Diario de viaje: una argentina en Mallorca

Mi foto
Nombre: albertiyele
Ubicación: Palma de Mallorca, Illes Balears, Spain

25 abril 2006

A los abuelos

Por alguna razón que se me escapa pero seguramente es que yo pongo el dedito en el lugar equivocado, medio centímetro más acá o medio centímetro más allá, hoy la cosa esta está encaprichada y no me deja poner fotos. O quizás sea la famosa "maldad intrínseca de las cosas inanimadas" (tuve un amigo, hace ya muchos años, que sostenía seriamente esta teoría: por qué, si no es por pura maldad, la tostada que acabás de untar bien untada con una capa generosa de dulce de leche se te cae encima de la camisa recién puesta infaliblemente del lado del dulce? También la computadora de vez en cuando se nos retoba y hace lo que le da la gana, y si quiere pone fotos y si no a llorar a lo de Braulio (y sabrá Dios quién será el tal Braulio al que todo el mundo va a llorarle, pero dejémoslo)).
Quería ponerles más fotos de Soria, pero se tendrán que conformar con mis palabras, al menos por ahora. Yo tengo más recuerdos de Soria, recuerdos más familiares que los versos de Machado. Mis primos, los que yo he sentido siempre más primos entre mis muchos primos, Carlitos y Susy, tenían abuelos sorianos, don Feliciano y doña Lucila. No la recuerdo a ella, pero sí recuerdo muy bien a don Feliciano con su cabeza blanca, su porte castellano, y la nostalgia eterna de su tierra. Y ahora que lo escribo me doy cuenta de que en los ojos de todos aquellos abuelos nuestros, aquellos españoles que llegaban en aluvión (la Argentina aluvional la llamó ya no me acuerdo qué historiador) a hacernos a nosotros, sus nietos, el país, había siempre una cierta mirada de melancolía, de un dolor allá lejos, perdido en la memoria. Como si atrás de las palabras con las que nos contaban su pasado español hubiera siempre algo más, algo que no terminaban de decir, que no podían decir. Ahora que me ha tocado hacer el camino de vuelta, ay, descubro muchas cosas. Por qué amarguras, por qué nostalgias, por cuántos desamparos y olvidos habrán tenido que pasar para llegar a la lejana Buenos Aires.
Todavía no he podido (o no he querido, o no he sabido, les suena?) ir a ninguno de los pueblos de mis propios abuelos; sigo en deuda con ellos. Pero estuve en Soria, Susy, ya estuve en Soria. Vaya aquí mi homenaje porteño a tu abuelo soriano, y en él a todos nuestros abuelos españoles; no gallegos todos, no. Si desde algún lugar nos están viendo y escuchando vaya para todos ellos mi agradecimiento, y mi pedido de perdón también. Seguramente ni en el peor de sus sueños hubieran calculado que después de tanto sacrificio, de tanto dolor y tanto trabajo, sus nietos, muchos de sus nietos, abandonaríamos la lucha que ellos empezaron.

24 abril 2006

Primavera soriana, primavera, humilde como el sueño de un bendito


Hay ciudades que son mucho más que cal y piedras. Ciudades que son para nosotros familiares e íntimas antes de conocerlas. Del mismo mítico modo en que París son los posters de Tolousse Lautrec, la luz de los impresionistas, la Libertad embanderada y gigante de Delacroix, la voz mínima e inolvidable de Edith Piaff, las fotos en blanco y negro de los jóvenes besándose en las calles devastadas de la postguerra; o Buenos Aires son las letras y las voces del tango, las imágenes de fervores multitudinarios en la Plaza de Mayo, la silueta de parejas que bailan aferradas al borde del Riachuelo o las esquinas rosadas de los versos de Borges.
Y Soria, mucho antes de que yo fuera capaz siquiera de ubicar a Soria en un mapa, fue para mí la voz y la palabra de Machado. De manera que cada vez que piense en Soria me veré a mi misma casi adolescente, sentada en un banco cualquiera de la plaza Rodríguez Peña y leyendo un ejemplar de tapas rosadas de la colección Austral mientras el viento sacude los eucaliptos del parque, y yo me deslumbro con los versos, abstraída del tráfico de Callao.
Llegar a Soria, llegar físicamente a esa ciudad mítica, era como reconocerla, como tocar por fin lo que ya se conoce. Y Soria es fría, sí. (Soria fría! La campana/ de la audiencia da la una. / Soria, ciudad castellana, / tan bella bajo la luna!) Había sol y era un día de primavera pero el aire estaba frío como no había estado en ninguna otra parte. A lo lejos, como marco, se divisaban las montañas todavía nevadas. Y Soria es serena y austera, castellana. Sobria, silenciosa, un poco vetusta, un poco triste. (Soria fría, Soria pura, / cabeza de Extremadura, / con su castillo guerrero / arruinado, sobre el Duero, / con sus murallas roídas / y sus casas denegridas!). Llegamos a la primera hora de la tarde. Habíamos comido en el camino, en un restaurante amplio y con un aire un poco campestre; en la mesa de al lado de la nuestra conversaban y comían tres hombres solos. Las voces de esos hombres, el castellano recio, seco, con aspereza de barba de esos vecinos de mesa me deleitó el almuerzo. Y ahora estábamos en Soria, frentre al palacio de la Diputación que ven en la foto.
Caminamos un poco por las calles casi desiertas. Hay muchas casas bellísimas todavía muy arruinadas en Soria. Y digo todavía porque doy por hecho que se arreglarán; pero es que es tanto lo que tienen! Me da la impresión de que son tantos los años, en muchos casos los siglos, de abandono y de rigores de pobreza que debe ser muy difícil incluso determinar por dónde hay que empezar, qué componer primero. Y esa zona no debe tener la afluencia masiva de turismo, y por lo tanto de recursos, que tiene por ejemplo Palma, o Valencia.
Y paseando por la ciudad encontramos el instituto donde don Antonio daba clases de francés, enamorado perdido de su Leonor (que si no me equivoco descansa para siempre, ya inmortal, en el cementerio soriano. Y ahora que pienso: ¿hubiera sido posible ahora el amor y el matrimonio de un profesor de instituto cuarentón con una niña de 15 años? ¿Qué hubieran dicho la televisión, los diarios, las revistas? Probablemente en lugar de un amor eternizado por la poesía hubiéramos fabricado un escándalo barato y mayúsculo). Y calles serenas y silenciosas. Y un bar, sí, que nunca falta en España, donde descansar un rato, tomarse "el cafetito" y comprar unas yemas bañadas en chocolate y mantequilla de Soria, que finalmente el gusto también es un sentido muy evocador.
Así que después de un paseo breve pero intenso, dejamos Soria atrás. Para llegar a Bilbao deberemos remontar esas montañas que se ven nevadas y después bajarlas del lado riojano. Un paso; la última etapa del camino. Pero antes de irnos intentaré mostrarles más fotos.

