Diario de viaje: una argentina en Mallorca

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Nombre: albertiyele
Ubicación: Palma de Mallorca, Illes Balears, Spain

24 mayo 2010

La revolución es un sueño eterno

   Así, con ese título rotundo e inquietante, nombró Andrés Rivera su particular biografía de Castelli, Juan José Castelli, el orador de la revolución, del que sabemos tan poco. Y para mí es uno de los textos que narran los hechos de la revolución de mayo de manera más conmovedora y más real, a pesar de ser ficción.

   De paso: en los diarios de España leo espantada que Argentina conmemora el bicentenario de la independencia. Y en los diarios argentinos leo, también espantada, que celebramos el bicentenario de la patria. El bicentenario de la independencia será el 9 de julio de 1916. Y de bicentenario de la patria por ahora, nada. Apenas unos locos creyentes en la nueva fe revolucionaria y unos contrabandistas listillos levantándose contra el poder del virrey; los unos dispuestos a llevar las cosas hasta el final y pagar hasta con sus vidas, que pagaron; los otros sin tener ni idea del baile en el que se metían, que estropearía mucho más sus negocios que el monopolio con España.

    En fin: bicentenario apenas de la Revolución de Mayo, porteñísima revolución, que encendería la mecha del sueño eterno en el que seguimos embarcados 40 millones de argentinos. En el día de la Patria ahí les dejo a Andrés Rivera y su voz inventada de Castelli, el orador de la Revolución:

" ¿Qué juramos, el 25 de mayo de 1810, arrodillados en el piso de ladrillos del Cabildo? ¿Qué juramos, arrodillados en el piso de ladrillos de la sala capitular del Cabildo, las cabezas gachas, la mano de uno sobre el hombro de otro? ¿Qué juré yo, de rodillas en la sala capitular del Cabildo, la mano en el hombro de Saavedra, y la mano de Saavedra sobre los Evangelios, y los Evangelios sobre un sitial cubierto por un mantel blanco y espeso? ¿Qué juré yo en ese día oscuro y ventoso, de rodillas en la sala capitular del Cabildo, la chaqueta abrochada y la cabeza gacha, y bajo la chaqueta abrochada, dos pistolas cargadas? ¿Qué juré yo, de rodillas sobre los ladrillos del piso de la sala capitular del Cabildo, a la luz de velones y candiles, la mano sobre el hombro de Saavedra, la chaqueta abrochada, las pistolas cargadas bajo la chaqueta abrochada, la mano de Belgrano sobre mi hombro? 

¿Qué juramos Saavedra, Belgrano, yo, Paso y Moreno, Moreno, allá, el último de la fila viboreante de hombres arrodillados en el piso de ladrillos de la sala capitular del Cabildo, la mano de Moreno, pequeña, pálida, de niño, sobre el hombro de Paso, la cara lunar, blanca, fosforescente, caída sobre el pecho, las pistolas cargadas en los bolsillos de su chaqueta, inmóvil como un ídolo, lejos de la luz de velones y candiles, lejos del crucifijo y los Santos Evangelios que reposaban sobre el sitial guarnecido por un mantel blanco y espeso? ¿Qué juró Moreno, allí, el último en la fila viboreante de hombres arrodillados, Moreno, que estuvo, frío e indomable, detrás de French y Beruti, y los llevó, insomnes, con su voz suave, apenas un silbido filoso y continuo, a un mundo de sueño, y French y Beruti, que ya no descenderían de ese mundo de sueño, armaron a los que, apostados frente al Cabildo, esperaron, como nosotros, los arrodillados, el contragolpe monárquico para aplastarlo o morir en el entrevero?
¿Qué juramos allí, en el Cabildo, de rodillas, ese día oscuro y otoñal de mayo? ¿Qué juró Saavedra? ¿Qué Belgrano, mi primo? ¿Y qué el doctor Moreno, que me dijo rezo a Dios para que a usted, Castelli, y a mí, la muerte nos sorprenda jóvenes? 


¿Juré, yo, morir joven? ¿Y a quién juré morir joven? ¿Y por qué?"

