Diario de viaje: una argentina en Mallorca

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Nombre: albertiyele
Ubicación: Palma de Mallorca, Illes Balears, Spain

29 marzo 2008

Buscarse la vida

Así le dicen en estos pagos a lo que nosotros, los argentinos, le diríamos "arreglarse como se pueda". Y esta noche fuimos al teatro, a ver una puesta de La fura del baus en el Auditorium de Palma, y yo pensé que eso es también una forma de "buscarse la vida" en esta ciudad que a veces tiene un ritmo demasiado demorado para un porteño. La oferta cultural es más bien escasa; y lo que llega hasta aquí no siempre es de buena calidad. Es una ciudad turística, con una excelente oferta de sol y playa; el resto, lo que podrían ofrecer en la temporada invernal, que es larga, no termina de cuajar. Sabrá Dios por qué. Es posible que sea responsabilidad de los dos lados: del lado de la oferta, a veces me da la impresión de que no le sacan todo el partido que podrían a una ciudad que tiene un casco histórico que es una joyita; compacto, homogéneo, bien conservado, lleno de rinconces con encanto y que serían muy apropiados para ciclos de conciertos, para teatro incluso al aire libre aprovechando un clima generoso, para muestras artísticas, para ciclos de ópera de calidad; en fin, para mostrar lo que tienen, que es muchísimo. Tienen el lugar, tienen los recursos. Quizás sea que con lo que recaudan en los veranos, de una prosperidad que asusta, les alcanza. Y del lado de la demanda: me parece que hay como un prejuicio no sólo en los europeos de la Europa fría sino también en los mismos españoles; a Mallorca se viene al cachondeo: playa, sol, sexo, alcohol, trasnochadas. A hacer turismo cultural, a otra parte. En fin: un círculo infinito.
Yo, la verdad, soy difícil de aburrir, porque con un libro y una taza de café me arreglo. Pero es cierto que la vida puede llegar a ser monótona hasta en el paraíso. O quizás incluso más en el paraíso.
Después les cuento las impresiones de La fura del baus y su espectáculo de hoy.

19 marzo 2008

Ya de noche en el puerto de Ibiza

En el barco me pasé medio viaje charlando con una tripulante: una chica rumana, preciosa, abogada en su país, que habla español perfectamente porque hace 8 años que vive aquí, y francés e inglés y ruso y por supuesto rumano, y que trabaja en Balearia hace tres años. Aquí estudió Turismo en la UIB (como mi Joaco), y hace la ruta Denia Palma ida y vuelta 5 días por semana. Un encanto, y un placer charlar con ella. Seguramente eso, charlar con gente, conocer otras vidas, es siempre lo mejor de todos los viajes. Y lo que muchísima gente se pierde.
Llegamos a Palma a las 10 de la noche. Desde el barco, en una noche serena, la ciudad se ve espectacular. Me parece que fue la primera vez que llegando a Palma sentí que volvía a casa. Vamos avanzando.

Y más Ibiza


Bajaron pasajeros, subieron pasajeros, y nosotros seguimos viaje. Pero pudimos espiar al menos el puerto desde el barco y fue una gran tentación. Esta primavera, antes de que lleguen las hordas, me iré a pasar un fin de semana allí, espero.

Sorpresas y compensación

Se ve que el destino quiso compensarnos de la zaranda del viaje de ida, y a la vuelta nos esperó con regalito: el ferry que nos traía de vuelta a Palma no sólo era mucho más rápido, sino que además hacía una parada en Ibiza. Ahí tienen la foto del puerto cuando estábamos entrando. Como verán, estaba ya atardeciendo. Habíamos salido de Denia a las 5 de la tarde; llegamos a Ibiza puntualmente a las 7. Hubo un momento de la travesía en que tuvimos a un lado Ibiza y a otro Formentera. Regalitos de Tata Dios, que está siempre ahí.

Y por fin Denia

Llegamos con bastante tiempo, era un día lindísimo, y el puerto de Denia es ideal. Ahí ven la foto del puerto desde el barco. Un pueblo a orillas del mar, con su puertito, perfecto. Paseamos por la calle principal, que estaba ya de fiestas falleras (es Valencia, sí, es Valencia: y de paso hoy justamente, 19 de marzo, San José, es el espectacular final de fiesta). Comimos algo en una terraza al sol, y nos embarcamos en el Federico García Lorca, mucho más chico que el que nos había traído hacía cuatro días, y también mucho más rápido. Allí no van camiones; sólo coches y pasajeros. Fue un viaje placentero, por variadas razones, que ya les cuento.