20 abril 2006

Antes de irnos

Lo había olvidado casi por completo, pero el viejo e ilustre don Ramón Menéndez Pidal, por el que todos los estudiantes de Letras hemos pasado, ubica al autor del Cid en tierras de Medinaceli. No tengo ni idea de cómo lo hizo. Supongo que se debe haber tomado el trabajo de cotejar palabra tras palabra cada una de las del poema para descubrir que el paisaje, sobre todo el punto de vista desde el que se mira y se describe el paisaje, es el de este pequeño e increíble pueblo de Castilla. No sé tampoco si hay manera de comprobar si esas afirmaciones de don Ramón se corresponden o no con la realidad. Y para decir verdad: nunca me importó demasiado ese afán de indagar hasta el hueso en asuntos de autores anónimos, que después de todo si se mantuvieron anónimos por algo habrá sido (yo creo que hay una voluntad expresa de mantenerse así: una voluntad de atribuir la obra a un yo colectivo, o mejor a un yo cualquiera. Una manera de decir "esto que yo escribo, o que yo digo, podría haberlo dicho cualquiera"). De cualquier manera si don Ramón dedujo que el autor era de allí, palabra santa. El tipo, entre otras cosas, hizo su viaje de luna de miel a lomo de mula por media Castilla siguiendo la ruta del Cid; aunque sea sólo por ese mérito (que no es poco; consideremos a la novia, que evidentemente debía estar muy enamorada la pobre) yo le doy crédito a todo lo que quiera decirme sobre el tema.
Y finalmente la cuestión es que si no fue de allí, pudo haber sido de allí, o de cualquier otro pueblo más o menos parecido. Lo que quiero decirles con esto es que en todo caso me estoy paseando, en la agradable y cariñosa compañía de Octavio y Pili, por la cuna de la lengua, de mi lengua. Y dejamos atrás Medinaceli, porque nos vamos hacia Soria.

18 abril 2006

Y Medinaceli o lo increíble


Como los dejé en "mezzo del cammin", debo continuar. Siguiendo desde Sigüenza hacia el norte, entramos en la comunidad de Castilla y León. Aclarando, aclarando. Ustedes saben que antes eso de las Castillas era distinto; la meseta castellana dividida en dos eran "la nueva" y "la vieja"; y León, insiste Octavio, era otra cosa. Pero ahora las cosas son así, y Medinaceli está ya en territorio de esta Castilla de más arriba, Castilla y León.
Llegar a Medinaceli parece fácil. Una ruta cualquiera, bastante bien mantenida, como parecen estar todas, y un breve desvío. Y se ve el pueblo desde el camino, porque está elevado, en lo alto de una lomada suave. Un pueblo como cualquier otro, piensa uno. Ingenuo, iluso de uno que piense semejante cosa. Porque una vez arriba uno descubre que ha llegado a un lugar mágico, donde parece que el tiempo, las guerras, las devastaciones, las invasiones, las tormentas, las sequías, los siglos y milenios han decidido no tocar ni una piedra. De tal manera que allí tienen este arco triunfal hecho por los romanos en el medio de Castilla antes de que esto fuera ni Castilla ni España ni nada. En el siglo II. En el siglo II!!!!!!!!!Probablemente quienes lo levantaron debían hablar un idioma extraño; quizás un latín ya raro, que no entenderíamos aun cuando podamos leer a Cicerón; una mezcla de latín muy vulgar con otra cosa que quizás haya sido ibero o qué sé yo qué lengua prerromana.
El arco está intacto, como si lo hubieran hecho hace 20 años; pero hay otros restos, porque la tal Medinaceli debió haber sido pueblo muy principal; con el tiempo hubiese podido ser otra Zaragoza, otra Barcelona. ¿Por qué no lo fue? ¿Por qué este pueblo pudo conservar tan importantes huellas romanas y sin embargo no dejar de ser apenas un rincón en la meseta castellana? ¿Qué azares, qué casualidades, qué desgracias habrán pasado por allí para que aquello que debe haber sido toda una ciudad terminara en un pueblo como de reliquia? ¿Y por qué consiguió conservar semejantes restos tan intactos, atravesar con ellos la oscura Edad Media, la aventura del descubrimiento más grande de la historia en la que España entretuvo su Renacimiento, las miserias, las guerras, hasta llegar al 2006 y que yo la viera allí? Misterio. Medinaceli es el gran misterio en medio del camino. Pero sacamos unas fotos, estiramos un poco las piernas, casi nos perdemos en un laberinto de calles estrechísimas y de viejitas que no saben indicarnos por dónde se vuelve a la civilización, y seguimos viaje, rumbo a la austera y bella Soria.

Y ahí está con Juliete

En el puerto de Andratx, cuando vinieron este invierno que pasó. Los extraño; la verdad es que los extraño a los dos. Juliete con su dulzura, su timidez, sus tostadas con mermelada de frambuesa y su mate cocido de la mañana; sus piernas larguísimas (y quién me alcanza ahora los rollos de papel de cocina del estante más alto?????), la piel como de porcelana, y su amor por mi Joaco, que a mí logra conmoverme.
Y mi Joaco, ¿qué voy a decirles de mi Joaco? Que quisiera tenerlo aunque sea un ratito cada día; poder darle un beso cada día y mirarle la cara, y acomodarle un poco el pelo. Pero estamos tan lejos, tan lejos. Ojalá le llegaran mis abrazos.

Ahí está mi Joaco


En la playa de Portals Vells, el verano pasado, cuando vino a visitarnos por primera vez. Estaba con barba, y se lo ve con cara de contento. En esos días, si no recuerdo mal, estaba entusiasmado leyendo El código Da Vinci, y se venía a la playa con el libro bajo el brazo. También miraría a las chicas, sí. Pero no mucho, no mucho. Ya tenía el corazón prendido del filo de unas enaguas, que se habían quedado en la lejana Buenos Aires.

Breve interrupción

Vuelvo a interrumpir el relato del viaje por "campos de Castilla" para contarles a todos una novedad de último momento. Eso: UUUUUUUUULLLLLLLLLLTIMOOOOOO MOOOOOOOOOMEEEEEEEENTOOOOOO. INTERRUMPIMOS LA PROGRAMACION PARA COMUNICARLESSSSSSSSSS: que mi Joaquín, el bebé de mi alma, mi sol, mi luna y mis estrellas, ha conseguido su primer trabajo. Y yo no estaba allí. Eso ya lo saben. Pero no importa. Lo que importa es que el 2 de mayo a las 8 de la mañana mi nene empezará a trabajar por primera vez; y que está contento y supongo que un poco asustado; y que se debe morir de ganas por saber qué será exactamente lo que tendrá que hacer. Y que como lo conozco muy bien, exactamente y nunca mejor dicho "como si lo hubiera parido", no me extrañaría que se agarrara una de esas anginas machazas que le agarran cada vez que se pone muy ansioso, aunque no lo diga y nadie se de cuenta. Así que espero que se cuide mucho, y que estos días antes de empezar se quede tranquilito y estudie y se vaya preparando.
Me hubiera gustado estar con él. Me hubiera gustado verlo salir de casa para su primer día de trabajo como lo vi salir para el jardín de infantes con el pintor a cuadritos, y para su primer día de clases en la escuela, con los zapatos abotinados y la cara de susto, y para la escuela secundaria, y para su acto de fin de curso cuando terminó por fin, buen mozo, de smoquin y peinadito. Pero quién sabe. Quién sabe si el que yo estuviera aquí, tan lejos, no sirvió para que él empezara esta etapa nueva. Mi nene está muy grande; en todos los sentidos. Mi nene está muy grande.

