Diario de viaje: una argentina en Mallorca

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Nombre: albertiyele
Ubicación: Palma de Mallorca, Illes Balears, Spain

28 mayo 2007

Novedades, novedades

Sí, me pescaron: otra vez hace mucho que no escribo. Es que llevo una vida muy agitada (y les prohíbo que se rían). Pero tengo novedades: el viernes 25 de mayo (en el día de la Patria, buenos días) me tocó dar una charla en la Feria del Libro de Palma, que se había inaugurado ese mismo día y que continuará hasta el 3 de junio. La feria es chiquita pero interesante, y para lo que es Palma bastante concurrida. Este año se montó por primera vez en un espacio nuevo; tradicionalmente se hacía en el Paseo del Born, pero ahora, aprovechando uno de los muchos nuevos lugares que van a apareciendo con las obras, la hicieron en el Parque de las Estaciones. Para quienes ya estuvieron aquí, que son menos de los que yo quisiera, eso queda en la Plaza España. Para quienes todavía me adeudan visita, que son muchos, casi todos, la Plaza España es una especie de nudo del transporte de la ciudad, algo así como nuestra Plaza Constitución, pero en miniatura y del primer mundo. Y sucede que los mallorquines tienen una especie de obsesión por lo que ellos llaman "soterrar"; así como solíamos decir hace años que nuestros militares tenían la manía de pintar todo lo quieto de blanco, esta gente soterra todo lo que agarra; hasta he pensado algunas veces que quien se quede parado en una esquina de Palma mucho tiempo corre serios riesgos de ser soterrado por la maquinaria del ayuntamiento en menos que un gallo canta. Y efectivamente han soterrado todo el tramo de vías que atraviesa la ciudad. Mallorca tiene sistema ferroviario, sí; breve, como todo en la isla, no piensen en términos del Roca llegando a la desértica meseta patagónica, o el cuyano atravesando pampas y sistemas serranos, pero habemus trenem (o algo así). Tenemos la línea Palma- Manacor (que conocerán aunque sea de oídas porque de allí es el jovencísimo y fortachón Rafa Nadal); la línea Palma- Sa Pobla (si quieren parecer mallorquines pronuncien Sa Pobla exactamente como si tuvieran la boca llena de sopa y no quisieran ni tragarla ni que se les escape ni una gota; así, muy bien: practiquen) y finalmente el histórico y pintoresco tren de Soller, que atraviesa toda la Sierra de Tramuntana y te deja del otro lado de la isla después de un paseo imperdible, y que tiene además la particularidad, que los sollerics llevan con mucho orgullo, de "dormir" cada noche en la perfumada Soller, a donde pertenece, no en Palma.
Menos este trencito histórico, todo lo demás, la estación y las vías, lo han "soterrado", con lo que por encima ha quedado una avenida ancha que arranca en la Plaza España y sigue casi hasta salir de la ciudad. Y aprovechando la ola soterradora hicieron además la primera línea de subte (metro, sí) de la ciudad, que llega hasta el campus universitario de la UIB, en el camino a Valldemossa (en exactos 13 minutos te deja en la universidad; si lo usan, un lujo. Pero les desconfío: todo el mundo, TODO EL MUNDO, tiene auto; a veces hasta sospecho que hay más autos que gente, y todos se quejan de las autopistas y de las rutas y del asfalto, pero del coche aquí no se baja nadie; parece que lo llevaran pegado al culo).
Bueno, allí, arriba del nudo de estaciones de tren y metro prolijamente soterrado, han armado este año la Feria del Libro, donde yo diserté el viernes a la tarde. Pero como para no perder el tranco me fui al carajo con las explicaciones, se los cuento en un ratito.