Carretera hacia Denia

Por fin el domingo a la mañana desayunamos, arreglamos cuentas con el hotel, sacamos el auto del parking del que no lo habíamos movido en todo el viaje, y nos concentramos en salir de la ciudad, que no es fácil. Pero en día feriado y tempranito la cosa tampoco se complicó. Hicimos el camino de vuelta mucho más rápido: ya lo conocíamos, era de día, había muy poco tráfico. A las 3 de la tarde estábamos en Denia, después de haber atravesado Murcia y la costa de Valencia que a la ida no habíamos podido ver porque pasamos ya de noche. Hay pasajes preciosos. Lo mejor del camino: apenas saliendo de Granada, la sierra de Huétor. Me hubiera gustado poder parar allí, buscar algún hotelito, hacer un poco de turismo rural, pero nunca se puede todo.
Y lo peor, sin ninguna duda: esa parte de costa valenciana que no sé qué demonio maldijo de tan mala manera. Lomadas y sierras enteras convertidas en pajareras: casitas horribles, idénticas, de a cientos, de a miles, pegadas una a otras, cubriendo laderas completas de sierra sin dejar un resquicio, un arbolito, algo. Es muy difícil entender quién permitió que se hiciera semejante disparate, y sobre todo quiénes son los que compraron semejante disparate. No es feo, es sencillamente horroroso.
Y Benidorm: una especie de Manhattan sin estilo y de plástico barato a orillas del Mediterráneo. Unas torres que deben tener 40 pisos, que se ven desde la lejanía, amontonadas, sin ninguna armonía, sin ningún orden ni concierto, cada una como si fuera la última y la peor, como si hubieran organizado allí un concurso de la grandilocuencia del mal gusto. Y todo con apariencia de haber sido construido antes de ayer. Es increíble hasta qué límites miserables puede llegar la codicia humana. Les pondría fotos si tuviera, pero la verdad es que ni siquiera nos dieron ganas de tener ningún registro de semejante basofia. Mejor olvidarlo.

Y se acaba Granada


Nos dedicamos el resto del último día que nos quedaba a pasear, a caminar tranquilamente, a sentarnos aquí y allá a tomar un cafecito, un poco de agua fresca, charlar, sacar fotos, disfrutar el resto, en fin. Y por fin ya cansados nos fuimos volviendo para el hotel. En el camino, antes de guardarnos ya hasta el día siguiente, quisimos entrar en un bar, restaurante o lo que sea en la Plaza del Carmen, enfrente del Ayuntamiento. Lo habíamos visto varias veces porque esa plaza era nuestra referencia siempre para llegar al hotel, y de afuera nos había encantado, aunque estaba medio escondido porque justamente en esos días tenían la plaza entera ocupada por unas tribunas desmontables, supongo que en vistas a algún espectáculo que nosotros no llegamos a ver. Por fin fuimos esa tarde-noche, por suerte todavía temprano porque estaban todas las mesas vacías pero reservadas; el local entero. Pudimos, con otros muchos, comer unas tapas (majarosas) en la barra, atendidos esta vez por una rusa. Y a dejar el equipaje armadito y a dormir, que mañana hay que llegar hasta Denia para volver en el ferry.

Y se acaba el día en Granada


Y ahí me tienen subiendo la Carrera del Darro, un paseo para turistas y para granadinos, que como además era sábado y un día de sol brillante, habían salido todos a la calle, a pasear. Esa subida bordeando el río, hasta salir al "Paseo de los Tristes", todo terrazas de bares, con la Alhambra enfrente y el barrio del Albaicín atrás, es de lo imperdible de la ciudad. Precioso.

Y sigamos de viaje, mejor


Ahí lo tienen al Bibi en uno de los puentes que cruzan el Genil. Y esperemos que la nieve de Sierra Nevada se dehaga en agua abundante, porque como ven los ríos dan un poco de penita. Ni ríos, ni arroyos, ni arroyuelos; apenas hilos de agua con unos puentes que parecen del todo inservibles. Un drama el agua.