17 abril 2006

Y otra vez en viaje: Sigüenza


En la foto, la Plaza Mayor de Sigüenza. La mañana del martes desayunamos en el comedor del hotel (un lujo), y arrancamos otra vez, siempre con rumbo norte, hacia Bilbao. El camino sería largo y entretenido, y sorprendente. Primera parada: Sigüenza, el último pueblo que veríamos de Castilla La Mancha. Pero para llegar hasta allí tuvimos que cruzar el mítico Tajo, por los embalses de Buendía y de Entrepeñas, atravesar La Alcarria (aquella de los caminos rurales de Cela), paisajes de Castilla, que parecen ahora tan bucólicos.
Y Sigüenza, ese pequeño pueblo, con sus dos joyas: el castillo, que ahora es uno más de los paradores nacionales, fantástico, y el lánguido doncel, que yace para siempre en una capilla de la catedral.
La historia del doncel es curiosa: un joven noble castellano, Martín Vázquez de Arce, que muere en batalla con los moros, en Granada. Su familia, ante la tragedia, se hace de un lugar en la Catedral de Sigüenza para enterrarlo; y uno de sus hermanos, obispo en Canarias, encarga el monumento fúnebre. Probablemente ni él, ni ellos, podrían imaginarse que su vida quedaría inmortalizada. La escultura, hecha en alabastro, continúa siendo anónima, pero se supone que pudo hacerse en un taller de Guadalajara. La cuestión es que para 1492 ya estaba allí, adornando la tumba del joven don Martín. ¿Y qué tiene de particular? Ah, es maravillosa! Pero además es interesante y curiosa en la historia del arte: representa por un lado lo mejor del gótico tardío, y también el paso siguiente, el tímido pero definitivo paso hacia el Renacimiento, es decir hacia la modernidad. Don Martín yace tumbado, apoyado en almohadones, uno de sus brazos sosteniendo la cabeza, y el otro...un libro! El doncel está leyendo allí ya para siempre. O mejor dicho: acaba de leer, porque su vista no está clavada en el libro, sino en algún punto del horizonte, como quien piensa distraído sobre algo de lo que acaba de leer. Tiene todavía las formas estilizadas, como estiradas, del gótico, pero también la cara con rasgos, la humanidad del cuerpo preparado para el placer del Renacimiento que empieza: el doncel no es un ángel incorpóreo y asexuado, no. Es un joven romántico que lee tendido, con una mirada lánguida, que quizás lamente su propia muerte. Y a sus pies un niño paje lo mira y llora. La muerte ya no está mostrada únicamente como el pase seguro al Paraíso, sino como el dolor que es, como una verdadera tragedia.
Y esa maravilla, esa muestra del mejor gótico y ya de otra cosa que vendría está allí todavía, en una capilla lateral de la catedral de la pequeña y preciosa Sigüenza. Ahora mismo el doncel ya no descansa en soledad; a su alrededor sus padres, que murieron después que él, y sus hermanos. Pero él, de vida trágica y breve, tiene la que probablemente sea la tumba más bella de toda España.

16 abril 2006

Y más Cuenca


Pasamos en la colgada Cuenca un día fantástico. Pero para que se ubiquen (ya sé que podrían mirar un mapa, sí) les cuento: ese tajo en la piedra, ese abismo que parte la tierra en dos, se debe al trabajo de quién sabe cuántos siglos del río Huécar, que apenas un poco más abajo se unirá al Júcar, que viene bajando de las alturas del Sistema Ibérico, del lado de mi querida Aragón, e irán ya uno solo a desembocar al golfo de Valencia, al Mediterráneo, un poco más abajo que aquel Turia bacanazo al que los valencianos domesticaron y encauzaron. Y no sé, no tengo ni la menor idea aunque me lo imagino, quién habrá sido el primero al que se le ocurrió empezar a construir casas allá arriba, agarradas del abismo de roca. Me imagino que primero debe haber sido el monasterio y a su alrededor se deben haber instalado los primeros pobladores, que habrán sido como siempre, servidores de los frailes. La cuestión es que allí, en esas dos orillas extrañísimas del Huécar, que ahora es casi un hilo de agua inofensivo, al que uno le cuesta imaginarse hendiendo rocas, está la vieja Cuenca de calles empinadas, iglesias centenarias, plazas de piedra, rejas que son verdaderas obras de arte, jardines en flor que cuelgan sobre el paisaje, casitas que desde la calle parecen sólo casas antiguas, pero del otro lado dan al abismo mágico del río, la íntima y laberíntica posada de San José, que les trae recuerdos de otro viaje a mis amigos. Por allí caminamos, remontando cuestas para bajar los zarajos, los morteruelos, los jamones, los pistos manchegos, ay, y para deleitarnos con el silencio y la calma de la tarde castellana. Y despacito fuimos bajando por esas calles de cuento hasta la ciudad nueva, la Cuenca-pueblocualquieradelaprovinciadebuenosaires. Todavía me quedaba una sorpresa: hay un punto, un punto exacto, en que el hilo del Huécar se junta con el Júcar, y desde allí siguen juntos. Después les pondré la foto.
Y ya en la Cuenca nueva paseamos por la calle principal, nos tomamos unos cafecitos, y yo huí un ratito a comprarme una prenda muy femenina que me había olvidado de poner en la valija. Y vieran ustedes la lencería que venden en la castellana Cuenca! Se habían puesto lanzadas las mozas castellanas!! En fin, hecha la compra y recorrido el pueblo, volvemos para el hotel, esta vez en taxi, que ya no damos más.
Aprovechamos para recorrer un poco el parador (que quién sabe, ay, cuándo volveré) antes de meternos en las habitaciones a descansar por fin; vemos una especie de convención reunida en el bar que fue capilla (ah y si las piedras pudieran guardar recuerdos y contarlos! qué sorprendidas notaríamos a estas paredes que fueron de convento! las cosas que les ha tocado ver!), y finalmente terminamos el día comiendo algo de fruta en el cuarto de Octavio y Pili, pegado al mío, y charlando y comentando. Y a descansar y a dormir, que mañana nos espera un largo viaje hasta a Bilbao.

Felices Pascuas

Aunque es rara la vez que me ponen comentarios aquí, yo sé que muchos amigos queridos y tan lejanos me leen y van siguiendo mis aventuras y desventuras por tierras españolas. Aquí la Pascua, esta Semana Santa que culmina hoy, tiene como en todas partes un matiz turístico que en Mallorca se siente de manera particular. Se ha llenado de alemanes, de ingleses, de franceses y también de españoles de la Península en busca de sol, playa y descanso.
Pero conserva también, y muy marcado, el matiz religioso. Humo de cirios en el aire, silencio de duelo en el laberinto de la vieja Palma, se han paseado en estos días las imágenes de todas las iglesias cargadas a hombros por hombres y mujeres (y esto desde no hace tanto tiempo) que se preparan durante todo el año para eso. Y las procesiones de las cofradías, con sus hábitos y sus capirotes de colores distintos cada una han invadido todas las calles de la ciudad antigua en un espectáculo de fe y de estética asombroso. Son cientos, son miles; caminan tras sus imágenes al ritmo de bandas fúnebres, iluminados por velas enormes que van llenando de cera las calles angostas por donde pasan; y entre el público se ven miles de turistas de bermudas y cámaras fotográficas al cuello, chiquitos ingleses que se aferran a las piernas de sus mamás, asustados ante esas imágenes fantasmales de personas sin rostro que lo han invadido todo y que les resultan tan extraños, como de película; pero también señoras "todas de negro hasta los pies vestidas", con peineta y mantilla, que se persignan al paso de "su" imagen, de la que son devotas, y chiquitos españoles vestidos "como pa´ir de boda" que no tienen ningún miedo porque llevan el rito grabado en la memoria, y que imitan el respetuoso silencio de sus padres jóvenes.
Cada día de la Semana Santa, desde el lunes hasta ayer, tuvimos un programa de procesiones, todas bellísimas. Y yo no sé si tanto por devoción cristiana como por conservar sus tradiciones, a las que se aferran de un modo que uno envidia, participa todo el mundo; viejos y jóvenes, niños y niñas. Tenemos mucho que aprender de España, sí. Andan en autos super modernos; pierden gozosamente el tiempo en los bares y tabernas de tapas; han aprendido a vivir en casas que de afuera parecen reliquias pero adentro tienen calefacción y cocinas de vitrocerámica; se conectan a internet y en la playa se confunden con los "guiris", también las mujeres españolas en topless; disfrutan de la prosperidad que por fin les ha llegado de la mejor manera. Forman parte de este nuevo mundo occidental globalizado, y lo saben, y lo aprovechan. Pero cuando suena la hora de hacer lo suyo, lo que han hecho sus padres y sus abuelos y sus tatarabuelos, cuando llega la hora de ser España, la de siempre, distinta no sólo del resto del mundo sino hasta de sus vecinos europeos, saben lo que tienen que hacer. Y lo hacen. Y lo hacen bien, felices y contentos, con ganas, con entusiasmo y hasta les diría con un cierto orgullo.
Forman parte de este mundo que nos ha tocado a todos, sí. Pero no se olvidan de quiénes son, y tienen claro que eso que ellos son es justamente lo que pueden y quieren aportar a la tan mentada "globalización".
Felices Pascuas. Para todos, felices pascuas.

