Diario de viaje: una argentina en Mallorca

Mi foto
Nombre: albertiyele
Ubicación: Palma de Mallorca, Illes Balears, Spain

25 febrero 2006

Los Bibi que están


Y ahí están los tres Bibi que están, porque falta uno, con caras de felices y contentos: por fin han visto y han tocado la nieve en su isla.

Y un poco más


Para que vean que no sólo de playa y arenas finas está hecha esta isla. Y que en invierno también conviene pegarse una vueltita, porque tiene sus encantos invernales. No será Chapelco, pero.....

La nieve, la nieve


Ahí tienen una de las fotos de la nieve. Esta es en el camino entre Lluc y Soller. Y estaba toda la montaña colmada de gente, porque anoche fue la primera nevada grande del invierno y hoy fue un día helado pero de sol espléndido. Almorzamos tipo picnic, en el monasterio de Lluc, y los chicos se divirtieron como locos haciendo muñecos y jugando a tirarse bolas de nieve: lo clásico. Ahora les pongo más fotos.

Lleeeeeeeeeeegó la nieve!!!

Después les pongo foto, porque todavía no las pasé de la cámara a la compu. Y las tendrán que pasar los chicos, porque yo no tengo ni idea de cómo se hace. Pero anoche, mientras dormíamos, tata Dios trabajaba arduamente en nevar toda la Sierra de Tramuntana. Es espectacular. Hoy nos dedicamos a recorrer caminos y pueblitos nevados, con las chimeneas echando humo, y el azul del mar al fondo, detrás de las montañas. Hace un frío de hielo. Y por el centro de Palma circulan hadas madrinas, brujas, soldados, arlequines, princesas encantadas, dragones, policías londinenses con todo y palo en mano, perros dálmatas, osos hormigueros, hindúes con turbantes, indios sioux y mil etcéteras. La nieve nos ha llegado junto con el carnaval.

22 febrero 2006

De los reyes magos y el Martín Fierro



El 5 de enero nos fuimos de excursión. ¿Que cómo me acuerdo el día? No se impacienten, ya les contaré. Arrancamos para el lado de Valldemossa. Tendría que ponerles un mapita de Mallorca, pero puedo explicarles: supongan que la isla es una especie de cuadrado, ubicado medio torcido en el Mediterráneo. En el lado que da al sur está la bahía de Palma, y sobre todo el lado que da al noroeste, hay una especie de minicordillera, que es la Sierra de Tramuntana. Como verán lo mío no es, entre otras muchas cosas que no son, la cartografía. Es más: de vez en cuando he intentado dando clases, para no perder el tiempo escaso en ir a buscar mapas, hacer algo esquemático en el pizarrón. Las carcajadas de los chicos me convencieron de que todo era en vano. Pero ténganme paciencia, y tengan también un poco de imaginación. La costa de ese lado de la isla es muy escarpada, como ven en la foto, muy recortada, con calitas chiquitas y pueblos costeros que fueron en algún momento pueblos de pescadores, y también con pueblos serranos, metidos en la montaña, con las laderas sembradas de olivos y de almendros con el antiquísimo sistema del cultivo en bancales, como gigantescas escaleras que uno ve a la vuelta de una curva del camino, desplegadas casi hasta llegar al mar.