18 marzo 2008

Devorada por la curiosidad

El "caso de Santos" sigue dando que hablar en las islas. Y la verdad es que no es para menos. En una sociedad tan discreta, tan afecta a mantener lo privado en el más abstruso de los hermetismos, semejante muestra pública de todos los vicios habidos y por haber de un personaje público y hasta ahora intachable, provoca un revuelo y un morbo incalculables. Y empiezo a sospechar que no porque sea una novedad, sino porque si todos los humanos tenemos adentro un voyeur insaciable al que le gusta husmear en vidas ajenas, los mallorquines, que cuidan tanto su privacidad, parece que más.
El caso es que lo que nos van contando los diarios es la vida de un díscolo que salía de juerga noche tras noche, infatigable, y que se pasaba las noches de bacanal hasta las 7 de la mañana. Muy bien. A mí lo que me intriga es cómo hacía este tipo para sobrevivir a tanta marcha. Yo, que si una noche me tomo dos copas de champagne y me acuesto a las 4 de la mañana, al día siguiente estoy de un humor que me llevan los demonios, la cara hinchada, los ojos que apenas se me ven, no puedo entender cómo hacía este tipo para (y lo voy a enumerar a ver si de paso me lo ordeno porque sinceramente creo que acá hay algo raro, algo que no terminan de contarnos, o el tal Javier Rodrigo no es de este mundo): 1) trabajar todos los días en un cargo de altísima responsibilidad, nada menos que el Urbanismo de Palma, y además de altísima exposición pública; 2) Dar toda clase de notas periodísticas, conferencias, entrevistas, debates, porque durante al menos 2 años no hubo día en que nuestro hombre no apareciera en algún diario o en la tele o en la radio; fotografiado o haciendo declaraciones; en su oficina o inaugurando algo; en el Ayuntamiento, al lado de la alcadesa o en un barrio de no sé dónde del brazo de los vecinos. Y siempre, absolutamente siempre, perfectamente sonriente y pulcro, fresco, como si acabara de salir de la ducha, recién perfumado 3) Salir a comprarse ropa o al menos probarse la que otros le compraban, porque ahora que se ven de nuevo las fotos no hay una en la que aparezca con la misma pilcha, ni una en la que salga desatildado, con la corbata medio centímetro corrida a la derecha o a la izquierda, con la raya del impecable pantalón arrugadita, con algo, alguito, que le desentone en el atuendo: perfecto y a tono de arriba a abajo. El marido ideal para la nena que cualquier suegra pudiera desear. 4) Tomar sol, natural o artificialmente, porque en todas las fotos luce siempre, invierno y verano, un dorado caribeño aterciopelado y justo: ni marrón africano ni pálido oficinesco, no. El bronceado justo para un dandy balear. 5) Cumplir devotamente con sus deberes religiosos: el tipo no sólo no se perdía misa ni procesión ni auto de fe que se realizara en la isla y alrededores, sino que además tenía, se ve, una especial afición por hacerlo ver, dejar testimonio cristiano, de manera que también hay infinidad de fotografías que lo muestran cargando a hombros las imágenes de cuantos santos y vírgenes sacaran a las calles palmesanas. 6) Atender a sus deberes paternales y conyugales: tiene 5 hijos, que no se crían solos, y por los que ahora declara encontrarse altamente apenado, así que es de suponer que les dedicaría a los retoños largas horas de atención y cariñosos cuidados paternales, y a su amante esposa no sé si largas horas, pero aunque sea un ratito se ve que también le dedicaba: los hijos 5 (cinco), huelga decirlo, no se hacen por generación espontánea. 7) Asistir a los múltiples acontecimientos sociales que su cargo, su partido y su familia, le exigían. Estaba en todos los mítines, en todas las celebraciones, en todos los festejos; organizaba multitudinarios ágapes para los cumpleaños de sus hijos (algunos los pagaba con la misma maldita tarjeta delatora); me imagino que invitaría a su mujer a cenar para su santo o para el romántico día de San Valentín, como el esposo ejemplar que era (o parecía que era). 8) Viajar por esos mundos, y hasta por la breve pero variada isla de Mallorca: ahora sale a relucir que también con la tarjeta pagó desde viajes a New York hasta sospechosas e infinitas idas y vueltas a Soller. ¿Que cómo saben que iba y venía a Soller un día sí y otro también? Ah muy fácil!: ya les conté que para cruzar por el túnel de Soller hay que pagar el único peaje de la isla, y el tipo hasta eso cargaba en la tarjeta (se ve que no le gustaba llevar cambio; le estropearía los bolsillos, qué sé yo). 9) Y por fin, después de semejante despliegue de actividad diurna, y como si fuera poco, llegada la noche el hombre no se retiraba a descansar de semejante ajetreo, no. Muy al contrario. Todo lo que hacía de día, a la luz pública, era nada al lado de la que montaba en las noches palmesanas. No hay noche en la que se haya gastado menos de 500 euros en juergas varias, y hubo noches de hasta 1500. En casas de prostitución homosexual, y casi siempre en la misma: Casa Alfredo (y ya podría el tal Alfredo pagarle algo en concepto de publicidad al Ayuntamiento, la verdad). Ahora los diarios nos cuentan que cada "servicio" tiene un valor de mercado de alrededor de 60 euros, digamos un "servicio estándar" (y ya me gustaría a mí saber qué quiere decir en estos casos eso de "estándar"). Así que calculen: o los servicios que el tipo requería se salían por todas partes de los estándares, o no sé qué decirles porque lo único que se me cruza por la cabeza son unos chistes de un mal gusto que me alarman a mi misma. Todo eso está debidamente registrado: desde las 2 de la mañana y hasta alrededor de las 8, noche tras noche durante al menos 2 años, y más las noches de entre semana que las de los sábados y domingos, casi no hubo una que pasara cristianamente descansando en el lecho conyugal (que lo parió).
Todos los diarios decían de él, en los buenos tiempos, que era un administrador impecable, un técnico, un funcionario que estaba en todo y que no dejaba escapar nada. Y ahora diganmé: cuándo cazzo dormía este pobre hombre?????????????????!!!!!!!!!!!!!!!! A ustedes les parecerá disparatado, pero yo tengo una hipótesis: o el tipo pagaba con esa tarjeta a propósito porque quería que por fin lo descubrieran, lo metieran preso, y así librarse de si mismo y de su condenada vida y por fin descansar y dormir, dormir, dormir. O si no sólo queda pensar en algo mucho peor que la corrupción y la lujuria y la vida licenciosa: este tipo es un marciano.