15 abril 2006

Las casas colgadas

O una parte: la que salió en la foto. Pero mañana les seguiré contando. Estén atentos que hay más.

¿Se llega a ver?


Espero que sí: ahí está el parador, el abismo, el puentecito. Y yo, que saqué la foto, estaba lo más piola paseándome por esa Cuenca increíble, después o antes, que no lo sé, de haber comido lo que procedo a enumerarles: gazpacho manchego, zarajos, morteruelo, ajoarriero, mojete, pisto manchego, caldereta, jamones varios. Todo perfectamente saludable, excelente refugio para el colesterol, livianito de digerir, y sobre todo, absolutamente sobre todos esos que no son más que detalles, riquísimo; de chuparse los dedos. ¿Qué que es todo eso? ¿Que en qué idioma está escrito? En castellano; en puro castellano de Castilla además. Pero sí, ya sé, necesita traducción. En realidad lo que necesita es degustación, pero hasta que no se invente la manera de transmitir sabores y texturas por internet tendremos que conformarnos con descripciones de recetario. Para no aburrirlos, seré breve: los zarajos son chinchulines de cordero, trenzaditos, hechos una madejita alrededor de un palito de sarmiento y asados. Un manjar. El morteruelo es una especie de paté muy espeso, más que para untar para poner de tenedorazos encima de una buena rodaja de pan tibio y tierno, hecho con carnes de caza, hígado de cerdo (recuerden: del cerdo, hasta los andares; nada se tira, todo se transforma) y miga de pan; el ajoarriero es también una especie de pasta espesa pero hecha con papas, bacalao, huevos cocidos. Otro manjar. El mojete y el pisto manchego son verduras (que no todo han de ser grasas animales, no, Dios nos libre; o mejor Dios no nos libre, que son riquísimas), pimientos, cebollas, ajos tiernos, cocidos, y perfectos para acompañar. Y la calderereta y los jamones y... mejor no sigo que ya me está dando hambre.
Y una copita de vino, y una fruta para terminar, y un cafecito. Y todo esto en una de esas casas colgadas y mirando por la ventana el parador del otro lado. Y esos amigos queridos mimándome. La vida es bella, sí; la vida es bella. Seguramente yo no debo haber hecho nada, pero se ve que para tata Dios me merecí esto. Se agradece.

Y ahí lo tienen a Octavio


Apoyado en la baranda, en la puerta del parador, y mirando hacia las casas colgadas de la vereda de enfrente. Y el puente, que ahora mismo les voy a mostrar más en directo.

Parador y puente


Y ahí tienen el parador visto desde el otro lado y con el puentecito que atraviesa el abismo, que es peatonal y de apariencia tan frágil que uno se anima a cruzarlo sólo por llegar más rápido a lo que intuye que será un pueblo mágico. Y vale la pena. Ahora les pongo más fotos, para que sigan mirando.

Cuenca, el parador, la comida, ay la comida


Ahí tienen una imagen panorámica del parador desde las casas colgadas, es decir desde el otro lado del abismo, como quien dice la vereda de enfrente. Después les pongo otra al revés (quiero decir desde el otro lado, que no patas para arriba); y también otra con el puentecito que conecta un lado y otro del foso.
El parador, este magnífico hotel que es ahora, fue el convento de San Pablo, construido en el siglo XVI. La antigua capilla es ahora la cafetería; el claustro, las galerías, todo absolutamente, está no sólo perfectamente conservado sino cuidado y acondicionado de una manera deslumbrante. Hospedarse allí es sentir que uno se ha escapado del tiempo; que se ha metido en otra dimensión; las camas con dosel, el perfume de cera de las maderas, las ventanas que dan al patio antiguo, un placer. Y también el silencio, la calma que parece inundarlo todo. Anótense el lugar para cuando vengan a España. Es imperdible.
Y llegamos, nos instalamos, y salimos a pasear, porque además el día estaba espléndido y la primavera esperándonos allí afuera. Pero les voy a poner más fotos y vuelvo a contarles del pueblito y de la comida, mmmmmmmm, la comida. Un paraíso perdido en mis caderas.

Sigamos viaje


Y ahí estamos Pili y yo, ya en Cuenca, la maravillosa y mágica Cuenca. Salimos de Valencia a la mañana, no tan temprano porque ya les dije que desayunamos, terminamos trámites de hoteles y no tuvimos apuro, arrancamos hacia Castilla La Mancha, pasamos por el nunca bien ponderado Monteagudo de las Salinas (y ahí nos tomamos un café, charlamos con el belga dueño del hotel rural, miramos y admiramos esa posada de camino desierto, como un milagro de descanso relajado en medio de Castilla) y sobre el mediodía estábamos en Cuenca. Abajo, en la llanura, una ciudad normal, como otra cualquiera, incluso quizás no muy linda: demasiado nueva, y chiquita, un poco más grande que una ciudad cualquiera de la provincia de Buenos Aires (digamos por caso Pergamino). Nada especial. Pero arriba! Ay arriba! Qué maravilla y qué impacto sorprendente empezar a subir una cuesta y descubrir de pronto un pueblo antiguo y colgado, literalmente colgado de un barranco profundo de piedra oscura, con un hilo de agua allá abajo. El precipicio divide en dos el mundo: de un lado las casas colgadas, del otro un monasterio enorme, hermosísimo, que sería además nuestro hotel. Como tengo más fotos, sigo después.

14 abril 2006

Un alto en el camino

Antes de seguir con el viaje dos comentarios: 1) no es que quiera que me envidien, pero les aviso que hoy el Bibi y yo nos pasamos la tarde tomando sol en la playa de Portals Nous; ya hay bastante gente, ya están armadas las sombrillitas y hoy hasta había gente en el mar. Allí, en esa playa de Portals Nous (que es preciosa), habrá el 22 de abril una megaorgía, que anuncian hasta por los diarios, ¿qué tal? Nosotros nos lo estamos pensando, porque nuestros huesos ya no están pa´megaorgía, pero la verdad es que habría que ir aunque sea disfrazado de pino piñonero, para chusmear de qué se trata, vio?
Y 2) necesito un español; mejor dicho: necesito una española, a ser posible ama de casa, que me explique por qué cazzo en este país, o al menos en esta isla de este país, te venden los pollos con cabeza, pico y ojos. ¿Será, digo yo, que alguien le come la cabeza al pollo? ¿Será una manera como otra cualquiera de currarte en el peso de lo que te venden? Cuando los compro en la carnicería no tengo problemas porque como ya me avivé le pido al carnicero (carnicera la mía, en realidad) que decapite al pollo. Pero cuando lo compro, como ayer, en el supermercado, ya empaquetado, y lo saco y descubro allí a ese pobre pajarón mirándome, y con todo y pico, me quiero cortar las venas con una planta de lechuga tierna.
Qué los parió! Qué manía! Y allí empiezo a reclamar a los gritos la presencia de Bibiloni en la cocina, para que proceda; ni loca le corto yo la cabeza a esa pobre criaturita del Señor! Y ya que estamos con preguntas a amas de casa: ¿por qué la sal fina de España es algo así como nuestra sal parrillera? ¿Por qué no muelen la sal como corresponde, digo yo??????????????? Pero para ese problema ya tengo solución: en el Carrefour me venden la nunca bien ponderada Celusal, y chau pichi.
Y después de esta breve pero contundente digresión seguiré con el viaje: nos vamos derechito para Cuenca, la de las casas colgadas.