Valldemossa es uno de esos pueblos, y uno de los más famosos, porque allí estuvo Chopin con George Sand, allí estuvo Borges en su breve estancia en Mallorca, y de allí es una santa de la que los mallorquines son muy devotos, Santa Catalina Thomas, "la santeta"(no elucubren, no elucubren, que es en catalán. Ah y ya que estoy en el paréntesis: empecé a estudiar catalán en unos cursos para extranjeros que organiza y promueve el Ayuntamiento de Palma. En realidad somos más de treinta alumnos, y extranjeros sólo 5: tres argentinos conmigo, un chileno, un brasilero y una norteamericana; el resto, españoles a los que por alguna razón laboral se les exige que tengan un derterminado nivel de catalán. Ya aprendí a decir "em dic Alicia; soc d´Argentina, soc argentina; visc a Palma; el meu numero de telefon es tatatá tatatá (porque también me sé los números del uno al diez)" No sé si aprenderé mucho más, pero me mato de risa tres veces por semana, así que vale la pena. Ya les haré comentarios más concretos, pero les adelanto que tiene mucho que ver con el francés, más que con el castellano). En fin, Valldemossa es un pueblo hermosísimo, la verdad, a una media hora en auto de Palma, en plena sierra, y allí caímos un mediodía helado y lluvioso toda la tropa. Toda no, porque Pedro y Ramiro se habían ido a pasar los últimos días de sus vacaciones a Madrid. Allí comimos (nos atendió un argentino, claro), paseamos un rato, y si no nos quedamos la tarde entera fue porque hacía un frío que te helaba hasta las barbas. Y en un momento nos desperdigamos por allí, unos en la Cartuja, otros por las calles, otros en el auto. Yo, que me moría de frío, me metí en un quiosquito a comprarme el diario, con la idea de sentarme frente a una taza de café y leer mientras los demás paseaban. Pero al final terminé, raro en mí, como decía mi abuela Luisa, charlando con la quiosquera. Y ahí viene por qué me acuerdo de que era 5 de enero. Se lamentaba mi quiosquera, que era una chica joven, porque con tanto frío, y sobre todo con la lluvia, se les aguaría la llegada de los reyes. ¿Y cómo es eso? dije yo, claro. Bueno: cada 5 de enero cuando anochece, puntualmente, a Valldemossa (y después supe que a muchos otros pueblos de Mallorca) llegan los Reyes Magos, y van casa por casa repartiendo los juguetes que los padres compraron y llevaron a la casa de los indicados (porque lamento desilusionarlos, pero los reyes son los padres de uno); pero no llegan solos: traen toda una corte, que se va eligiendo por antigüedad. y casa por casa entran, charlan, se sacan fotos, beben, por supuesto, y siguen a la casa del próximo vecino que tenga chicos. Antes, me contaba la quiosquera, era un drama cuando llovía, porque el Rey negro y su corte se desteñían, para asombro y espanto de los niños. Ahora lo resolvieron: no hay pueblo mallorquín en el que no haya montones de africanos para cumplir el papel.

La cuestión es que de allí seguimos, bordeando la costa norte de Mallorca, y dando la vuelta para volver a Palma. La foto es en el camino de Banyalbufar a Andratx, un puertito que tiene unos atardeceres antológicos: peregrinaciones de ingleses van allí a sentarse en las terrazas de los bares a ver los "Oh what a sunset!".
Y cuando llegamos a Palma todavía nos esperaba más fiesta: aquí los Reyes Magos llegan en barco y recorren todo el centro de la ciudad repartiendo caramelos, chupetines, chucherías, y los esperan y los siguen multitudes. LLovía a baldes, y sin embargo parecía que nadie se había quedado esa noche en su casa. Todo Palma era un paraguas y una risa; los bebés en sus carritos cubiertos, los más grandecitos a upa de sus padres, bajo un techo de paraguas. Una fiesta verdaderamente, y un placer verlo. ¿Y con quién nos encontramos en el medio de esa multitud? Con mi amiga Filo, y terminamos tomando un café con ella en el Casal Solleric, y atajando caramelos al voleo, y riéndonos a carcajadas. Fue un buen día de Reyes; con tanto jaleo y tanto festejo y tanta gente me olvidé de mis días de Reyes de toda la vida, los juguetes míos, y después los de mis hijos, escondidos en el garage de casa, y el paseíto nocturno en puntas de pie, para que no se despierten, y el asombro y la alegría de levantarse el 6 y encontrar la chimenea colmada de regalos. 

"Pero el destino ha querido que todo aquello acabara". Yo, que por no tener que elegir me vine sin ningún libro, encontré ayer de pura casualidad, buscando un disparate en internet, esos versos del Martín Fierro. Me pareció que nunca los había leído. Qué misterio que haya palabras que siempre consiguen resonar como si fueran nuevas y dichas para nosotros.

