Diario de viaje: una argentina en Mallorca

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Nombre: albertiyele
Ubicación: Palma de Mallorca, Illes Balears, Spain

31 julio 2006

El diario y las sorpresas

En el Diario de Mallorca escribe un tipo que me gusta. Salió horrible: al tipo no lo conozco, me gusta como escribe. Se llama Carlos Garrido y va sacando día a día una especie de crónicas callejeras de Mallorca, casi siempre de Palma.
Cuando uno llega a una ciudad nueva, a un país nuevo, necesita hacerse ciertos hábitos, que su vida vaya tomando ritmo de vida normal, de cierta cotidianeidad. Si no, se eterniza en el turista y no se apropia nunca del nuevo lugar en el que vive. Y una de esas cotidianeidades es el diario, qué diario va a leer uno en su nueva vida. Parece vanal, pero es toda una elección. Empecé por lo obvio: El País. Demasiado partidario y sin noticias locales, porque la edición más cercana es la catalana. Dejémoslo. Seguí por la edición balear de El Mundo. El culto más desvergonzado a un hombre que haya visto: peor que Crónica con Héctor Ricardo García. Aburridor y a veces hasta difícil de entender. Y yo hace tiempo que dejé de leer lo que no entiendo: tengo 50 años y lo único que aprendí a hacer en esta vida es leer; si yo no lo entiendo, es que el que escribe tiene algún problema. Y no me discutan porque ese es el último refugio de la autoestima que me queda y no lo pienso abandonar. Finalmente, y casi por descarte, me hice fiel al Diario de Mallorca, un periódico local, casi siempre prolijamente escrito (podría ser mejor, sí; pero casi todo en esta vida podría ser mejor, y peor también). Y este tipo, el que me gusta leer, Carlos Garrido, fue uno de los ganchos.
Cada día viene en el diario una pequeña crónica de algún lugar de la ciudad. Es como si fuera enfocando, iluminando algo, subrayando esto o aquello. Tiene además un toque de nostalgia, un fondo de dolor por algo perdido que me va bien, porque es mi tono, aunque no termino de descifrar qué es lo que extraña.
Y me pregunto para qué o para quién hace sus crónicas. Para los mallorquines no deben ser novedad ninguno de los lugares que va mostrando, y la verdad es que los pocos con que he podido entablar conversación no parecen muy interesados en su propia ciudad, que es bellísima; los turistas de esta isla no son todos historiadores del arte, no, ni parecen afectos a casi nada que no sea cocerse al sol y emborracharse como si fuera esta noche la última vez. Quizás lo haga para sí mismo, para detener su mirada sobre lugares que conoce y ama, para darles alma y pasado con sus pequeñas historias.
O quizás sea para mí, para sorprenderme a mí. Hoy lo ha logrado más que nunca. Buscando en internet datos sobre un arquitecto que mencionó hace pocos días, encuentro montones de páginas que remiten a Rosario, a nuestra santafecina Rosario. El arquitecto Roca, el mismo que ha hecho bellos edificios modernistas en Palma, y la sede del Colegio de Notarios, que tengo cerca de casa y que me encanta, es el autor de varios edificios rosarinos. El tipo construía aquí por encargo de indianos que habían ganado el dinero allá, y allá para "gallegos", que también habían ganado el dinero allá. Aquellos eran tiempos.

22 julio 2006

Pero bueno bueno

Eso, exactamente eso del título me dije yo hoy a la mañana cuando leí en el diario el titular alentador de una noticia de "Sucesos": un padre de familia fue arrestado y demorado varias horas por la policía local en el aeropuerto de Palma por haberle propinado un bofetón a su hijo de 8 años que, desobedeciéndole, se había perdido por una larga y angustiante media hora entre el tráfago de viajeros y valijas mientras él hacía los trámites de embarque. Inocente de mí, que después de años insistiéndoles a mis alumnos en que hay que leer hasta el final y leerlo TODO, hasta lo que no está escrito, porque es allí, en lo no dicho, donde generalmente encontramos la clave de lo que se quiere decir, pensé por un momento y sólo leyendo el titular, que la brutal experiencia de ese pobre chiquito casi muerto a golpes por su "madre" sin que nadie se enterara habría servido para algo.
Pero bueno bueno, me dije, se ve que por fin alguien va a tomar cartas en este asunto de imponer a palo limpio las razones con los niños. Y un alguien autorizado además: el estado, la fuerza policial del estado. Muy bien. Pero que muy requetebien. El hombre se desesperó, buscó a su hijo perdido en la multitud, y cuando por fin lo encontró lo abrazó primero y le encajó un sonoro bife a continuación, casi en un solo acto. Y una señora denunció, escandalizada por el acto salvaje; y la policía, como corresponde, actuó con absoluta celeridad. Ah, se ve que escarmentamos, seguí elucubrando para mí misma; otro gallo le hubiera cantado a ese pobre chiquito que sigue internado y ya sin ninguna esperanza si se hubiera encontrado con alguien tan escandalizado alguna de las 40 veces en que terminó internado, roto a palos; o si la policía hubiera actuado con tal eficacia y celeridad la única vez que alguien, aunque se ve que tímidamente, osó escandalizarse no tanto pero un poquito y denunciar.
Pero leí la noticia hasta el fin, y entonces se hizo la luz y se desmoronó mi esperanza; el chiquito de hoy fue afortunado: su padre, el que terminó detenido y demorado varias horas por la bofetada, ay, es africano. Y los africanos tienen eso, en fin, lo que todos sabemos: se notan mucho, escandalizan a las señoras de pro a la primer bofetada bien o mal dada, y generan en los cuerpos policiales del mundo occidental y cristiano una eficiencia que envidiarían los generales de los mejores ejércitos. Para sus hijos, mejor; mucho mejor.
¿Cómo empecé todo esto? ¿Qué decía la noticia? Un padre de familia fue arrestado y demorado en el aeropuerto de Palma, por qué? por qué era? Ah sí, ya me acordé.
Los hijos de padres blanquitos, como yo por otra parte, ya saben: vermouth con papas fritas y good show...Eso sí, a cuidarse...y seguí participando!