11 mayo 2010

Si alguien pudiera

   ¿Será el clima? ¿Será la cama? ¿Será la almohada? ¿Serán los quehaceres domésticos que allá no hago y acá sí? Si alguien pudiera decirme por qué en Buenos Aires no me duele nada y acá me duele hasta el pelo, yo agradecida.

   Ahora que lo escribo: ¿será que esas dos semanas en Buenos Aires estaba con todas las neuronas ocupadas en otros dolores y no me quedó ni un poco de espacio para el dolor de la osamenta? ¿Será que recién ahora el cuerpo me va pasando la cuenta de tanta angustia y tanta pastilla y tanto vuelo y tanta mierda?

   Oh qué será qué será.

09 mayo 2010

Mientras tanto

En mi ausencia de Palma pasaron dos o tres cosas que levantaron más polvareda en la gente que las noticias de corrupción política (que siguen y siguen), que el paro o que la desgraciada economía de Grecia.
Un médico de renombre, con una trayectoria empresaria y una vida aparentemente envidiable, decidió suicidarse. Y allá se fue al que parece que es algo así como el suicidadero oficial de los mallorquines: el Cap Blanc. Con todo y auto se lanzó al acantalido y esta historia s'ha acabat. No hay quien no sepa algo más, un detalle, una parte oculta y escabrosa de la historia: que si estaba endeudado hasta las cejas, que si había llamado a uno de sus hijos para comer esa misma mañana, que si tenía embargado hasta el aliento, que si estaba con una depresión de esas que derrumban a Hércules, en fin: las cosas que se dicen, que todos decimos, ante algo que nos asusta.

Para ir al cumpleaños que tuvimos hoy hicimos el camino que necesariamente tuvo que hacer este buen hombre ya con la certeza de la muerte, ya muerto, ya desbarrancado. El camino es sereno, bucólico, se ve la bahía de Palma entera, azul, con las velitas blancas de los barcos, las sierras abrazando la ciudad envuelta en una bruma suave. ¿Qué lo impulsaría a seguir? ¿Qué decide a un hombre a arrancarse de un mundo al que le queda mucho de bello por mostrar? ¿Por qué cosas se mata un hombre?

¿Y qué consigue que otros hombres se aferren a una vida que ya ni es vida ni sombra de la vida? ¿Qué lazos, qué yugos, atan a un hombre a la vida?
Me parece que esas preguntas nos inquietan tanto porque en el fondo sabemos las respuestas. Nada. Nada ata lo suficientemente a la vida; estamos todos expuestos a ese límite que está ahí, tan cercano, tan al borde del camino por el que caminamos. Nos inquieta, nos perturba, nos asusta saber que es tan fácil, que somos tan pero tan frágiles y que podemos cualquier día subirnos a un coche y enfilar hacia el Cap Blanc y hacernos añicos en un acantilado cualquiera. Y tenemos que encontrar una explicación que nos alivie, que nos otorgue la ilusión de creer que a nosotros no puede pasarnos.
En eso pensaba hoy mientras alisaba los cuellos y las mangas. Curioso.

Y hoy es domingo

   Mientras media España padecía la nube volcánica y otra media se refugiaba de un domingo lluvioso, nosotros en la isla, la roqueta, sí, tuvimos un día de sol espléndido. Si no hubiéramos tenido una celebración de cumpleaños a la que verdaderamente queríamos ir nos hubiéramos ido a la playa; estaba ideal.
La mañana pasó leyendo y acomodando un poco las plantas del balcón, que va muy bien. Para compensar la pérdida dolorosa de mi violeta de los Alpes blanca, preciosa, aquella que salvé de su destino de vasito y que tanto me lo agradeció, que pereció mordisqueada hasta la extinción por Manolito (se ensañó con ella de una manera tan empecinada que a veces me da por pensar que sabía que la quería mucho y estaba celoso; hasta que no le comió la última hoja y el último brote la obsesión destructiva no lo abandonó), bueno, allá iba: para compensar tengo ahora una Santa Rita que se está poniendo espectacular, y que también tiene su historia. Y además tengo visitas en el alféizar de la ventana de la cocina: le pongo migas de pan a una pareja de gorriones que creí que ya se habrían olvidado de mí, pero no. Allá estaban piando y comiendo al sol de mayo mientras yo leía y disfrutaba de la Santa Rita.