16 marzo 2008

Y más Granada



Esa que ven en la foto soy yo, claro; pero lo que ven atrás es lo que vale la pena: es la Huerta de San Vicente, la casa de las vacaciones granadinas de García Lorca. Y lo divertido es cómo llegamos hasta allí. Ocurrió que después de desayunar opíparamente en el hotel, como se suele hacer siempre en los hoteles, decidimos salir a la marchanta, a perdernos un poco por la ciudad y ver con qué nos encontrábamos y con qué nos sorprendía. Caminamos por el Realejo, el barrio antiguo de Granada, que además era donde estaba nuestro hotel; fuimos a dar a las ramblas y de allí buscamos el río Genil, porque yo iba ya muy bien asesorada por Inma, que me había dado indicaciones por e-mail. Bordeamos el río, cruzamos puentes preciosos, paseamos por jardines, vimos cómo la gente camina y corre y hace gimnasia con la Sierra Nevada de fondo, y cuando ya estábamos cansados de caminar se hizo la luz: por allí vimos pasar uno de esos autobuses turísticos colorados, con dos pisos y sin techo, cargado de guiris asoleándose y uno supone que sin entender nada, y resolvimos en dos minutos que esa era la exacta ocasión de ser unos turistas prototípicos. Buscamos la parada, oblamos los dinerillos del pasaje (que es carísimo), recibimos las instrucciones del chofer, y allá nos fuimos, al piso de arriba, rodeados de japoneses (curiosidad: un matrimonio de japoneses ya mayor, su hija de una edad incalculable , y algún día alguien podrá explicarme por qué las edades de los orientales nos resultan imposibles de calcular, y el novio de la nena: un españolísimo y cariñosísimo joven, que fue todo el recorrido a los arrumacos con la nipona, qué tal?), alemanes e ingleses. Ese pasaje carísimo vale la pena: el colectivo tiene un recorrido circular de calesita, y te podés bajar donde se te antoje y volver a subirte todas las veces que quieras durante 48 horas; cuando subís te dan unos auriculares que enchufás en tu asiento y te van contando en el idioma que elijas dónde estás y que podés ver en la zona. Perfecto. Nos subimos enfrente del Palacio de Congresos, en la orilla del Genil, y primero dimos una vuelta completa. Recorre toda la ciudad, aunque siempre por las calles por las que entra semejante mastodonte, claro. Ya en la segunda vuelta teníamos un panorama más claro; primera bajada: el parque García Lorca, que es un pulmón verde, sereno, precioso, en medio de la ciudad; y allí, en el centro del parque, la mítica huerta de Federico. Tomamos algo fresco en un bar cualquiera (por dos cocacolas nos trajeron unas tapitas que casi podían servir de almuerzo, increíble e increíble también la cantidad de comida que uno puede meterse al buche cuando está de viaje, sin ninguna culpa), y nos metimos en el verde a pasear y a imaginar que estábamos en otra época. A pesar de estar rodeados de avenidas había silencio, perfumes de romero y de limones en el aire, un viento suave y fresco, un cielo azul, un clima edénico. Hasta nos dimos el lujo de entredormirnos en los bancos del parque, frente a un estanque, mientras esperábamos la hora de apertura de la casa, convertida en museo.
Nos guió una chica muy ilustrada, que se presentó como filóloga y especialista en la generación del 27 y que repetía algo así como un libreto aprendido de memoria casi sin respirar, y por supuesto sin darte ni un segundo para que le preguntaras nada que pudiera sacarla de la letanía. Mientras ella hablaba yo me preguntaba qué entendería de lo que ella contaba con un énfasis ensayado la mayoría de la gente que se acerca hasta allí. Me parece que nada, o muy poco. Mencionó a todos los célebres de la generación que pasaron alguna vez por la casa; enumeró como una retahíla las obras que se supone que Federico escribió o completó allí, justamente allí, en ese escritorio y no en cualquier otra parte de la casa o del jardín; nos mostró desde la vajilla de la familia hasta la cama del poeta y su cuarto entero y hasta sus perchas. Nos dijo que se conservó en perfecto estado porque la familia en el exilio se ocupó de que unos caseros la cuidaran. No sé si es cierto. No me termina de cerrar, pero en fin. Después pensé que la pobre debe estar aburrida, harta, repodrida, de tener que hacer ese recorrido mil veces por semana y seguramente la mayoría con gente que no entiende nada ni le importa nada. Qué sé yo.
De cualquier manera es conmocionante, sobre todo porque hay un clima más que en la casa a su alrededor que te prepara para la poesía, para una instalación en un pasado ajeno, para un cierto estado como de ensoñación.
Como siempre me pasa: preferiría que se respetara la intimidad de las casas; hay algo que no termino de saber qué es que me incomoda en las casas que fueron vividas, usadas, íntimas, y que se convierten en exposición pública de lo privado. Me imagino las hordas mirando todo y tocando todo lo que un día fue importante y cotidiano para alguien como quien mira un hormiguero partido a la mitad con un microscopio: sin ninguna delicadeza y con algo de curiosidad morbosa. ¿Qué le puede importar a nadie el inodoro de la familia García Lorca? Me da un enorme pudor ver lo que me parece que nadie debería poder ver.

Salimos serenados, eso sí. Como si nos hubiéramos tomado una damajuana de té de tilo. Y para hacer uso del dinerillo invertido, nos subimos de nuevo al autobús. Después les cuento.