09 mayo 2007

Y ahora viene la mixtura del otro lado

Porque me imagino que se estarán preguntando qué aportamos nosotros a la mixtura. Ahora les cuento: si Ignacio no nos hubiera conocido es muy probable que nunca se le hubiera ocurrido anotarse en clases de tango. Como lo oyen (lo leen, en rigor). Sucedió que buscando y buscando por internet terminé encontrando un lugar donde un domingo por mes se juntan una cantidad de gringos y algunos, pocos, españoles, a bailar tango. Y resulta que entre las asignaturas pendientes de mi vida, además de aprender a tocar la guitarra (que ya habrá tiempo), estaba justamente aprender a bailar tango. Me dirán ustedes que por qué no se me ocurrió aprender en Buenos Aires. Y les diré que sí se me ocurrió, y hasta averigüé dónde podíamos ir. Pero nunca llegó el momento: que los chicos eran chicos y las clases de noche; que Rubén llegaba cansado; que no nos coincidían los horarios; que cuando él podía no podía yo; el último "inconveniente" fue que las clases que nos quedaban bien a los dos, eran en Independiente, y el Bibi, por supuesto, se negó rotundamente. Y yo se lo reprocho todavía, porque yo finalmente aprendí a jugar al tenis en Racing, allá por los 60 (Perfumo jugaba todavía, y era mujeriego y mirón, doy fe, imaginen de la época de la que les estoy hablando) y no me salió sarpullido ni nada. Pero dejémoslo: como nunca es tarde, allá fuimos un domingo a Son Juliá, un hotel rural precioso en las afueras de Palma, en principio a ver cómo bailaban. Y bailaban bárbaro. Y una de las parejas de bailarines, Silvia y José Antonio, españolísimos ellos, además daban clases. Abreviando: allá nos fuimos los tres, Ignacio, el Bibi y yo, ellos de zapatos abotinados, con suela de suela, bacanazos, y yo con zapatos de gamuza negra y 8 cm. de taco, para no ser menos, a anotarnos en la academia, que queda, curiosamente, cerca de la Plaza de Toros (que sí, en Palma hay plaza de toros, y este verano, prometo, yo me voy a ir a ver los toros). Ya vamos por la tercera clase; no sé si aprenderemos alguna vez, la verdad. Pero una hora por semana (nos toca mañana) nos reímos como hacía mucho tiempo que no nos reíamos. Y finalmente si esos alemanes, franceses, holandeses e ingleses que bailan en Son Juliá aprendieron, ¿por qué no vamos a aprender nosotros?
Ellos nos enseñan a bailar tango, y nosotros, que somos los únicos argentinos, les enseñamos qué son los timbos, el funshi y los pitucos, lamidos y shusetas, las minas, el vento y el bacán que te acamala. Y les digo que al Bibi no se le da nada mal; de algún lugar le sale el porteño que lleva adentro, el tipo se compenetra y parece un guapo del 900. El mismísimo Cachafaz.

08 mayo 2007

Y antes de que me olvide

Y sólo para dar fe y otra vez un poco de envidia: he leído en La Nación que en Buenos Aires hace un frío pelón, y que en mi querida Mar del Plata hasta ha caído un aguanieve. Pues muy bien: sepan que hoy, 7 de mayo, tomé sol por primera vez en el año. Un día espléndido, por fin. A eso de las 11 de la mañana me fui en mi convertible (guauuuuuu) hasta Illetes, que está ideal porque todavía no llegó el malón de guiris que todo lo invaden, y allí me tendí en la reposera, las patitas remojándose en el azul Mediterráneo, libro en mano, hasta las 2 de la tarde. Las piernas las sigo teniendo blancas, horribles; la cara ya se me puso ligeramente rosada; el pechito argentino: modelo camarón, y eso que no me animo a hacer topless, todavía. Cualquier día revoleo el corpiño y los prejuicios de 49 años de argentinidad, todo en el mismo y valeroso acto. ¿Que no me creen? Ya van a ver!

Frutos de la mixtura II

Y si no hubiéramos conocido a Ignacio probablemente nunca hubiéramos llegado a ese lugar mágico que la familia tiene en Valldemossa. Es una antigua casa familiar, reciclada con amoroso cuidado y convertida en un pequeño hotel de esos que uno sueña con encontrar cada vez que viaja. Un verdadero paraíso de tranquilidad, de buen gusto y también de cálida hospitalidad. Por allí nos paseamos el Bibi, nuestro anfitrión Ignacio y yo, disfrutando de los aromas del jardín, del romero, las lavandas, los limoneros, las higueras, los olivos, mientras Ignacio nos contaba mil anécdotas de ese lugar increíble, donde llegó a vivir toda la familia. Yo paseaba y pensaba en mi jardín marplatense, y qué ganas de tener un jardín del que ocuparme!. Para quienes nos han visitado ya y quedaron fascinados con ese pueblo que parece de otro mundo (Octavio y Pili, Nuni y Ariel y Soledad, Cris y Bocha y Jose, Natalia y Betty sobre todo, que cada vez que llega a Palma me dice ni bien me agarra del brazo: "llevame a Valldemossa") me hubiera encantado que estuvieran allí conmigo: ver el pueblo entero desde allí, como si fuera una escenografía puesta a propósito, con las tejas brillando al sol cuando todavía era de día o bañado por la luna e iluminado en la noche, fue mágico. Paseamos, recorrimos, conocimos y charlamos con Nacho, el hermano de Tomeu (yo lo debo haber mareado, tendría que acordarme de circular con la mordaza en la cartera), y después cenamos atendidos por Miguel, un uruguayo que le añade encanto y calidez al paraíso. Volvimos a Palma cerca de las doce de la noche y cuando me desperté a la mañana siguiente apuradita para ir puntual a "meva clase de catalá" no estaba segura de que todo aquello no hubiera sido un sueño. La casa se llamaba y se llama Mirabo, y yo como de costumbre me olvidé de llevar la cámara de fotos. Pero lo pueden ver en www.mirabo.es Prometo que cuando me vengan a visitar le pediré a Ignacio que me deje llevarlos a conocerlo, es fantástico (vengan, carajo! ya no sé con qué tentarlos!!!)