12 abril 2006

Y fernande sin z y doña Ma. del Pilar


Y ahí tienen a mis ángeles custodios, mis queridos Octavio y Pili, en la puerta del hotel rural de los belgas, en Monteagudo de las Salinas. Y lo que se ve atrás, esas casas que se ven en una loma de la lejanía, eso, es todo el pueblo, donde Octavio dice que él hubiera vivido tan feliz (je!). Mirando la foto recuerdo ahora el color de la tierra de Castilla, o al menos de esa parte de Castilla, tan distinto del color de esta isla mía, o del color de los viñedos de Rioja, o de los montes y los valles con ovejitas pintadas del País Vasco.

Y entonces ya que estamos


Y se ve que aprendimos, ahí va otra: Ramiro y yo estamos en la foto, un poco chiquitos pero estamos, en la puerta de la catedral de Valencia, con el Micalet (divino) que se ve al costado. Y ahora que miro la foto: Ramiro me alcanzó; claro que eso no significa que Ramiro sea muy alto, no. No quiero ni decir lo que significa en realidad.

Sólo Dios sabrá por qué


Sí, sólo Dios sabrá por qué probé 1000 veces y nunca pude, y probé 1001 y me salió. Ahora voy a volver a intentar, porque en realidad esta foto que puse ahora, convencida de que no iba a salir nada de nada, es la que tendría que haber puesto cuando todavía estaba en Valencia. Este que ven aquí, tan tirado el tipo, tan con cara de recién levantado de una buen y placentera siesta, fresquito, displicente, rodeado de dulces ninfas, es el Turia, el río que los valencianos lograron dominar encauzándolo, y al que le deben ese parque frondoso y poblado de puentes. Lo menos que podían hacer con él es hacerle un monumento, y eso hicieron: un monumento, este de la foto, lo recuerda en la Plaza de la Virgen.

Por si les interesa ver

Ahí va el sitio donde pueden ver algo de ese hotel rural precioso de Monteagudo de las Salinas: www.hotelromeral.com

Y sigo con el viaje: Monteagudo de las Salinas

Los dejé en Valencia, desde donde Rubén se volvió con los chicos, y yo me fui con Octavio y Pili con rumbo a nuestra primera parada, que sería en Cuenca.
Así que allá vamos: salimos de Valencia a la mañana, después de desayunar, despachar los trámites de hoteles, esas cosas. Y tomamos la autopista que va a Madrid, hasta salir de la Comunidad Valenciana y entrar a la de Castilla La Mancha. No debe haber mejor forma de aprender geografía que haciendo estas cosas: las cosas que viste siempre en un mapa se te aclaran; y aquí, en España, parece que la geografía pudiera "verse". No sé si será que las distancias son cortas, está el espacio como comprimido, o que yo vengo acostumbrada a las extensiones de la llanura pampeana, que parece un océano infinito de tierra sin límites, sin bordes, como si nunca terminara.
Aquí todo tiene su marca, su mojón, y hasta se aceleran los cambios del paisaje: en 100 kilómetros viste pasar por la ventanilla arrozales húmedos y fértiles, sequías de polvareda arisca, montañas nevadas y valles verdes y floridos. Para mi mentalidad de llanura, increíble.
Arrozales vimos saliendo de Valencia, en la albufera (no es por nada que comen paella, no). Y pronto empezaríamos a ver sierras a medida que nos alejábamos del Mediterráneo.
Les dije que la primer parada sería Cuenca, y les mentí. Antes de llegar a Cuenca hicimos parada (cafecito, un poco de charla distendida) en un pueblo por el que Octavio siente un particular cariño: allí tuvo su primer trabajo como médico, y parece que allí, también, anduvo seduciendo niñas enamoradizas, y encima hermanas de curas párrocos. Y parece que al hombre le ha quedado el recuerdo dulce de unas lágrimas de niña cayendo en su solapa, y cada vez que pasa por la zona, rumbea pa´l pueblo aquel, el de la hermana del cura.
¿Dije pueblo? Debí haber dicho pueblito, casi caserío en torno a unas ruinas de castillo, porque no debe haber caserío en Castilla que no tenga su castillo o sus ruinas de castillo. Monteagudo de las Salinas se llama el tal pueblo, y Octavio insiste, más de treinta años después, en que él hubiera vivido muy feliz allí. Pili, que es mujer inteligente, muy, y que fue la causa de que el joven médico dejara Monteagudo de las Salinas y muchachita de lágrimas dulces hermana de cura párroco y lo que hubiera hecho falta dejar, sonríe. Y más que sonreír, se le ríen los ojos, porque Pili tiene los ojos más vivaces y más rientes que haya visto en la vida. Y a Pili se le ríen los ojos y el alma cuando Octavio insiste ("que sí, joder, que yo hubiera vivido aquí tan feliz toda la vida"); y yo sospecho que lo dice para hacerla rabiar un poco, y darle un poco de celos retroactivos; pero su moza castellana es tan inteligente, y lo tiene tan enamorado perdido, que termina el provocador provocado, y yo me divierto en el asiento de atrás imaginando la vida de Octavio en pueblo semejante. Ah y qué sería de los hombres sin nosotras!
La cuestión es que en Monteagudo de las Salinas además de las 20 casas y las ruinas de castillo hay ahora un hotel rural que han puesto unos belgas, precioso, austero pero precioso, acomodado con un gusto exquisito, chiquito, íntimo, ideal para pasar allí un fin de semana de descanso o de evasión del mundo; que no para vivir, no. No, no y no. Me dejan allí a vivir unos meses y me llevan derechito para el loquero.
Y comentario: se me ocurrió, porteña al fin, hacer este absurdo comentario: "cómo se les podía ocurrir hacer castillos, iglesias monumentales, aquí, en medio de la nada?". Qué pregunta idiota! Para qué nos sirve haber leído tanto y haber estudiado tanto si después hacemos preguntas tan banales! Aquello, esa Castilla que parece ahora el reino de la tranquilidad y del sosiego, de los castillos en ruinas o convertidos en hoteles 5 estrellas, del campo un poco seco, que uno imagina duro de trabajar, de montes y cotos de caza y belgas poniendo casas rurales y turistas como yo paseando alegremente, fue hace siglos el centro del mundo. El núcleo duro de ese imperio donde nunca se ponía el sol. Por ese territorio que uno mira ahora con mirada de turista medio estúpido, se libraron batallas sangrientas que movían la frontera de moros y cristianos, anduvieron tropas romanas conquistando y matando y dejando caminos y leyes, civilización y lengua. De esa Castilla que parece ahora tan inocente salieron los hombres que conquistaron y le dieron dioses y lengua a todo un continente. No, evidentemenete aquello no es "en medio de la nada". Aquello fue el ombligo del mundo; donde todo comenzó. Por esta Castilla de pueblos como caseríos y clima duro anduvo no sólo el Quijote, sino la historia de medio mundo. Y estoy pensando ahora, mientras escribo y trato de contarles este viaje maravilloso, cuánto tiene que ver esa Castilla poderosa y poblada de iglesias y castillos, que ahora yo veo tan pacífica y tan tranquila, reposando al sol, con lo que leo cada día en los diarios, con lo que escucho por la calle o en mis clases de catalán. ¿En qué lengua que ignoro hablaría yo si aquello hubiera sido "en medio de la nada"? Aviva el seso, querida Alicia, y a ver si de una vez aprendés a mirar. Que ancha es Castilla, sí; ancha es Castilla.