17 febrero 2006

Final de año


Cuando llegó el 31 de diciembre estábamos ya todos los que teníamos que estar (aunque faltaban tantos). Carli y Betty con sus chicos y hasta el flamante yerno (alguien me explicará algún día por qué queda tan diferente si uno dice Nadia con su nuevo esposo, o Nadia con su esposo nuevo, pero dejémoslo, porque esas cosas a nadie le interesan, y Nadia es una bella niña que acaba de casarse), Cris y Bocha y Josefina; Joaco y Juliete, y Perico y Ramiro y Rubén y mi amiga Filo y yo. Todos en casa, que es amplia, sí, y a comer y a beber, que se acaba si no el mundo al menos el año.
Y ahora que lo pienso y que lo escribo, qué año extraño, qué año fuera de todo lo previsto, qué año! Muchas veces en este tiempo he pensado qué pasó con mi vida; muchas veces he pensado por qué o para qué nos habrán pasado todas estas cosas tan fuera de programa a esta altura, cuando todo parecía deslizarse mansamente hacia lo previsible: ver crecer a los chicos, que terminen la escuela, que se reciban un día de quién sabe qué, hacernos viejos, qué sé yo; ir pasando la rutina de los días y los años de un modo más normal. Y de repente parece que todo se trastoca; que nada de lo previsible ocurre; que la vida da un giro bruscamente hacia cualquier parte y aquí estamos, sin tener ni la menor idea de qué será mañana. ¿Por qué pienso esto ahora, mientras trato de contarles el festejo de la "Noche Vieja"? Porque me dio por pensar qué festejamos; por qué un día cualquiera, arbitrario, en un momento cualquiera, que también es arbitrario, el mundo parece detenerse a observar, a esperar, a festejar, a palpitar...¿qué? El paso del tiempo. Por un rato cada año nos dedicamos a escuchar morosamente, deleitosamente, el paso del tiempo.
Y debe ser eso, esa celebración que en el fondo todos sabemos que es extraña, lo que de alguna forma nos altera, nos conmueve, nos remueve el piso en el que solemos sentir que estamos tan bien plantados. Y quisiéramos estar pero no quisiéramos, quisiéramos estar acá y allá, con Fulano o con Mengano pero también solos; festejando pero como con una cierta inquietud, una tensión que casi se toca en todos. En el primer libro que Borges publicó, todavía muy joven y recién llegado de vuelta a Buenos Aires (nunca lo había recordado, pero en ese primer periplo de la familia Borges en Europa estuvieron una larga temporada en Mallorca también) tiene una poesía que se llama justamente Final de año "...y nos obligan a esperar / las doce irreparables campanadas./ La causa verdadera / es la sospecha general y borrosa / del enigma del tiempo./ Es el asombro ante el milagro / de que a despecho de infinitos azares, / de que a despecho de que somos / las gotas del río de Heráclito, / perdura algo en nosotros: inmóvil, / algo que no encontró lo que buscaba."
En fin: para no variar las cosas hubo algún que otro llanto en medio de la cena, que fue muy informal, porque la casa es amplia pero no hay vajilla que alcance para tantos, así que había platos encima de las mesas de apoyo, copas arriba de los estantes de la biblioteca, jamones en la mesa baja del living, turrones por acá y por allá, higos y almendras, y mantecados y lomos embuchados, y chorizos y panes, y pimientos y patatas y un despelote que se acomodaría muchísimo después.
Y poco antes de las 12, desbande general: a abrigarse y a bajar, a la calle, a festejar. Caminamos en bandada por las calles de Palma, que por suerte nos acompañó con una noche serena (pudo haber llovido, pero no; pudo haber hecho un frío de la san flauta, pero no; incluso pudo haber nevado, pero tampoco), fresca, limpia. Y llegamos a la Plaza de Cort ( la del olivo, sí) por esas callecitas, por esas escaleras de piedra gastada, por ese laberinto de iglesias y portales y patios y palacios casi con la lengua afuera, con los minutos justos para destapar las latitas con las uvas, y esperar las campanadas.
Era una multitud. Familias enteras; parejas solas; gente joven y gente muy mayor; todo mezclado, como en la Fiesta de Serrat. Los más jóvenes (y los no tan jóvenes, por cierto) se habían ido preparados, con los bolsillos llenos de latas y botellas y vasitos de plástico. Hubo saludos, brindis, besos, abrazos, música, trencito, baile, y atrangante de uvas contadas al compás de las doce (Rubén sigue sosteniendo que en su lata debían venir más uvas de lo previsto) y hasta sonó el cordobés Rodrigo por allí.
Y todo en paz. Fuegos artificiales, sí, pero muy controlados; algún mamado, pero también muy controlado. Y sin duda un final de año absolutamente diferente para todos. Seguramente ni los chicos ni nosotros lo olvidaremos. Allí estaban en el festejo todos los sueños, todos los amigos, todos aquellos que durante este año tan extraño nos han acompañado, de alguna forma, de alguna misteriosa forma, brindando con nosotros.
La foto, no necesito decírselos, es de los tres chicos, juntos, como debe ser, como debería ser, la Noche Vieja del 2005, en la Plaza de Cort, en Palma de Mallorca.