14 marzo 2008

De las habas, las costumbres y otras cosas

Ayer se ha desatado un escándalo público en la isla. Un escándalo que hoy aparece en todos los diarios y que tiene, además, todos los ingredientes para convertirse en un interminable novelón de peluquería: corrupción política, vida lujuriosa, homosexualidad, hipocresía en dosis para caballos, en fin: de libreto.
Un ex concejal de Palma, pero no cualquier concejal sino el que fuera el hombre de confianza de la anterior alcaldesa, el encargado del urbanismo de la ciudad, que es "el asunto" en estos pagos, se dedicó durante al menos dos años y prácticamente hasta el día anterior a abandonar su cargo, a pagar con dineros públicos (la tarjeta de crédito, la banelco de nuestros nunca bien ponderados senadores) servicios varios en burdeles para homosexuales. Pero además el tal concejal no sólo está cristianamente casado y con cinco hijos, sino que hizo de su devoción religiosa toda una bandera: hay en las hemerotecas de los diarios fotografías del señor beatíficamente sonriente y rodeado de mujer e hijos y amparado bajo el protector brazo del obispo de Mallorca en la mega reunión de familias católicas apostólicas y romanas cuando el Papa visitó Valencia; e innumerables fotos del muy pío vestido, casi diría disfrazado, de peregrino en cuanta procesión se haya hecho en Palma en los últimos años: cargando la imagen de la virgen, con el rosario en la mano, persignándose. Un modélico padre de familia, devoto y piadoso. De día. Pero ahora parece que de noche le salía de algún lado un Mister Hyde al tipo, que lo convertía en una especie de fauno desenfrenado en busca de sexo droga y rock and roll. Qué va´ser! Debilidades de la carne.
Dado que Rajoy perdió las elecciones todo indica que los inmigrantes no deberemos firmar el famoso contrato. Pero ahora pienso que el asunto no debió quitarme el sueño, que no hubiera sido tan grave: al menos los argentinos no hubiéramos tenido que hacer mucho esfuerzo para adaptarnos a las costumbres de los españoles. A estas costumbres digamos escandalosas ya estamos muy acostumbrados. Lo debemos tener inscripto en la genética: de la mezcla de italianos y españoles que nos formó, ahora que pienso, no podía salir un gélido y correctísimo noruego.
En todas las casas se cuecen habas, decía mi abuelo Pedro, y en la mía a calderadas. Dentro de todo es un alivio. No vivo en el Paraíso.

12 marzo 2008

El albaicín

Salimos de la Alhambra por la Cuesta de los Chinos; cruzamos el Darro por un puente de piedra y la foto es lo que encontramos ni bien salir al Albaicín. Nos sentamos a refrescarnos en una de las muchas terrazas del Paseo de los Tristes (adoro la imaginación y la audacia que hay en toda España para ponerle nombres a las calles. El tema se merece una entrada entera, pero de muestra vaya que aquí, a la vuelta de casa, hay una callecita que se llama "del puerto del cariño": en catalán: Carrer del Port del carinyo". Genial, y no me digan que no suena mejor que Teniente General Juan Domingo Cangallo, por ejemplo). Y antes de que me olvide: toda Granada es una multitud de chicas y chicos de medio mundo; van a la universidad y han convertido la ciudad casi en un festejo permanente. Me acordé ahora porque la chica que nos atendió en esa terraza, con vistas a la Alhambra y al río Darro, era griega.
En autobús diminuto que recorre el barrio y sube y baja por callejones por donde no se puede creer que pase, rozando las paredes de piedra, con la gente adherida a los muros para hacerle lugar, con una vistas divinas de toda Granada, recorrimos el barrio y bajamos del otro lado, en la Puerta de Elvira. Todo el paseo por un 1 euro. Recorrimos de arriba a abajo la calle Elvira, donde busqué y encontré la cuestecita repleta de teterías ( gracias por el dato Inma, valió la pena), de venta callejera, de moros, que están aquí de vuelta ya sin Alhambra pero me parece que menos dispuestos a entregar las llaves que su antepasado Boabdil, y llegamos por fin de vuelta al hotel muertos de cansancio. Ducha, diez minutos de descanso, y a cenar. Esta vez tocó tasca gallega: pulpo a feira, navajas, zamburriñas, sepias, una copa de Albarinho, membrillo y queso de cabra, a caminar un poco para bajar la panzada, y a dormir. Mañana será otro día.

10 marzo 2008

De los muros y de los hombres


Lo construyeron entre los siglos XIII y XV, cuando todavía no estaban construidas muchas de las catedrales góticas que hay por toda Europa. Ellos ya estaban aquí, ya escribían su historia y su fe en las paredes, ya sabían cómo conseguir agua en sus palacios. En 1492, después de mucho asedio, los sacaron a patadas en el culo. Su reino y su gloria fueron también efímeros. Todo pasa. Todo pasa.

Al fondo, Sierra Nevada, nevada


En Granada, al sol, se ven por la calle chicas y chicos que se bajan del coche con las tablas de esquiar abajo del brazo. Sorprendente.

Y más Alhambra

La foto es del barrio del Albaicín (para mí, lo mejor de Granada) desde una torre de la Alhambra.
En las tiendas de recuerdos te venden lo que se te pueda ocurrir: azulejitos, rompecabezas, lápices, lapiceras, gomas de borrar, pipas de agua, libros, música, lo que quieras.
Yo me quedé con un libro: Palabras para un cuaderno, de Muñoz Molina; y ahí encontré esto:

Alhambra

Grata la voz del agua

a quien abrumaron negras arenas.

Grato a la mano cóncava

el mármol circular de la columna.

Gratos los finos laberintos del agua

entre limoneros.

Grata la música del zéjel.

Grato el amor y grata la plegaria

dirigida a un dios que está sólo.

Grato el jazmín.

Vano el alfanje

ante la larga lanza de los muchos.

Vano ser el mejor.

Grato sentir o presentir, rey doliente,

que tus dulzuras son adioses,

que te será negada la llave,

que la cruz del infiel borrará la luna,

que la tarde que miras es la última.

