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Amanece un día espléndido. Estoy empezando a sospechar que lo del mal tiempo del Cantábrico es un invento de esta gente del norte para que no se les llenen las playas de turistas y esto no acabe convertido en algo parecido a Cala Major (que es todavía más catastrófico que El Arenal y la Playa Bristol juntos).
La charla de hoy debía empezar a las nueve y media, y yo llego la primera. Pero pasan los minutos, el aula se va llenando, los asientos se van poniendo escasos, y nuestro ponente no aparece. Cuando faltan ya pocos minutos para las 10 y la tropa comienza a moverse en las sillas, a cruzar miradas interrogantes, a impacientarse, sube al estrado una señorita (la misma que ayer me impidió hacer lo que yo no estaba muy convencida de querer hacer (que no que no, que ya es muy tarde), creo) y dice que "Antonio está atrasado. Se confundió con el horario de ayer y está dando un paseo, pero ya sube". La castellana atenta y cálida con la que ayer charlé y compartí un café bufa y rebufa en su pupitre. Cuando por fin AMM llega y dice buenos días, ella le zampa "buenos días serán para ti". Con dos ovarios. Yo no puedo creerlo; quisiera esconderme abajo del pupitre. Debo haber puesto cara de espantada, porque me mira y me dice "es que no pude contenerme chica, es que yo soy así". Ya veo, ya. Y justo me viene a tocar sentada al lado. Es que tengo una suerte pa' la desgracia yo también! Si a esta joven profesora de inglés la llegan a agarrar los del Club de los Palmeros de AMM la mandan a la hoguera con los herejes, por lo menos.
Pero la charla se desarrolla sin más novedades. Hay un breve descanso después de una también breve intervención de quienes quieren hablar (con mayor o menor fortuna) y otro tirón hasta el final, alrededor de las 2 de la tarde. Al terminar se arma un pequeño tumulto alrededor del escritor, que estará cansado y no verá la hora de ir a comer algo y descansar un rato.
Mi vecina de banco, que vuelve a parecer una persona cordial, me invita a compartir almuerzo. Y allá me voy, a comer algo al chiringuito de la playa de bikinis, justo al pie de la Magdalena.
Tomo un café en el jardín de las caballerizas del palacio. Hay un sol radiante. A mi lado una argentina grita con un tono que parece una mala imitación del castellano de Madrid. Muñoz Molina entra por allí a la residencia. Pasa por adelante de mi mesa. A las 7 dará una conferencia a la que no pensaba ir. Menos mal: se reúne una multitud como si en lugar de tratarse de un escritor se tratara de una estrella de rock. Se queda mucha gente afuera, que en algunos casos protesta airada. Es gente grande, mujeres sobre todo. Debo ser muy desconfiada, pero me permito preguntarme cuánta de esta gente habrá leído su obra.
Durante el curso escucho sin querer comentarios de quienes tengo sentados alrededor: detrás de mí alguien dijo que La casa verde es un cuento de Cortázar. Otra dice que no puede con Borges, que ha intentado con varias de sus novelas, pero no puede con Borges ( y el pobre Georgie no podría con ella, tampoco). Uno de los participantes que toma la palabra se refiere a escritores como Rulfo y Carpentier, a los que AMM acaba de nombrar, como " escritores sudamericanos". Pero hay también un chico muy joven que parece un lector despierto y encendido de Onetti, que no es poco.
De todo hay. De todo hay.
Mientras se desarrolla esa multitudinaria conferencia camino por la playa del Sardinero hasta el faro. Y cuánto se parece esta playa a mis playas! Y cuánto las casas señoriales de Santander a las viejas casas marplatenses.
La costa es un trasiego de familias con chicos, de parejas más o menos felices, de adolescentes de sonrisas con granos y aparatos en los dientes, que cuchichean y van y vienen cargando tablas de surf, pelotas de fútbol, paletas playeras. De bares colmados de gente que charla y toma sol y mira el mar. Los veranos burgueses son parecidos en todas partes. La tan mentada crisis no se ve aquí por ningún lado; no la habrán invitado, o no estará de vacaciones, qué sé yo.
Me vuelvo al hotel cerca de las 9. La luz del día durará todavía cuando yo ya esté panza arriba en la cama. El día tres ha terminado. Y sigo sin animarme.