Amarillo a las genistas

Lamento no ser pintora. Es triste no ser pintor en Mallorca, como debe ser triste ser mudo en Italia (o no tener manos, que viene a ser más o menos lo mismo). Por eso, por los colores de maravilla que la primavera le está poniendo a mi isla, interrumpo el relato del viaje, que prometo que seguiré.
Cada época del año, que acabo de verlas todas (ahora, en estos días, hace un año que vine a ver a Rubén, en la plena primavera del año pasado; volví ya con los chicos en el verano ardiente, ay, y qué ardiente; pasé el otoño, el invierno, y estoy dando la vuelta completa, el eterno retorno), tiene sus colores, que parece que explotaran. Los mallorquines se quejan de que su entorno se ha estropeado mucho en los últimos años, con tanta gente (que venimos siendo nosotros, claro) y tanta edificación para albergar a tanta gente; sin embargo siguen teniendo mucha naturaleza bellísima a disposición, y la verdad es que la cuidan bastante. Digamos que visto de afuera se ve distinto.
Como Rubén está haciendo guardias en Alcudia, que es exactamente el otro lado de la isla, lo llevo a la mañana temprano y al día siguiente, después de dejar los chicos en la escuela, lo voy a buscar. Y de paso recorro, y miro. Ahora el campo está muy verde, y los colores que predominan son el amarillo y los tonos de azul: están en flor las "genistas" de las que habla Serrat en su Mediterráneo ("les pondré verde a los pinos y amarillo a las genistas", ¿se habían dado cuenta? ¿o les pasó como a mí que me avivé de lo que decía después de años y años de escucharla y hasta de cantarla?) ¿Que qué son las genistas? Ah eso debería ser otro precio! Pero es muy fácil: son nuestras retamas. Y ahora viene lo que quería decirles, en realidad. He notado que hay muchas plantas, árboles, plantitas de esas medio insignificantes, que parecen muy modestas, casi nos pasan desapercibidas, como si no estuvieran. Pero resulta que llega un momento determinado del año y florecen, y entonces aquello que casi no habíamos mirado se convierte en un milagro de color, un estallido, un espectáculo perfecto, increíblemente perfecto. Así pasó en febrero con los almendros, que pintaron la isla entera de blanco, de un blanco resplandeciente y con un matiz rosado; y yo me di cuenta entonces de la cantidad de almendros que hay, porque hasta ese momento aquellos árboles no eran casi nada para mí. Ahora están en flor las retamas, y las margaritas silvestres, que forman verdaderas matas de flores elementales y amarillas (quizás de todas las flores la margarita sea la más flor, en la que uno primero piensa cuando piensa la palabra flor; y además yo tengo algo especial con las margaritas: cuando estaba en segundo o tercer grado yo fui una margarita; en un acto escolar, de aquellos de disfraces y recitados y padres de traje haciendo de público emocionado, a mí me tocó ser entre todas las flores la margarita; recuerdo todavía la textura del piqué blanco del vestido en la piel, el roce del alambre que me sostenía aquellos pétalos enormes en la cabeza, la molestia de caminar con unas zapatillas de baile que antes jamás había usado; recuerdo las caras de mis compañeras, tan queridas, con sus disfraces de rosa, de clavel, de jazmín. Ah la infancia, y la escuela! El patio de mi escuela, el escenario de maderas ásperas y polvorientas, las voces y las risas de mis compañeras. Entre las cosas que yo hubiera querido no tener que dejar están las fotos de mi infancia. Un día me reuniré con ellas; quizás un día me volveré a reunir con ellas) , y las lavandas, de un azul violáceo. Y los almendros, que hace nada eran un estallido de motas blancas en el campo, ya han perdido sus flores y ahora están verdes y colmados de frutos, que en un mes madurarán.
Las plantas no compiten, no se pelean a codazos por llamar la atención; saben que a cada una le llegará su turno de lucirse, y cada una se va apagando para que se encienda otra, para hacerle un lugar en la mirada. Y entre todas nos hacen la vida más bella y nos van marcando los ciclos de las cosas, lo que nace, brota, se muere y vuelve a empezar cada vez.
También de las plantas tenemos mucho que aprender.

09 abril 2006

Y más Valencia

Estoy intentando vanamente poner más imágenes de Valencia. Decididamente no me sale, y no tengo ni idea de por qué, porque hago exactamente lo mismo que hice para poner las que sí pude poner. En fin: ¿conocen la sensación de querer agarrar una máquina a patadas? A mí nunca me había agarrado hasta que apareció el invento de los cajeros automáticos, los contestadores telefónicos, las voces grabadas que te atienden cuando vos lo que querés es encontrar una voz humana para putear a tus anchas. Ahora ya me acostumbré; desde que empezó este otro invento de las computadoras diría que me agarra uno de esos ataques de fiereza antimáquina casi diariamente. Pero dejémoslo, después de todo también tiene sus ventajas. Y hablando de eso: estuve revisando lo que les escribí de Valencia, y quizás he sido injusta con ese compatriota que estaba allí ganándose la vida como taxista, o al menos intentándolo. Mientras nosotros paseábamos, el tipo estaba laburando, y la verdad es que demostraba tener al menos bastante coraje, cosa que a mí, de paso, no me vendría nada mal. Ahora que pienso quizás haya habido hasta un poco de envidia en mis palabras: probablemente yo no sabría salir a pelearle a la vida con el mismo humor y la misma audacia que él. En fin.
Y de paso me sigo acordando de cosas bellas para ver en Valencia. Una, la casa palacio del Marqués de Dos Aguas, una maravilla de mármoles, con todas las vueltas y los contrastes y las tensiones del barroco, que a mí me encanta. Otra joyita. Y la Puerta de la Mar, una especie de Puerta de Alcalá en chiquito que tiene algo que me llamó la atención: en la plaza de enfrente hay al menos un ombú, y muy frondoso, con sus raíces también barrocas, con ese tronco tan peculiar y esa sombra que se agradece. Quién sabe cuándo y por qué fue plantado allí; como sea, se ve que el lugar le gustó, porque creció como si estuviera en su tierra.
Y algunos datos gastronómicos: por mucho que pedimos que nos recomendaran dónde comer buena paella no conseguimos que ningún valenciano se arriesgara y nos diera "el" dato. Todos contestaron que la mejor paella era la que les cocinaba su suegra, su madre, su abuela. Así que en el lugar de las paellas, más vale andar con cuidado. Y la bebida valenciana, parece, es la horchata de chufa (nombre sonoro, no me digan); un líquido de aspecto lechoso y dulzón que se hace justamente con la chufa, una frutita dura y oscura. Yo personalmente, paso. Para mí, jugo de naranjas; eso sí, naranjas valencianas, que también son un clásico.