Jorge Luis Borges

Del viernes y la Alhambra


Teníamos compradas las entradas por internet. Desayunamos, nos tomamos el autobús (el 32) muy cerca del hotel, y después de subir y subir mirando los famosos cármenes (que son casas con jardines y huertas, casi lo que nosotros diríamos quintas), llegamos a la Alhambra, que ya de entrada tiene algo de laberinto. El lugar en el que se compra o se retira la entrada no es el lugar por el que se entra. Y la entrada es necesaria sólo para acceder a determinados lugares. Los jardines, el parador, el palacio que Carlos V se mandó construir y no vio terminado, son de acceso libre. La Alhambra es una ciudad, es un refugio, es un palacio, es una fortificación, y es también una historia, unas palabras que sabemos de ella mucho antes de conocerla. La Alhambra es lo que nos contaron otros, voces superpuestas de escritores románticos, del audaz Antonio Gala, que se inventó un Boabdil a su imagen y semejanza, sensual, nostálgico, solo; de romances viejos que aprendimos en la infancia; hasta de Borges, que la volvió a ver cuando ya estaba ciego.

Tan poblada de turistas ahora, cuesta mucho imaginarse esas paredes sirviendo de casa para alguien; para mí fue más unos perfumes y unos ruidos de hojas en el viento, de agua corriendo en las acequias, que un monumento histórico. Por los interiores pasé como paso siempre por las casas convertidas en museos: con la sensación de estar violando una intimidad que no me pertenece, casi como una ladrona furtiva.

Pasamos el día allí; caminamos como mulas, recorrimos cada cosa maravillados de que alguna vez lo hayan hecho (cuesta mucho imaginárselo) y de que se haya conservado: un milagrito. Las torres, las puertas, las fuentes, los palacios, el generalife, el palacio renacentista del emperador, el nieto de los vencedores. Comimos algo en el parador, muertos de frío, y salimos al albaicín por la Cuesta de los Chinos, bordeando el Darro y rodeados de bosque, como si estuviéramos en otro mundo, oyendo sólo el canto de los pájaros y el ruido del viento en las copas de los árboles.

Lo más curioso del día: desde toda la Alhambra se escucharon sin parar unos tangazos impresionantes. En Granada se celebraba en esos días un festival de tango, y supongo que estarían tocando en alguna plaza del albaicín. A la nostalgia de ese pobre Boabdil le sumaba mi nostalgia: yo también perdí mi reino.

07 marzo 2008

Y para mallorquines con recuerdos de Génova

De la Génova mallorquina, y de los veleros sobre fondo azul mediterráneo, ahí va esta otra foto del viaje en ferry que me quitó la inocencia.

Y un poquito de albaicín

Mirada desde la Alhambra. Sólo para anticiparles lo que hubo el día de hoy. Mañana sigo.

Por fin Granada

Salimos de Alicante a la mañana, después de desayunar. Recorrimos lo que nos quedaba de la Comunidad Valenciana, atravesamos Murcia (kilómetros y kilómetros de sembradíos de huerta. En todos ellos se ven desde el camino a los nuevos hortelanos, todos, absolutamente todos, negros. Esos deben ser los que no caben, los que sobran. Se ve que no a todos les gustan los melones, o quizás sea que cuando comen melones no saben o no se acuerdan de quiénes son los que cultivan melones. Cosas que pasan en el camino), le erramos al camino, por supuesto, casi acabamos en Cartagena, pero por fin después de vueltas y revueltas acertamos con nuestra ruta hacia Granada. Impresiones: el camino desde el puerto de Valencia hasta Murcia es un trasiego como de hormiguero de camiones gigantescos transportando toda clase de mercaderías y de coches que a pesar de los pesares no corren, vuelan. Recién en el desvío a Andalucía, y siempre fuimos por autopista, se despejó bastante. El paisaje es, como siempre, asombrosamente diverso. Cambia el relieve, el clima, el color de la tierra y del agua y del aire, la vegetación, absolutamente todo, a cada rato. A nosotros, acostumbrados a esas extensiones infinitas de llanura en las que se nos pierde la vista, tener siempre un panorama acotado, casi íntimo, limitado siempre por un cerro, unas sierras, lomadas, ríos, no nos sorprende lo vasto sino lo concentrado.
Por fin atrás de una curva aparece en el fondo del camino el brillo de Sierra Nevada, hoy tan nevada. Y llegamos a Granada alrededor de las 2 de la tarde. Dimos un millón de vueltas, perdidos en callejones colmados de chicos y chicas con carpetas y libros. Es un día precioso de sol, pero hace frío. Por fin, ya ni sé cómo, llegamos al hotel. Deberemos tomar nota para el momento de irnos porque tardamos más de una hora desde que entramos a Granada (la circunvalación parecía la 9 de julio en hora pico, un despelote) hasta que por fin respiramos aliviados. El hotel es una joyita (www.palaciodelosnavas.com); un viejo palacio granadino reciclado, con un patio interior que huele a azahares y suena a cántaros, de pocas habitaciones, tranquilo, ideal.
Enseguida salimos a la calle, a reconocer la ciudad. Fuimos a la catedral, entramos a la capilla real, donde están enterrados Fernando e Isabel y Juana la loca y su desgraciado marido, Felipe el hermoso, parejas tan literarias, encontramos de casualidad la alcaicería, esa especie de mezcla de mercado morisco y laberinto, paseamos por las plazas de Granada, la del Carmen, la de los Reyes Católicos, la de Bib- Rambla (de ahí es la foto). Nos calentamos la panza y el ánimo con un chocolate con churros espeso y reconfortante en un café abarrotado de gente animada, caminamos, miramos, nos perdimos y por fin volvimos al hotel para adecentar un poco el cuerpo antes de salir de tapas.
La primera cena de Granada: un bar cualquiera donde no cabe un alfiler, con sólo barra y gente, gente, gente. Una copa de vino y tapas; tajadas de pan crujiente y fresco rociadas con aceite, y encima chorizo o jamón o queso de cabra y tomates cherry o uvas con queso azul o paté con una lámina de frutillas o o oooooooohhhhhhhhh milagros del paladar apoyados en apenas un pedazo de pan. Y a pasar la primera noche en Granada, que las primeras noches son siempre gloria.