19 julio 2006

La Plaza del Mercat

Muy cerca de casa pero ya en el centro hay una plaza que me encanta. Plaza de las de verdad, con árboles y pájaros y plantitas y monumento alusivo con héroe patrio y todo, como las nuestras. Bordeada por el Carrer Unió, muy concurrido y muy transitado porque atraviesa el centro y por allí circulan casi todos los autobuses que entran al centro de la ciudad; dos calles de esas angostísimas que suben hacia la Plaza Mayor, muy comerciales (vidrieras paquetísimas de Purificación García, de Vinos y zapatos italianos, pero también de "forns" muy antiguos y colmados de delicias dulces y de negocios chicos pero exclusivos, entre ellos, como una curiosidad, el marplatense Mohs) y finalmente cerrada por al menos dos construcciones emblemáticas de la ciudad: la espalda de la iglesia de San Nicolás y un edificio modernista bellísimo.
Allí, en la Plaza del Mercat, está el Gibson, un café lleno de encanto que ahora, en el verano ardiente, puebla de voces humanas y risas y suaves tonos de jazz la terraza rodeada de árboles. En el Gibson es posible encontrarse con grupos de amigos charlando animadamente, con viejos alemanes que pasean sus perros y se detienen a beberse una cañita, con parejas que le sacan lustre a las viejas piedras de la plaza bailando "cheek to cheek" mientras la voz de Sinatra inunda la arboleda y la noche de Palma.
El Gibson, bajo la luna enorme y marinera, es uno de esos placeres mínimos pero impagables que ofrece la ciudad. Se agradece.

14 julio 2006

El verano, los turistas

Estamos ya en medio del verano, ardiente verano. ¿Cómo se describe el calor? No me sale. Pegajoso, aturdidor, aplastante; el calor es como una masa viscosa que se te pega al cuerpo, que te rodea y lo recubre todo, que te hace evitar cualquier contacto porque tenés siempre la sensación de que aquello que toques estará todavía más caliente que tu propia piel que arde y se te quedará adherido como si estuviera untado con pegamento. Transpiran los cuerpos y las cosas y hasta el agua del mar se entibia y deja de darte ningún alivio.
Los turistas ya están aquí en aluvión y pareciera que los mallorquines han desaparecido de la escena. Mallorca es mucho menos Mallorca en el verano. Las playas colmadas de voces extrañas, de juegos, de gritos, de toallas de colores, de sombrillas que nada protegen, de cuerpos desnudos y ardidos, de latas y latas de cerveza, de chicos que juegan. Al turismo que viene a esta isla parece importarle muy poco el lugar al que ha venido. Sólo quieren el sol y la playa, y les hubiera dado lo mismo que aquí vivieran rusos, chinos o marcianos. Palma, la vieja y bella Palma, se cierra sobre si misma y se convierte casi en invisible. Sigue allí, tendida ella también al sol, cargada de cúpulas de iglesias, de callejones de piedra, de laberintos de palacios y patios sombreados, pero pocos la miran. La mayor parte de los turistas no ha venido a conocer Mallorca, no. Han venido a tenderse al sol y refrescarse en el Mediterráneo, a beber literalmente hasta que el cuerpo aguante, a sentarse a cenar a las 8 de la tarde y seguir bebiendo, muchas veces encerrados en un hotel que les ofrece todo sin pisar siquiera la vereda, y a dormir después la comilona y la borrachera. Y así un día y otro día hasta cumplir el plazo de las vacaciones. Volverán a sus lugares sin haber hablado nunca con un mallorquín, sin haber sentido nunca la menor curiosidad por saber por qué las calles son tan angostas, quiénes construyeron y habitaron esas casas de aleros de madera, por qué está allí el castillo de Bellver, iluminado en la noche de Palma, cómo seguirá el ritmo de la ciudad y la isla entera cuando ellos se hayan ido.
Una lástima. Si prestaran un poco más de atención, si se detuvieran a prestar un poco más de atención, descubrirían que han llegado a un lugar interesante.