): me cobró por una botella de agua más o menos del tamaño de un dedal (no tengo ni idea de dónde las consigue: jamás las vi tan chicas en ningún lugar, son poco más de dos sorbos) lo mismo que vale una botella de dos litros en cualquier lugar decente. Y por supuesto con cara de "niseteocurraquejarteporquetevasaenterar", con un brazo en jarra sobre la cintura, la frente bien alta y el tono que conozco tan perfectamente de "es lo que hay". Siempre digo que la próxima vez le voy a pedir una hoja de reclamaciones. Pero la verdad es que después lo pienso mejor: hace mucho calor, yo estoy en la playa, con mis impuestos seguramente le estoy pagando a alguien que debería ocuparse de que esas cosas no pasen, y supongo que si lleva tantos años allí será porque a nadie le importa. Idò!, que dirían los mallorquines: si no le importa a nadie, por qué me va a importar a mí. Si le llego a decir algo todavía me va a contestar con aquello tan manido de "si no te gusta vuélvete a tu país, sudaca de mierda!".

La playa se sigue llenando de gente. Es lo que tiene el paraíso: la gente quiere estar allí a cualquier precio. Y que nos dure.

02 agosto 2012

Una cena perfecta en Cap Rocat






El lunes 31 de julio estuvimos de celebración, así que decidimos darnos un gusto y elegir un restaurante de esos que hacen de una cena algo inolvidable. La elección no pudo resultar más perfecta.

Enclavado en una punta de la Bahía de Palma hay un nuevo hotel que en realidad nosotros ya conocíamos de cuando aquello no era todavía un hotel. El lugar fue un fuerte militar, estuvo durante muchos años abandonado, al final de una carretera que sólo sirve para llegar hasta allí, hasta que hace unos años lo compró (o lo obtuvo en concesión, o no sé, pero mejor dejémoslo) alguien y comenzó a reciclarlo. Primero se habilitó una parte sólo para celebraciones, y allí fuimos invitados a un casamiento que fue una de las fiestas más pintorescas a las que haya ido en la vida. Pero aquella es otra historia.

Desde el año pasado, ya rehabilitado completamente, funciona el hotel y dos restaurantes, y a uno de ellos fuimos el lunes a celebrar. El lugar ya sabíamos que es magnífico; la noche no podía ser más ideal, con una brisa suave del mar y una luna perfecta; la hora a la que llegamos (horario de turistas de la Europa fría, que cenan muy temprano) fue perfecta porque nos permitió ver allí la puesta de sol. Pero lugares así hay a montones en Mallorca, e igual o incluso muchísimo más caros. Lo que verdaderamente completó la perfección fueron la comida y sobre todo la atención de todo el personal. Chicos muy jóvenes de medio mundo que desde el momento en que llegamos nos atendieron con una sonrisa de oreja a oreja, cosa que en estos pagos se agradece enormemente. Como el restaurante está al borde del mar y el parking al que uno llega está mucho más alto, hasta nos bajaron en uno de esos carritos de los campos de golf. En nuestro caso el chofer era un chico francés, de Strasbourg, simpatiquísimo. Entre los camareros había, infaltable, una argentina, marplatense; pero no fue ella quien nos atendió, sino un chico húngaro, también muy joven y correctísimo. La comida, que fue llegando lentamente, dándonos todo el tiempo para la charla, las fotos, y la delectación del paisaje, que iba cambiando a medida que se ponía el sol, estaba riquísima. Y por último los precios nos parecieron más que razonables. El lugar estaba lleno, y me alegré mucho.

Todos esos chicos que trabajan allí y que nos hicieron sentir tan cómodos desde el principio hasta el final, se quedarán sin trabajo cuando termine la temporada: el hotel cierra en el invierno, y allí no queda nada más que un páramo barrido por el viento, en un lugar bastante inhóspito. Llegan a trabajar todos los días como buenamente pueden (unos en coches de otros o en el único autobús que pasa cada dos horas y los deja a más de 500 desolados metros, bajo un sol de desierto o en la más densa oscuridad de una ruta sin otro destino que el hotel), hablan en el idioma que haga falta (había entre los comensales al menos ingleses, alemanes y franceses) y seguramente ganan un sueldo normalito. Sin embargo son enormemente cordiales, cálidos, agradables, y en ningún momento olvidan que la gente con la que trabajan está de vacaciones y ha llegado hasta allí a disfrutar. En pocas palabras: esos chicos, que por supuesto no son los dueños del hotel, cuidan su trabajo y cuidan al turista, hacen lo mejor que pueden y saben, cumplen su tarea de manera excelente y dan de estas islas la mejor imagen posible. Chapeau para todos ellos y para quien sea que los haya elegido. Y que haya suerte y el verano que viene los vuelvan a contratar. Se lo han ganado.