06 marzo 2008

Valencia, carretera y Alacant

Alrededor de las 8 de la noche llegamos a Valencia, yo con la cabeza convertida en un palomar, la panza revuelta, la boca pastosa, un asco. La fila de camiones bajando del ferry no se acababa nunca; el puerto de Valencia era un trajinar de coches y controles y camiones. A pesar de todo salimos rápido.
El coche, que había recibido el día anterior su primer lavado desde que lo compramos (sí, no se asombren: se lo entregaron al Bibi en septiembre, en fecha difícil de olvidar: el día que el huracán arreció Palma. El hombre, como verán, no es uno de esos maniáticos del coche), había quedado en el trayecto marino convertido en un bloque compacto de sal. Tuvimos que parar en una estación de servicio y manguerearlo porque era como viajar en una nave espacial de aluminio. La autopista hacia Alicante era toda una sola fila de autos y camiones. Impresionante.
Pero llegamos; dimos algunas vueltas para encontrar el hotel (ahí va el sitio, para que chusmeen: www.eurostarsmediterraneaplaza.com ), a pesar de que habíamos tomado la precaución de imprimirnos los mapas y los planos de acceso a la ciudad, pero lo encontramos. Adivinamos el mar, muy cerca, dejamos las cosas en la habitación y nos fuimos a comer. Rico, pero caro y no valió la pena: yo seguía con la sensación de flotar, nada agradable. Así que a dormir, que mañana será otro día largo.
La foto que les pongo es la vista desde la ventana del cuarto del hotel, ya a la mañana siguiente: es el Ayuntamiento de Alicante, y el castillo de San Miguel atrás. Vimos poco, pero nos pareció una ciudad preciosa. está pegada al mar, y en tierra firme. ¿No te gusta, Bibi? Mirá, mirá bien, mirala con cariño, carajo.
El jueves a la mañana, hoy a la mañana, desayunamos, arreglamos las cuentas hoteleras, y salimos cap a Granada, la tan deseada. Mañana les cuento el viaje y lo que quedó del primer día granadino. Y otro día empezaré a hacer comentarios de los hoteles, que nunca vienen mal.

Miércoles 5 de marzo: de la mar arbolada y de la náusea


Tal como estaba previsto a las 11 de la mañana llegamos puntualmente al dique del oeste, en Porto Pi, para subir al ferry. Lo último que hicimos antes de salir de casa fue saludar a doña María, mi adorable vecina, a la que le devolví una cesta en la que me había traído naranjas y limones de Bunyola, perfumados, recién sacados del árbol, dulces, tiernos, perfectos.

Mientras nos despedíamos de doña María el vendaval se oía desde el lugar del departamento en que estuvieras, y cuando le dijimos que nos íbamos a Granada ya, ya mismo, en el ferry, me pareció que nos miraba con cierto desconcierto, o quizás con cierta pena. A lo mejor el ferry no salga a horario con este viento, le dije como excusándome. Casi le rodaron dos lagrimones por la cara, como a Fierro antes de entrar al desierto. Me agarró la mano izquierda, que era la única que tenía desocupada, entre sus manos, y me miró fijo: pues que tengan suerte, hija. No le entendí; no supe si con eso me decía ojalá salga u ojalá no salga.

El ferry salió efectivamente a horario; para subir el coche nos guió una iberoamericana de algún lugar caribeño, de esa parte de América que suaviza las jotas, a la que el viento le sacudía los pelos, el chaleco reflectante, la planilla, la birome, todo; protegiéndose como podía la cara de la furia de la tempestad nos sugirió que si teníamos "las pastillas esas para el mareo" procediéramos a tomarlas, porque había "mala mar", dijo, y "nos moveremos; vaya si nos moveremos". Le pregunté si ella también viajaba. "Sí; si salimos me moveré con ustedes".

Ni bien subimos a la cubierta de pasajeros nos recomendaron que nos sentáramos, que no nos quedáramos en la cafetería. A las 12 el ferry partió puntualmente. Por primera vez vi la bahía de Palma desde el mar. Las torres de las iglesias de la ciudad vieja, el perfil del baluart, la Seu, el castillo de Bellver, el puerto de veleros y yates; una postal, pensé. Una postal turística con grúas, eso sí. Y que no falte.

El ferry es enorme (183 metros de eslora, casi dos cuadras); una mole cargada de camiones y coches, de no sé cuántos pisos; mientras caminaba recorriéndolo pensé con toda seriedad que semejante mastodonte no podía moverse de ninguna manera. Ay mísera de mí, ay infelice.