    El mediodía y la primera tarde se fueron en el cumpleaños: bien idos por cierto. Hablar con gente a la que no conozco y que no me conoce me hace bien, me va arrastrando a la otra orilla, la del lado de acá.
   Y el resto del día se fue en leer, pasear a Manolito, planchar un poco, pensar en tantas cosas entre manga y cuello alisados.
En fin: la vida pasa.

08 mayo 2010

Hoy es sábado

   Pareciera que la primavera por fin va llegando; es una tarde de sol, fresca pero clara, sería alegre si yo tuviera otro ánimo.
De todas maneras me voy recomponiendo; la distancia, el refugio de esta casa que ya es mi casa, los pequeños, casi miserables, deberes cotidianos: tender la cama, lavar el baño, sacudir el polvo de los estantes, planear la cena, llevar a uno u otro al fútbol, me van trayendo de a poco a la vida, a mi vida que será monótona y lisa, pero es la mía.

   Y el efecto de las pastillas que me tomo para soportar no sé cuántas horas de vuelo se me va atenuando. Antes no me pasaba; ahora no sé si serán los nervios del viaje, las pastillas, o todo eso junto, la cuestión es que me cuesta al menos un día de náuseas, de panza revuelta, de asco, de cabeza embotada, horrible.

   Pero ya va pasando. Y estoy sola en casa; el Bibi trabajando, los chicos en sus cosas, y el silencio de la casa, y Manolito que me ronda son tranquilizadores. Me voy alejando de dos semanas de gritos, sobresaltos, delirios, médicos, remedios que de nada sirven, noches de vigilia atormentada. Dolor, dolor de pesadilla que no es la vida ni la muerte sino algo peor. He pensado mucho en estos días en el infierno. Es probable que haya estado dos semanas de visita en el infierno. Habrá que portarse muy pero muy bien.

07 mayo 2010

Neuschwanstein



Ahí tienen el castillo, y a mi Bibi con un gorro de lana que yo le tejí en los nefastos días de abril del 82, en Formosa, para que lo abrigara de los rigores del sur argentino en guerra. Entonces no tenía ni la más remota idea de lo que nos esperaba, de bueno y de malo, en el porvenir. Casi sentía que no teníamos porvenir ninguno. Si me hubieran jurado ante la Biblia que lo usaría para visitar un castillo bávaro casi 30 años después me hubiera reído a carcajadas. Ahora que lo pienso: nada envidiable el poder de la pobre Casandra; mejor es no saber, ni lo bueno ni lo malo. La vida igual te sorprende.

El Bibi y yo en un descanso del camino


Yendo hacia el castillo, subiendo y bajando montañas, paramos a tomarnos un café caliente. De allí es esta foto.

Fotos de Munich



Ahí está el estadio, que es espectacular, y ahí estamos Perico y yo, abrigaditos porque hacía un frío de Polo Norte.

Kai te loi pa

   Para los que no saben griego (que no es por darme corte, pero hay quienes leen esto y sí saben griego) eso viene siendo "y todas las otras cosas", en latín "et cetera", en nuestro buen romance etcétera. Porque además del dolor que sigue y seguirá pasaron otras cosas de diciembre a acá. Como en los cambalaches y en los dramas y en las películas italianas que más amo la vida mezcla y mezcla.

   Tuvimos un invierno helado y nos nevó hasta en Palma; una mañana fría de enero, cuando estábamos todos horrorizados con las noticias de Haiti, tembló ligeramente la bahía de Palma, con epicentro en Santa Ponça; y esa misma mañana yo rendí el nivell B de català. Me dieron el resultado recién en marzo, y aprobé, aunque ni usted ni yo lo creamos, con una nota bastante alta. La examinadora que me tomó el oral me dijo que me faltaba fluidez ("et manca fluidesa", que mis hijos dicen que a mí me sale en portugués carioca), pero se ve que después entendió que la fluidez me la daría el tiempo, no los exámenes. O quizás el escrito estaba lo suficientemente bien como para compensar los titubeos de la oralidad.