08 abril 2006

Valencia, la bella Valencia


Tardé, ya sé. Y no cumplí la promesa de seguir al día siguiente, también sé. Pero no es fácil, no es fácil. No se dan idea de la fatiga que me llevo sólo para pasar las fotos de la cámara a la compu, y de allí al blog. Ay no haber nacido 20 después!
Bueno: esta foto que les puse es de la Plaza del Ayuntamiento. Y uno no sabe por dónde empezar a mirar. Son unos edificios lindísimos, con torrecitas, con campanarios, todos bonitos. Y Valencia es una ciudad muy pujante, muy comercial, con las calles colmadas de gente que va y viene, con una oferta de comercios enorme. Para que se den idea hay sólo allí cinco tiendas del Corte Inglés, que siempre son enormes, y entre ellas la más grande de toda España. El casco histórico es interesante, pero debo confesarles, y no es por fanfarronear, que el de Palma es más lindo y me parece que además está bastante mejor conservado, más limpio y prolijo al menos. Pero "el ensanche", ese entorno que se les construyó a muchas de las ciudades españolas a finales del XIX y principios del XX, es una joya, y además muy grande. Tienen una cantidad enorme de edificios modernistas, uno más lindo que el otro. Y la gente se ve muy relajada y bastante más cordial que los mallorquines (que tampoco hace falta ser muy cordial). Y tienen playa, no en la ciudad exactamente pero muy cerca. Y tienen, o han tenido para decirlo mejor, un río que atraviesa la ciudad, el Turia, que han desviado hace medio siglo porque les hacía desastres en las épocas en que bajaba demasiado crecido. Pero tuvieron el buen tino de conservar su cauce y convertirlo en un gran parque público, un paseo como una gigantesca avenida de árboles y flores, por donde se puede pasear, andar en bici, hacer deportes, lo que se quiera. Y los puentes sobre el viejo cauce del Turia, que eran muchos y todos lindísímos, y que ahora tienen la doble función de adornar y de unir un lado y otro de la ciudad. Y sobre el final de ese gran paseo, la maravilla de Calatrava y su ciudad de las Artes y de las Ciencias. Una edificación de proporciones monumentales, blanca, que puede y debe rodearse como si se tratara de una escultura y que desde cada perspectiva parece cosas distintas: un casco de astronauta, una nave espacial posada sobre la ciudad, un gran escarabajo blanco y reluciente. Bellísimo.
No quiero agotarlos con largas listas de nombres, pero recuerden para cuando les toque conocer Valencia: no se pierdan la catedral y su campanario, el Micalet. No se pierdan la Plaza de la Virgen, que funciona como la antesala de la iglesia de Nuestra Señora de los Desamparados, que los valencianos veneran tanto como para cubrir su imagen gigantesca de toneladas de flores cada año; no se pierdan el Mercado y la Lonja de la Seda; la Estación de trenes (perfecta); la escultura del Turia, ahí tirado el tipo como un bacanazo después de la juerga, un poco displicente, como descansando de tanto placer, y rodeado de ninfas, que me imagino que deben ser los afluentes que le dan sus aguas. Y la Plaza Redonda, donde se venden artesanías de cerámica, puntillas, abanicos. Y la playa de la Malvarrosa y sus bares y restaurantes, y su Mediterráneo azul profundo, que mira hacia mi isla; y el puerto, un mundo de actividad y de trabajo y de placer también. Una bella ciudad.
LLegamos el jueves a la tarde (yo, por supuesto, en estado de somnolencia profunda: ya saben mis recursos soporíferos para subirme a los aviones, así sea por los 45 minutos escasos que duró el vuelo) y nos quedamos hasta el lunes a la mañana. Perico hizo sus pruebas de hockey (le fue muy bien, lo seleccionaron; supuestamente debe volver en mayo, y después otra vez en julio). Nos tocaron unos días bien primaverales, cálidos al sol y durante el día, ideales para caminar y recorrer. Nuestro hotel estaba en un lugar no muy lindo (rodeado de negocios chinos y casas de putas) pero a un paso de la parte más linda del centro de la ciudad.
Quizás la anécdota más curiosa de la estancia en Valencia, de esas que uno recuerda después de mucho tiempo y que quedan ya para siempre en los anecdotarios viajeros, fue un taxista que nos llevó la tarde del domingo desde la Plaza de la Virgen, que debe ser algo así como el obelisco de Buenos Aires, el núcleo duro del centro de la ciudad, hasta nuestro hotel. Era un argentino, de Lanús, que según él había empezado su trabajo de taxista ese mismo día. El tipo no tenía ni idea no de dónde quedaba nuestro hotel, sino de dónde quedaba la mismísima Valencia; atravesaba avenidas céntricas que hasta nosotros conocíamos después de dos días de estar allí sin darse cuenta ni remotísimamente de dónde estaba. Y no sólo conservaba la calma que nosotros íbamos perdiendo, sino que se mantenía lo más pancho, como si aquello fuera lo más normal del mundo. Según él su taxi y él mismo venían equipados con toda clase de adelantos tecnológicos e informáticos, esos aparatitos a los que uno les pone la dirección a donde quiere llegar y le van diciendo "doble para acá, siga para allí", pero sucedía que no los sabía usar. Y tampoco sabía siquiera ponerle con un mínimo de recato ortográfico los lugares a donde quería ir, así que no era tanto que él no entendía al aparato, sino que me parece que el aparato no lo entendía a él. Pero tampoco eso lo alteraba: cuando los semáforos se ponían en rojo el tipo aprovechaba para entenderse con la pantallita. Pero el semáforo cambiaba a verde y él seguía tocando botones sin ton ni son, con lo que los coches que tenía detrás le tocaban furiosamente la bocina. El argentino de Lanús, canchero él, los miraba por el espejo y les espetaba"no me rompás las pelotas, fiera". Octavio y Pili, Rubén yo no podíamos creer lo que veíamos. Cuando hacía ya un rato que nos paseaba por la ciudad se dio cuenta de que no había puesto a funcionar el reloj, así que ni siquiera cobrarnos por el paseo. Un desastre; una verdadera calamidad argentina. Y el único con el que nos cruzamos en todo el viaje.
Ahora mismo intentaré ponerles más fotos de la bella Valencia, pero no me tengan mucha fe.