14 febrero 2006

Yo tengo una hermana


Sí, yo tengo una hermana; una única hermana. Y es esa que está en la foto, con Rubén y conmigo. Yo no me he llevado particularmente bien con mi hermana, ni tampoco particularmente mal. Yo no he tenido muchas cosas en común con mi hermana; generalmente sus gustos y los míos no coinciden; cuando mi hermana era ya una adolescente yo era todavía una nena, y cuando ella se fue de casa, recién casada con un jovenzuelo al que apenas conocíamos (ella, y yo), yo todavía estaba en esa etapa de noviazgos un poco pueriles y de facultad y de viajes con amigas.

De mi hermana tengo mil imágenes; pero la que a mí más me gusta, la que evoco muchas veces, ahora que estamos tan lejos, es una en la que estamos las dos sentaditas en la rambla de Mar del Plata, con polleritas tableadas y gorritos de sol, y ella me tiene del hombro, como protegiéndome de algo.

Y debe de ser porque muchas veces, seguramente sin saberlo, mi hermana me protegió de mí misma. Mi hermana, mi única hermana, me protegió de mis miedos (que suelen acosarme en multitudes), de mi desánimo, de mi falta de valor, y hasta de mis ataques de solemnidad.
Y mi hermana, mi única hermana, se hizo cargo de mi Joaquín y del desamparo en el que yo siento que lo dejé, y del dolor que queriendo o sin querer les causé a los viejos.

Y mi hermana, mi única hermana, llegó a Palma el 29 de diciembre con aquel jovenzuelo desconocido con el que yo hace treinta años que me peleo pero que ya es casi mi hermano, mi único hermano, y Josefina, a cumplir viejos ritos de brindis y de uvas. Y con ellos pasamos no sólo esos festejos, sino buena parte del mes de enero en unos días que seguramente no olvidaré.

Y ya casi viejas las dos y aquí en Mallorca, tan lejos de casa, curiosamente, reconocí en la voz, en la piel, en las manos, en la forma de las cejas , hasta en las formas de mirar o de reírse de mi hermana algo que es mío, que es nuestro, sólo de nosotras dos. Quizás sea que a pesar de tantas diferencias nos parecemos más de lo que las dos creemos.

13 febrero 2006

No se amontonen

Eso nada más: no se amontonen con los comments, que me van a colapsar el blog. ¿Puede ser que alguien no vea el lapicito que yo, con todo y mi miopía, sí veo?????