   Me enteré de que seré, si Dios quiere, tía abuela: mi Agus espera un bebé para octubre. Vinieron a visitarnos Gregorio y Lía, y pasaron unos días con nosotros que espero que hayan sido gratos. Nos fuimos a Munich, toda la familia junta, con la excusa de ver un partido de fútbol Argentina Alemania. El viaje fue precioso en todos los sentidos: disfrutaron los chicos, Argentina ganó el partido, Munich nos encantó a todos, paseamos por pueblitos bávaros sacados de los cuentos, recorrimos la ciudad bajo una nevada copiosa y dulce y repleta de gente a la que la nieve se ve que no le hace ni fu ni fa, nos encontramos con amigos de mis viejos muy queridos que nos atendieron con todo cariño, los vuelos de ida y vuelta fueron todo lo perfecto que puede ser un vuelo, en fin: un viaje redondito.

   Curiosidades: conocimos el castillo de Neuschwanstein, en el que se inspiró Disney para hacer su castillo de sueños infantiles, y como está en la cima de un monte nos subieron en carro con caballos, tapados los caballos y nosotros con gruesas mantas de lana. De allí me traje un rompecabezas de esos monstruosos que me quitan el sueño y me sacan del mundo que ya armé y desarmé y guardé de nuevo en su caja, para que me vuelva a entretener en días invernales. Y el día que nos volvíamos, en un vuelo de madrugada, vimos como los alemanes resuelven el asuntillo de la nieve en los aeropuertos: una vez todos embarcados y el avión listo para despegar, lo pasan por una especie de armazón gigante que lo limpia prolijamente de arriba a abajo hasta sacarle la última mota de nieve que pudiera quedarle, espectacular.

Y otra curiosidad: hacía en Munich tanto pero tanto frío que usé el balcón de freezer; congelé desde un melón hasta el jamón que nos comimos en sandwuiches a la noche, todos en nuestro cuarto, en cena improvisada e ideal para no volver a salir a la calle.

Tiempos raros

Los días y los meses y los años que me costó hacerme unas rutinas, unos ritmos que le dieran a mi vida española (mallorquina, sí, ya sé que no es lo mismo) una apariencia de normalidad, se desmoronaron en poco tiempo. Ahora tendrá que ser otra vez un trabajo de paso por paso, de ir viendo cómo recomponer los pedacitos. Desde diciembre para acá todo fue tratar de hacerle frente a la amenaza de un viaje inevitable. Volver a Buenos Aires no era esta vez ni un paseo ni siquiera una vuelta al refugio de los afectos, sino un viaje al dolor y al llanto, inevitables.
Ya fui, ya volví, y el dolor y el llanto fueron tal como los imaginé. Y en absoluta soledad. Que después de todo es como deben pasarse siempre los dolores y los llantos. No hay ni consuelo ni amparo ni mano en la espalda. Los tormentos son, y deben ser, privados.
Quienes hubieran podido, y debido, acompañarme, no estaban disponibles. La vida de cada uno tiene sus tiempos y sus cosas. Sus dramas personales, y sus ocupaciones y sus deberes y sus placeres. La mía también, aunque a veces no parezca.

Así que pasé dos semanas en una ciudad que se me va convirtiendo cada vez en "un plano de mis amarguras y fracasos". Así debe ser. Las despedidas son amargas, y a veces hasta ásperas.

Pero sirven también para ir poniendo a cada quien en su lugar.
Debí haber aunque sea llamado por teléfono a gente a la que quiero mucho y a la que hubiera querido ver. Hice todo lo posible por no perturbar la vida de nadie. No sé si lo logré. Quizás la próxima vez deberé viajar sin siquiera avisar, por lo menos hasta que esta etapa de viajes para el dolor se acabe.