02 abril 2006

Algunas explicaciones

Para contarles qué fue de mi vida entre aquellas clases de catalán, que se reiniciarán mañana mismo, y esto que les escribo hoy, ya de vuelta en casa, necesito darles algunas explicaciones, sobre todo a varios que sé que leen el blog y no conocen "las previas". Y ahí van, más o menos en orden (ja!):
1) Perico fue invitado hace ya un tiempo a participar en una prueba de "cazatalentos" que organiza la asociación de hockey de España por regiones, y Baleares pertenece a la región que tiene como cabecera la ciudad de Valencia. Para ir a probarse la asociación le ofrecía alojamiento gratuito a él y a un acompañante, pero dadas las circunstancias preferimos viajar los cuatro, en romántico montón, y por lo tanto con la suficiente antelación organizamos una "excursión" valenciana: pasajes, hotel, esas cosas. La idea inicial era pasar el fin de semana allí, que Perico se sacara el gusto de probarse y de paso recorrer lo que se pudiera de la ciudad, de la que nos habían contado bondades varias, y que nos queda, avión mediante (ay) a cuarenta minutos y algo así como 28 euros per capita ida y vuelta (y no se entusiasmen, porque depende mucho de las fechas, de la anticipación con que se reserven los pasajes, en fin: nos costaron eso, pero no siempre cuestan eso). (Y ahora sí no puedo evitar hacer un paréntesis: tengo la costumbre de escribir escuchando una radio porteña de tangos, y en este preciso momento empieza a sonar Mano blanca:"porteñito, mano blanca, fuerza vamos, que viene barranca; mano blanca, porteñito, fuerza vamos, que falta un poquito..." y este tango en particular tiene un encanto especial para mí porque muchas tardes me lo voy silbando sola y bajito por la calle, repitiéndome mentalmente la letra para que no me tomen por piantada si lo canto; es algo así como mi himno de guerra: una manera como otra cualquiera de darme ánimos cuando no estoy ay qué bien estoy. Y cierro el paréntesis, aunque no prometo no volver a abrir otro en dos renglones, ya saben como soy)
Bueno, íbamos por las explicaciones; el fin de semana lo pasaríamos los cuatro en Valencia. Hasta allí podría no haber tenido que explicarles nada. Pero sucedieron otras cosas, y ahora empiezan las verdaderas explicaciones, y ténganme un poco de paciencia:
2) Hace ya como dos años, o un poco más (a mí me parece ya una eternidad) empecé de pura casualidad a participar en un foro del diario La Nación on line sobre literatura. Y empecé un poco en broma, y sobre todo por ver si podía y si sabía hacer eso de entrar en un foro por internet. Si no me acuerdo mal en esa época La Nación proponía cada tanto un tema más o menos relacionado con la literatura en el que los lectores podíamos opinar. Uno de esos tantos temas fue algo así como a quién le otorgaríamos el premio Nobel. Medio pavote el asunto, porque se prestaba a mil cuestionamientos al premio mismo, a los concursos literarios de toda laya, a que montones de argentinos se quejaran (nos quejáramos) amargamente sobre el siempre presente "no premiado", esas cosas. A mí, por poner algo, se me ocurrió poner que yo le daría el premio a Muñoz Molina, y la verdad es que se lo daría todavía hoy, pero eso es otro asunto. Me contestó un "ofernande", porque la participación era y es con "nicks" (detesto esa palabra, que me suena a marca de chicle y que bien podría ser reemplazada por la castellanísima seudónimo y listo), que me decía que para dárselo a un español él se lo daría a Delibes. Bueno: empezó una charla con el tal "ofernande", y del foro rápidamente pasamos a los correos privados. En principio esos correos discurrían sobre asuntos literarios, gustos, autores, títulos, algunos intercambios de opiniones, no mucho más. Pero correo va y correo viene empezamos a intercambiar "conversaciones" de tono más privado: el tal "ofernande" se llamaba Octavio, obviamente Fernández, era un médico pediatra, jubilado, leonés, que vivía en Bilbao y tenía una "moza castellana", de nombre doña María del Pilar (Pili, sí), cinco hijos ya adultos, más o menos encaminados en la vida (y el más o menos es sólamente porque para los padres pareciera que nunca están lo suficientemente encaminados), lector fervoroso de literatura, sobre todo de poesía, conocedor y amante de la Argentina, donde ya había estado paseando hacía entonces poco tiempo, y por si todo esto fuera poco, poeta. Poeta el hombre, inédito, no porque no tuviera suficiente producción sino porque se había pasado la vida juntando los garbanzos para mantener a la vasta familia y no había encontrado el tiempo de dedicarse a la poesía de manera profesional.
En poco tiempo sabíamos mucho el uno del otro, habíamos encontrado montones de afinidades y establecido una amistad cálida y confindente en la distancia. Y ya no éramos sólo nosotros dos: se habían sumado una uruguaya, mi querida Oriental, Mercedes en realidad, y otro argentino, pero también lejano, residente de Estados Unidos desde hacía mucho tiempo. Seguíamos participando en los foros de La Nación, y manteniendo allí nuestros nombres de ficción, pero habíamos logrado establecer una amistad escrita, íntima, que poco a poco se fue convirtiendo en un lazo de afectos muy profundos aun cuando nunca nos habíamos visto las caras.
Las primeras en vernos, por razones evidentes, fuimos Mercedes y yo, que nos encontramos en Buenos Aires primero y en Colonia después. Esos encuentros, de un lado y otro del río, no hicieron nada más que agregar cariño a la amistad que ya estaba, pero también ahondarla, convertirla en una relación que nos sorprendía porque aunque era aparentemente nueva, parecía de siempre. Exactamente esa sensación que uno tiene muy pocas veces de haber encontrado a alguien que conoce de siempre y que quiere también desde siempre. Y finalmente el año pasado, cuando Rubén ya estaba aquí en España, y yo pasando el tiempo más extraño de mi vida, todavía allá con los chicos pero ya con el alma partida, mirando las cosas de mi casa y de mi país con mirada de despedida y de dolor, de nostalgia anticipada, vinieron a Buenos Aires Octavio y Pili.
Y voy a hacer una desviación pero esta vez sin paréntesis: recién ahora, cuando va a hacer ya pronto un año que estoy aquí, estoy empezando a poder pensar esos últimos meses míos en la Argentina y a darme cuenta de cuáles fueron para mí "las últimas poblaciones", para decirlo con palabras de Fierro. Una, un día que tengo de manera particularmente fijo en la memoria como mojón de despedida fue el acto de inicio de clases de los chicos, el último que empezarían, que empezaríamos ellos y yo, allá. Los chicos en la fila, el patio de la escuela, los ritos de banderas, himnos, esas cosas que suelen resultar pesadas, tuvieron por primera vez un sentido de conmoción que me obligó a volverme a casa y a llorar encerrada hasta la hora de volver a buscarlos. Y otro, duro, fue la última vez que cerré la puerta de mi casa marplatense, y para entonces Octavio y Pili estaban allí conmigo.
En ese viaje que hicieron a la Argentina, y al Uruguay, me acompañaron a despedirme de mi lugar en el mundo, y me acompañaron también en su viaje de vuelta a España hasta Madrid, a donde yo venía a encontrarme con Rubén y a tratar de concretar y organizar nuestra futura vida española. Es probable que ni Octavio, ni Pili, ni Mercedes, mi amiga, mi querida amiga Oriental, sepan nunca hasta qué punto me ayudaron en esos días; hasta qué punto su aliento, el saber que estaban siempre allí, del otro lado de la pantalla dispuestos a decirme la palabra exacta o a no decirme nada pero prestarme la oreja, fue importantísimo para mí en esas vísperas que tengo todavía como en un sueño, como si le hubieran pasado a otro.
Y no sólo eso: ya una vez aquí, instalados en Palma, ni bien pasó lo peor del verano tórrido, Octavio y Pili se vinieron desde Bilbao sólo para pasar conmigo unos días y recordarme que seguían allí, firmes, como un enorme respaldo de cariño.
Y ahora, cuando empezamos a organizar este fin de semana en Valencia, no necesitaron más que enterarse para decidir que nos encontrarían allí y que, por fin, me harían conocer su Bilbao.
Así que pasamos el fin de semana juntos en Valencia y cuando el lunes a la mañana Rubén y los chicos se volvieron a Palma, yo partí con Octavio y su moza castellana, en auto, en un viaje absolutamente inolvidable, que les iré contando poco a poco.
Vaya esto, un poco largo, sí, ya sé, como introducción. Y en realidad contarles esto no fue del todo inocente: tengo mis vueltas, y tengo mis propósitos. Yo sé que eso que nos pasó a nosotros, conocernos por internet y terminar en una amistad que ya sabemos que será para siempre, no es lo más frecuente. Que incluso es extraño; no deja de sorprendernos a nosotros mismos, que somos los protagonistas. Pero ocurrió. Al menos una vez ocurrió, lo que quiere decir que puede volver a ocurrir, y que quizás lo único que haga falta sea tener un poco de intuición para descrifrar, sobre todo al principio, por dónde van los tiros. Les aseguro que vale la pena. No es fácil hacer amigos queridos nunca, pero a esta edad, cuando uno generalmente se ha vuelto ya bastante duro de roer y además mañoso, es todavía más difícil. Y como si fuera uno de esos milagros que nos esperan a la vuelta de la esquina porque sí, porque tenía que ocurrir, tata Dios o el azar o los dos me han reunido con unos amigos nuevos que me acompañarán ya para el resto del camino. Aunque no sea nada más que por eso, Dios bendiga a Bill Gates o a quien sea que haya hecho posible este asunto de comunicarse (quizás hasta hayan sido los indios charrúas, qué sé yo).
Y prometo que mañana empiezo con Valencia, que es lindísima.