La Seu


Ahí tienen una foto (que sacó Perico) de la Catedral de Palma ( La Seu) vista desde el Paseo Marítimo. Los árboles que se ven ahí abajo, y el gran surtidor de agua, forman parte de lo que se llama el "Parc de la mar". En realidad todo eso, incluído el Paseo Marítimo desde donde la foto se sacó, que es una avenida de doble mano, la entrada casi obligada a Palma si uno llega en avión, es terreno ganado al mar.
Hasta la década del 60 (sí, hace cuatro días) el mar llegaba hasta la muralla de la vieja Palma, o mejor dicho hasta lo que queda de muralla, que es justamente la parte que está pegada a La Seu. A finales del XIX los sanitaristas (médicos, tenían que ser médicos para tener esa sensibilidad, esa sutileza en sus conclusiones) decidieron que la peste que asolaba la ciudad (que no tengo idea de qué peste se trataría, pero bien pudo ser de gripe, por ejemplo, que por estos pagos hizo estragos) se debía sobre todo a que por esas callejuelas no corría el aire. Y es verdad que el casco antiguo tiene unas calles tan estrechas, casi pasadizos muchas veces, que hasta pareciera que por allí no puede pasar ni el aire, que como todos saben y los neumonólogos suelen recordar en tren de sorna, es muy finito. ¿Y cómo solucionar la falta de aire? ¿Cómo airear esa ciudad desesperadamente estrecha y cerrada? Pues fácil: volteando la muralla que la rodeaba y la ceñía como a una fortificación. Y pico y pala en mano, se cargaron la muralla que ya habían empezado a construir los moros antes del siglo XIII (que fue cuando llegó el buen Rey Jaime a traerles cristianismo y palabras catalanas y más y renovada muralla, y que curiosamente no era catalán sino aragonés, como mi abuelo) . Ningún problema. Quedaron algunos restos, entre ellos el que protegía La Seu; se ve que por compasión o por prurito histórico, vaya a saber, dejaron aunque sea para que las generaciones futuras se enteraran de que alguna vez Palma había sido una ciudad asediada y en peligro, y esmeradamente custodiada, como cualquier otra en la Edad Media.
Pero el tiempo pasó, llegaron los prósperos y turísticos 60 del siglo XX, y los mallorquines llegaron a la conclusión de que no sólo necesitaban más aire, como habían pensado sus tatarabuelos, sino más caminos para que circularan más autos, para que los turistas llegaran más fácilmente al centro de la ciudad, lo que significaría más empresas de alquiler de autos (llegar en auto a Mallorca tiene sus vueltas, no se crean, y miren que yo, con la fobia que les tengo a los aviones me lo tengo muy bien estudiado), más restaurantes en Palma, más hoteles, más bares y cafés, más negocios, más dinero, en fin. Y como espacio aquí no es precisamente lo que sobra, y ya tenían muy poco para cargarse (o eso parecía, porque desde los 60 para acá todavía encontraron mil y una forma de meter asfalto y cemento hasta en los lugares menos imaginables), se les ocurrió que en lugar de hacer caminos sobre la tierra, podían sacarle un poquito al azul Mediterráneo, que total también es de ellos y no tienen que pagarlo. Así que se mandaron un relleno monumental, diseñaron un parque gigantesco al pie de la muralla y de La Seu, y una avenida que bordeara el mar, encima de donde hasta entonces habría seguramente arenas blancas o rocas majestuosas. Pero resultó que el Mediterráneo tiene sus caprichos, y parece mansito pero a veces se retoba, y entonces agarró y se les metió una y otra vez adentro de lo que en los planos era el parque con pastito y árboles. Rendidos ante la evidencia, los mallorquines se conformaron: en lugar de parque con yuyos, tendrían una especie de gigantesco estanque: el Parc de la Mar, y listo.
La catedral es imponente de afuera; se ve casi desde cualquier rincón de Palma, e incluso desde muy lejos, desde las sierras, se divisan las agujitas góticas, finitas, altísimas. Y de adentro tiene rincones fantásticos: entre otras cosas una reforma hecha nada menos que por Gaudí. Eso sí: para visitarla hay que pagar entrada (8 euros) o aprovechar y colarse en el horario de Misa. Hice ambas cosas, y disfruté dos veces.