Los unos y los otros

A esta isla llegan en verano turistas de medio mundo y de todo tipo. Ricos riquísimos que tienen aquí amarrado un yate de muchos millones de euros y que usan sólo un mes al año; familias de clase media que han preparado sus vacaciones a lo largo de todo el año y disfrutan de quince días de playa con los chicos; adolescentes en bandadas, que juntaron como pudieron unos dinerillos y se vienen a reventar la noche y reventarse el cuerpo una semana, y volverán a su casa (los que no se quedan en el intento y se matan tirándose de balcón a balcón en alguna noche de champagne y de cocó, que dice el tango; o entregados a los brazos del sueño eterno después de un coma etílico de esos de campeonato) donde los esperan sus padres amorosos y su vida que seguirá aburrida hasta el verano que viene; también grupos de chicos y chicas de vacaciones, con ganas de divertirse pero sin tanto delirio; parejas enamoradas y más o menos legales; italianos, franceses, holandeses, alemanes, ingleses, escoceses, noruegos, españoles, portugueses, polacos, últimamente muchísimos rusos.

De todo hay y de todo ha habido y entre todos han ayudado a enriquecer esta isla, de donde son oriundas muchas de las cadenas hoteleras más famosas y prósperas del mundo (Riu, Iberostar, Barceló, Meliá) y sus propietarios, que siguen viviendo aquí. El turismo y sólo el turismo es la fuente de recursos de esta parte del mundo, por vía directa o indirecta. Aquí no hay ni ha habido, desde al menos el siglo XVI, cuando el comercio y la navegación en el Mediterráneo perdió su primacía por el "descubrimiento" de América, otra riqueza ni otra palanca que moviera la economía, que era hasta bien entrado el siglo XX una economía de subsistencia.

Y a pesar de eso, y por muy difícil de entender que resulte, todavía hay quienes miran al turista con cara de oliendo mierda, se quejan de esa "invasión" de "guiris", los maltratan, los insultan por lo bajo, se burlan de ellos despiadadamente y los estafan toda vez que pueden. En pocas palabras: matan, supongo que sin darse cuenta, la gallina de los huevos de oro, y le muerden, ingratos, la mano a quien les da de comer.

No son todos; ni siquiera son muchos. Son muy pocos. Y los tengo muy señalados y no los olvido porque me llenan de rabia. He sido una viajera desde la infancia, hija de padres viajeros, y me pregunto si a esta gente que así trata a los que vienen a visitarlos en su casa, le gustaría ser tratada igual o parecido cuando están de viaje. Porque para ser tan energúmeno no hace falta ni siquiera ser del todo ignorante: siempre recuerdo a un mallorquín de pro, hombre culto y estiradísimo, que en ocasión de una charla en Formentor, repantigado en una butaca pagada por Barceló, y fresquísimo por el aire acondicionado, en presencia nada menos que de Sergio Ramírez, el escritor y político nicaragüense, soltó aquello de "el turismo ha hecho más daño que la colonización". Yo no podía creerlo.

Pensé entonces que lo que hace más daño que la colonización es la riqueza sin educación; la prosperidad repentina y fácil que nos llena la cabeza de pájaros y nos convence de que lo que tenemos, todo aquello de que gozamos, no está allí por tal y tal razón por la que deberíamos estar agradecidos, sino porque nosotros somos mejores que el resto de la humanidad y nos lo merecemos.

Y he hecho todo este prolegómeno para contarles que desde ahora empezaré a hacer lo que no hice, o hice poco: contar los méritos de los lugares donde me atienden bien, y escrachar los lugares donde me atienden mal. No servirá de mucho, seguramente de nada; pero al menos me quedaré más contenta. Y cada vez que me maltraten donde deberían atenderme, como ayer, pensaré para mis adentros: ya vas a ver, ya vas a ver.