06 mayo 2010

Vino vio y partió

Como ya tengo edad suficiente como para pasarme por el forro lo que opine nadie sobre mí, entre otras cosas porque ya tengo bastante con lo que yo misma opino sobre mí, hablaré de la última visita que tuvimos en casa y que yo misma alenté, promoví, removí cielo y tierra para que ocurriera, y que me dejó un sabor amargo, muy amargo. ¿Se acuerdan de aquel "y el portazo sonó como un signo de interrogación"? Bueno: así.
Le compré el pasaje, contra viento y marea familiar, incluido quien más interesado debía estar en que viniera. Conseguí hacer coincidir su viaje con el de unos amigos, para que viajara acompañada; y convencí a mi hermana para que la acompañara al aeropuerto, porque sus vecinos, sus amigos, sus queridídimos sobrinos, todos son buenísimos, mejores imposibles, pero el poncho no aparece. Preparé la casa lo mejor que pude y supe para recibirla, incluyendo meter malamante buena parte de mi ropa en cajas y deshacerme de este lugar al que le voy tomando tanto cariño y que tanto me costó tener: mi escritorio. La invité a recorrer los lugares más lindos de la isla, de mostrarle lo que con absoluta buena fe creí que le iba a encantar: bosques de pinos, genistas en flor, canteros interminables de margaritas silvestres, playas que en esta época son la imagen misma del paraíso; la ciudad antigua y sus rincones de piedra y siglo, todo, absolutamente todo lo que creí que la haría feliz.
Todo lo miró con cara de indiferencia glacial; lo más que conseguí sacarle fue "casas más, casas menos, igualito a mi Santiago", o el todavía más demoledor: esto se parece al río de Quilmes. No hubo nada, NADA, que le mereciera un sorpresivo júbilo: lo que no era muy caro era muy viejo, o muy incomprensible. Como para rematarme el comentario de nuestra casa palmesana me contó una publicidad de un limpiavidirios que se ve estos días en Buenos Aires: un perro blanco que detrás de un vidrio parece un dálmata. Hasta la tele, que nunca miró, igual le pareció una porquería (cosa que no le ocurre con Crónica TV y la "señora" de Héctor Ricardo García, o Jacobo Winograd o como se escriba, o el mismísimo Cacho Castaña, que le parece muchísimo más valioso que Frank Sinatra). Se llevó regalos que compré para ella y otros que no compré para ella pero que se llevó de todos modos porque le gustaron y se los di, aunque ahora no creo que hayan sido para ella. Se llevó, emulando a Robin Hood, regalos que les habían hechos a los chicos, pero que a ella le parecieron muy convenientes para otros nietos que, pobrecitos, tienen menos que estos nietos. Y se llevó también montones de regalos para todos los que, según su versión, hicieron posible que ella viniera. Ninguno de esos era yo, por supuesto. Ella pudo venir por sus vecinas, por sus amigas, y sobre todo por su nuera, la abnegada, y su hijo querido. Ni mi Bibi ni yo tuvimos nada que ver con este viaje, que fue un favor que ella nos concedió, casi una limosna, con muchísimo esfuerzo de todos, menos de nosotros, que a nosotros nada nos cuesta nada; nosotros nos ganamos todo en la lotería.
La llevé de vuelta en un viaje que para mí tenía las connotaciones más tristes; y ya las dos en Buenos Aires la visité una tarde en la que me maltrató en público de una manera que verdaderamente no me merezco.
Ayer por fin, cuando ya me volvía, me llamó para agradecerme en privado lo que me tendría que haber no agradecido pero al menos sí comentarme en público: que pasó 40 días buenos en casa. No me compensó, la verdad, pero al menos me conformó.
Y me tengo que joder; una y mil veces me tengo que joder: el Bibi, que dice tan pocas palabras, se ve que dice las justas: yo te lo dije. Soy ya vieja; me están pasando cosas muy duras; pero sigo aprendiendo.
¿Querían que esciba? Ahí lo tienen. Lo que sí no puedo ni quiero es escibir mentiras.

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