12 febrero 2006

Portals Vells


Eso, pa´que envidien. Y para que me crean cuando les digo que esto es muy lindo, pero muy lindo. Y para que les den ganas de visitarme, y se decidan a venir a pasar unos días en el verano. La playa de la foto es Portals Vells, una calita encerrada entre acantilados de piedra marés agujereada, porque de allí sacaron una parte de las piedras con la que hicieron la catedral de Palma. Y la foto la sacó Joaquín allá por julio. Allí pasamos en el verano tardes enteras panza arriba, o nadando en este mar que es un mar ideal para mis años: tibio, sereno. Yo creo que cuando los psicoanalistas pensaron que el deseo del mar es como el deseo del útero materno deben haber pensado en el Mediterráneo, porque quisiera verlos yo a Freud y sus secuaces en nuestro Atlántico sur, a ver si les parece acogedor y relajante. En fin.
En el chiringuito de Portals Vells nos quedamos una noche de verano a cenar pescado fresco, y de postre: zambullida en el mar, a la luz de la luna. Y también una tardecita, cuando el verano ya se había acabado, tomamos una copa de cava con Octavio y Pili, que vienen siendo algo así como unos ángeles protectores que me mandó tata Dios antes de mandarme a España de una patada en el culo.
Tiéntense; cedan a la tentación, y vénganse. Ya desde abril empieza a hacer calorcito, y esta foto es sólo una muestra.

Pude, pude!!!!


Aprendí, aprendí!!!!! Ni sé cómo hice, pero pude poner esta foto. La que ven a mi izquierda, con la campera roja y los ojos cerrados, es mi amiga Filo. Y a mi derecha, Betty. Es la noche de fin de año, y estamos en la Plaza de Cort. Ya nos habíamos tragado las consabidas uvas, pero después les contaré con más detalles. Prepárense, porque ahora que aprendí los voy a bombardear a fotos.

11 febrero 2006

Los comentarios

Les dije que iban a ver un cartelito que dice comments, pero no. Van a ver un lapicito, si teclean ahí pueden dejarme sus comentarios, que después sí aparecerán como comments. A ver si agilizan el trámite.

Filo, mi amiga Filo

Hace tanto tiempo que no escribo en este blog que casi tendré que aprender a hacerlo de nuevo. Pero me hace bien, me hace sentir acompañada (siempre hay alguno de ustedes que me hace un comentario, (claro que vía correo, porque acá, minga) y me sirve también para ir armando un registro de esta aventura que se va prolongando de una manera inesperada. Cada vez que parece que las cosas no van tan bien, o que se presenta alguno de esos inconvenientes que a uno lo hacen pensar qué hago yo acá, como por milagro aparece la solución, allí nomás, como si fuera una moneda que se encuentra tirada en la calle, por pura casualidad. Y aunque soy muy dura para creer en nada que no se toque, no se huela, no se vea, estoy empezando a creer que algo, o Alguien (en ese sí creo) debe querer que yo esté aquí, que nosotros estemos aquí, quién sabe para qué o por qué. Mejor pensar que es sólo para que disfrutemos de un lugar lindísimo, y seguramente para que aprendamos alguna cosilla. En fin.
Pero sucede que hace tanto que no escribo que casi no sé por dónde empezar. Tendré que remontarme a la noche de Nochebuena, si es que quiero seguir el hilo narrativo (qué doctoral que estoy hoy). Bueno, vayamos.