Ni bien dejamos atrás el refugio de la bahía empezaron a verse unas olitas, un cielo negro, un mar interminable y solitario. A la media hora las olitas se habían convertido en un oleaje tupido y demoledor que sacudía el ferry como si fuera una balsa de madera de pino. Una montaña rusa interminable en la que nunca se sabía cuándo terminaba la subida y hasta qué profundidad llegaría la bajada. En el medio del zarandeo al Bibi se le ocurrió ir al bar, y a mí acompañarlo. En mala hora. Agarrándonos de las paredes y de las barandas para no rodar por el suelo, riéndonos a carcajadas, sacudiéndonos como títeres sin hilos, fuimos llegando al bar. En menos que un gallo canta me di cuenta de que me estaba mareando; me daba la impresión de que el estómago no se me acomodaba al movimiento: cuando el barco subía a mí algo me bajaba hasta el ombligo, y cuando bajaba, algo me subía hasta el borde mismo de la garganta. Mientras hacía el camino de vuelta sosteniéndome de donde podía llegué a ver a la sudamericana caribeña, la de las jotas atenuadas, repartiendo bolsas impermeables para vomitar con un resto de higiénica dignidad. Fue el colmo.

Llegué a mi asiento, más que sentarme me empotré y allí pasé el resto de la travesía, respirando hondo por la nariz y repitiendo entre inspiiiiiiiiiro y espiiiiiiiiiiiiro no voy a vomitar, no voy a vomitar, no voy a vomitar. Así llegamos a Valencia, ocho horas después.

Mientras respiraba sin tanto inspiro ni espiro el aire fresco del puerto valenciano, ni bien se terminó ese asquete arrasador, pensé en doña María y su enigmática sonrisa entre piadosa y burlona. El diablo sabe más por viejo que por diablo, sí.

Hoy escuchamos en la radio que otro ferry de Balearia que iba a Palma desde Barcelona tuvo que fondear mar adentro sin poder entrar al puerto y allí se quedó varado 24 horas, con todos los pasajeros a bordo. O sea: lo nuestro fue espantoso, pero pudo haber sido muchísimo peor. Qué lindas que son las islas.

04 marzo 2008

Me crecen los enanos

Cuando al Bibi se le metió en algún lugar de ese cerebro tesonero que tiene que emigraríamos a España, que hace ya muchos pero muchos años, a mí la idea no me disgustó. No sólo no me disgustó, casi me entusiasmó. Después de todo España era un país casi mío también, en el que no sentiría que estaba lejos de casa, a pesar de la distancia; en el que me resultaría muy fácil adaptarme y donde no habría nada, ni los horarios, ni la lengua, ni la comida, ni la visión del mundo, nada, que me resultara ajeno. Sí. Muy bien. España está muy bien.
Pero hete aquí que a mi Bibi le salió a relucir el terruño, y el tipo empezó a mirar cada vez con más cariño hacia las islas, estas islas mediterráneas tan bonitas, tan pintorescas, tan llenas de encantos, y tan pero tan rodeadas de mar. En mil tonos le dije que a mí me gustaba mucho Mallorca, sí. Que hasta había llorado en la lejana infancia de pena por tener que irme tan pronto. Pero que aquello de tener que salir para cualquier lado en avión o en barco tenía sus vueltas; y en mi caso, que le tengo terror pánico a los aviones, todavía más. Por qué no mirás Cantabria, le dije. Por qué no mirás Asturias, Galicia, Valencia, cualquier otro lugar que tengua agüita, si eso es lo que te preocupa, pero no una isla.
Pero el tipo tiene sus cosas. Y yo ya lo tengo muy junado, la verdad. Así que cuando lo vi dos tardes seguidas mirando un mapa de Mallorca y leyendo en internet diarios mallorquines, supe de una manera clarísima que más tarde o más temprano mi destino sería insular. Pero no tenía por qué hacerme yo ningún problema: el pavor a los aviones se me pasaría, de tanto darle y darle, y si no se me pasaba para eso estaban los barcos, tan prácticos, tan frecuentes, tan plácidos. Hasta me acuerdo de haber tenido que sentarme con paciencia franciscana frente a la pantalla de la compu, en nuestra casa porteña, a mirar la cantidad y calidad de los ferries que conectaban en dos horas las islas con tierra continental: mirá, mirá bien, ¿ves? ningún problema! en dos horitas escasas estás con coche y todo en "tu" España continental. Y baratísimo además. Ja!
Hace una semana compramos por primera vez pasajes para el ferry (carísimos); reservamos hotel en Alicante y en Granada; compramos por internet las entradas para visitar la Alhambra, lo previmos todo. Era una tarde de primavera, cálida, soleada, ideal. Hace rato que estamos en plena primavera anticipada. De hecho no tuvimos ni un temporal en todo el invierno, que ya termina. Ya me veía yo sudando a chorros por esas cuestas granadinas, bajo el sol andaluz. Otra vez ja!
Hoy a la mañana el cielo empezó a ponerse negro; se levantó un viento de huracán (100 km. por hora); para mañana los pronósticos anuncian "mar arbolada", que yo no sabía ni qué quería decir. Quiere decir olas de entre 6 y 9 metros. Estamos en una isla. A algo que no sea un auto hay que subirse para salir de acá. Es muy probable que los ferries ni salgan del puerto. Y casi sería mejor, porque si sale nos va a dar una zaranda de antología. El temporal sacude a toda España.
El Bibi silba bajito. Me pareció escuchar aquella vieja melodía: I never promised you a roses garden. La madre que lo parió (que es una santa, sí, es una santa).