07 mayo 2007

Frutos de la mixtura: calçotada en Génova

Los resultados de los encuentros entre personas no sólo desconocidas sino además completamente diversas son casi siempre enriquecedoras para todos. Ay, ahora que lo escribo, si los mallorquines se dieran cuenta de esto que parece tan sencillo y tan elemental cuántos dolores y asperezas evitarían! Pero dejémoslo, porque finalmente eso de "los mallorquines" es una entelequia. Los mallorquines no existen, existe en cambio, y demos gracias a Dios, cada mallorquín de a uno por uno, y a mí me ha tocado conocer a uno que no tiene nada que ver con el prototipo ese de "los mallorquines". Así que vamos: si no hubiéramos conocido a Ignacio probablemente nunca se nos hubiera ocurrido ni fijarnos en ese aviso de los diarios locales que anunciaba, en catalán riguroso, que estábamos en plena época de "calçots", y que un buen lugar para darse una panzada era el restaurante de "ses coves de Génova" (sí, aquí también hay una Génova; y de esta Génova, insisten e insisten los nativos, era el mismísimo Colón, que no era ni Colón ni Cristoforo, sino Colom y Tofol = Tofol Colom, de Génova, más mallorquín que el buen Jaume Bibiloni; en fin). Pero hete aquí que enterados por nuestro nuevo y buen amigo de las bondades de los tales calçots, allá nos fuimos, muertos de curiosidad, a ver qué era cosa de tan extraño nombre. Ah y lo que son las lenguas! Resultó que los calçots eran lo que los castellanos llaman ajos tiernos ... y nosotros sencillamente cebollas de verdeo, que parece que los catalanes comen así: se asan enteritas con todas sus hojas y sus capas, con lo que quedan renegridos y hasta carbonizados por fuera, y tiernos y dulces y jugosos por dentro. Y se presentan en la mesa de a montones, renegridos como salieron de la parrilla y acompañados de una salsa picantona y riquísima en un bol que los comensales compartirán, y unos baberos enormes para que no se dejen las camisas en el intento. Y entonces viene el catalán que los asa y nos explica al Bibi y a mí, que somos novatos con caras de novatos, que hay que alzarlos de la punta con la mano derecha y con la izquierda proceder a sacarles esa capa quemada, como si uno estuviera arrancándoles el forro (ay, suena fatal, ya sé, ya me enredé otra vez). Todo eso tiznado y retiznado sale enterito y entonces queda el interior, blanco, tierno, y listo para mojar en la salsita e ir comiendo al estilo de los espárragos. De cómo quedan los dedos mejor no hablar, pero vale la pena: la calçotada, que así se llama el festín de los calçots, el restaurante, el catalán, la compañía de Ignacio (que se ríe un poco de nosotros y nuestras maniobras tan poco protocolares, claro) y el barrio de Génova, desde donde se ve allá abajo la bahía de Palma iluminada. Todo, todo, vale la pena. Pero lamento comunicarles que ustedes se lo perdieron: hasta el inicio de la primavera que viene, ya no hay más.

02 mayo 2007

Develando misterios

Para arrancar a poner esto al día tengo que empezar por develarles la intriga de ese encuentro en el bar Bosch, que ahora me parece tan lejano. Ignacio, ese Ignacio del que les hablé, es el papá de Tomeu. "Ah!", me dirán ustedes, "¿y quién es Tomeu?" Bueno, vamos por partes: ¿se acuerdan de aquel mallorquín del que les hablé, que vive en Buenos Aires y que publica una columna por semana en el Diario de Mallorca sobre su vida porteña? Bueno: ese es Tomeu. Yo le escribí y le conté que yo también tenía un blog, y que era como una especie de imagen en el espejo del suyo: lo mismo, pero al revés. El escribe desde allá y yo escribo desde acá. O él escribe desde mi acá y yo escribo desde su acá. No me hagan caso: ya me enredé; un despelote. La cuestión es que por internet me encontré por fin con un mallorquín dispuesto a contestarme. Como un milagro. Y Tomeu le contó a su papá que yo en el blog había escrito algo sobre Cittadini, aquel pintor argentino devenido mallorquín. Y el papá de Tomeu me llamó una tarde por teléfono para contarme que él tenía en su casa dos cuadros de Cittadini, y que le había interesado aquella historia del Formentor. Y nos encontramos para vernos las caras y charlar esa tarde en el bar Bosch, y desde entonces tenemos un amigo mallorquín. Un amigo de lujo, que me ha hecho y me hace mucho bien. La ciudad ya no es anónima para mí. Ya no camino con la sensación de que no soy nada para nadie. Sigo sin saber (o sin poder creer) si esta isla será mi destino definitivo. Pero ya sé que aquí, en Palma, tengo un amigo. La ciudad ya es, por fin, un poco mía.

Efectivamente

Tal como les dije antes de ayer: estuve revisando lo que escribí para estas fechas el año pasado y exactamente el 14 de abril dejé asentado para darles cierta envidia que el Bibi y yo nos habíamos pasado la tarde tomando sol en Portals Nous. Este año, después de un invierno raro, la primavera nos está dando poco sol y mucha lluvia. Para tardes de playa habrá que esperar.