Estaba previsto que pasáramos la Nochebuena con Joaco, recién llegado, con Julieta (ya "nuestra", ya no sólo "su", Juliette, porque así la bauticé) y con Carli, Betty y sus hijos. Para los que no saben quiénes son Carli y Betty: amigos nuestros de toda la vida, de la verdadera y lejana infancia, él además padrino de bautismo de Joaquín, y a los que ahora que pienso parece que también por una misteriosa razón nuestro destino está como ligado: cuando recién casados nos fuimos a vivir a Formosa, allí estaban Carli y Betty, que se habían ido a vivir a Asunción poco tiempo antes, a un paso de nosotros. Durante los cinco años que vivimos allí fueron los únicos amigos de siempre a los que seguimos viendo muy seguido: o venían ellos o íbamos nosotros. Y ahora que lo pienso, con ellos pasamos una Navidad en Asunción, cuando nosotros no teníamos todavía chicos, y los de ellos eran unos enanitos rubios. Ahora Carli y Betty tienen sus tres hijos, una de ellas ya casada, viviendo en Madrid, así que pasan aquí largas temporadas, y fueron ellos los primeros en visitarnos en nuestra casa palmesana, cuando los chicos y yo estábamos recién llegados. Pero ¿por dónde iba? Ah sí: estaba previsto que pasáramos juntos las fiestas, así que como seríamos muchos, y para evitar trabajo, decidimos que cenaríamos en un restaurante. Buscamos bastante, porque toda la oferta de cenas navideñas que aparecía en los diarios era carísima. Finalmente reservamos en el Real Club Náutico de Palma, sencillamente porque era el más barato y nos gustaba la ubicación; está en la costa, en la punta de una escollera que se mete en el mar. Si no la comida, al menos teníamos garantizada la vista.
Pero ocurrió que el 23 de diciembre, como todos los días, pasé por el quiosco de Filo, mi diariera. Curiosidades: aquí los quioscos son los que venden diarios, y sólo los que venden diarios; los que nosotros llamamos quioscos, son estancos. Y los diarios se venden en el quiosco o en las "papelerías", que no son negocios que vendan cuadernos ni papeles, sino diarios y revistas. Filo atiende un quiosco que pertenece a una cadena, y es una extremeña conversadora, a la que le he comprado el diario casi cada día desde que llegué, y con la que charlé muchas veces, pero la verdad es que no sabía de ella casi nada hasta ese 23 de diciembre en que, otra vez, interrumpí la narración. Allí estaba yo en el quiosco, con una sonrisa de oreja a oreja porque había llegado mi Joaquín y era Nochebuena al día siguiente y teníamos reservada la cena del festejo. Y se me ocurrió, qué sé yo por qué, preguntarle a Filo con quién pasaría la Nochebuena. Pues sola, me contestó. ¿Cómo sola? le pregunté, me pregunté. Sola, sí. En mi casa, sola. Me di cuenta entonces de lo poco que sabía yo de Filo, y que sin embargo ella sabía bien que yo estaba contenta porque había llegado Joaco, y cómo se llamaba la novia de Joaco, y que vendrían también unos amigos a pasar las fiestas con nosotros, y mi hermana y mi cuñado y mi sobrina. Le pregunté a Filo si querría pasar la Nochebuena con nosotros, por preguntarle, por llenar el segundo de silencio que se hizo mientras yo pensaba en lo egoístas y lo necios que podemos ponernos a veces; tan necios como para no enterarnos de que al lado de nosotros hay gente con el agua al cuello mientras nosotros nos ahogamos en un vaso de agua. Pero Filo, que parece que es una caja de sorpresas, me dijo que sí. Se lo pensó como dos minutos y me dijo que sí.
Tuvimos nuestra cena de Nochebuena en el Real Náutico de Palma, en un saloncito para nosotros solos que nos habían preparado, sin lujos pero elegante, con una elegancia sobria, como de otra época. Por el ventanal veíamos iluminada no sólo la costa de Palma sino los palos de los veleros, como un bosque de barcos allí a nuestros pies. Comimos y bebimos alegremente, entre charlas y risas. Filo se asimiló al festejo como si nos conociéramos de toda la vida, y creo que la pasó muy bien. Y después nos vinimos a casa, a terminar la celebración y charlar un rato. En la calle no había ni fuegos artificiales, ni bombas que estallaran, ni tampoco mucha gente. Es invierno, y la Navidad aquí es una fiesta familar, casi íntima. Y estuvo bien; estuvo casi perfecto.

Dos cosas aprendí esta Navidad: a comer caldereta de bogavante (de chuparse los dedos) y a atender un poco más al que está al lado. Y no sólo en Navidad. ¿Los aburrí demasiado?

Y casi me olvido: no se amontonen con los comentarios muchachos, eh. Tranquilos; ustedes, tranquilos. Igual por si a alguno se le ocurre (que no vendría mal, aunque sea de vez en cuando), ahí abajo tienen un cartelito que dice comments; pueden teclear y seguir las instrucciones, y decirme algo, ALGUITO, por favor.